Dije en anterior entrega que conocí a Yolanda Pantin (otro decir) en la feria del libro de la ULA, Mérida, en el 2007, cuando presentaba su poemario País. Pude observarla brevemente, estaba sentada en medio del público al lado de Federico Vegas. De apariencia discreta, sencilla, sobria, serena, nada que ver con el divismo que bien podríamos suponer en una escritora consagrada por el canon literario, como una de las más destacas figuras de la poesía nacional.
Una vez en el presídium, lo primero de lo que nos pone al tanto la autora es de la razón de la fotografía que figura en la portada. La misma tiene un significado sentimental para ella. Gradisco, un purasangre propiedad de la familia Pantin, ganador de 17 carreras, culmina heroicamente la última en la participó, el clásico La Rinconada del año 61, lesionado en un pata. La imagen capta el momento en que su jinete lo conduce cauteloso mientras el animalito cojea. Esta imagen sería el pórtico desde el que se asoma una mirada personal, íntima, al país de los antepasados, a través de fugaces referencias a la colonia. Se trata de una mirada que evoca la infancia, la adolescencia, la primera juventud, las voces familiares, así como a los personajes que junto a paisajes y lugares mitificados por el tiempo y la memoria, Turmero como el Edén perdido, conforman el yo lírico que parece hablar desde el desencanto y la derrota.
No se trata de un libro autobiográfico. En entrevista a Rafael Arraiz Lucca, Yolanda confiesa que no cree en la poesía confesional, para ella todo yo biográfico es un yo construido y, por tanto, un artificio. Confesarse, exponiéndose impúdicamente ante los demás, es tarea riesgosa que sólo emprenden algunos poetas, según manifiesta.
No puedo dejar de anotar aquí que navegando por internet en busca de la poeta, de nuevo me encuentro con el tema de la ciudad, con Caracas, la horrible, una ciudad nada agradable, según la Pantin, caótica, violenta, “que no ofrece ninguna compensación, ni siquiera estética porque es muy fea. Digo que es una cuidad espantosa y añado que lo mejor de Caracas es poder salir de ella” (Disponible: prodavinci.com/2009/10/10/yolanda-pantin). Caray… debo admitir que en esto la escritora me ganó, la animadversión hacia Caracas cada vez más se me convierte en compasión, ¿qué podremos hacer?
Bien… pero mi intención con esta nota no era disertar sobre País, sino compartir uno de sus poemas. Yolanda lo leyó en el breve recital que ofreció durante la ocasión que reseñé al principio. Me impresionó porque mi segundo nombre es precisamente Omaira, y nunca me había gustado hasta que lo oí de boca de la autora. En ese momento recordé que un día alguien prefirió llamarme por ese nombre… lo que no aprecié en su justa medida: no me dio tiempo, no sabía que lo escucharía tan brevemente… Ah…pero es que solo la donna è mobile, ¿no? Bueno… he aquí el poema:
POEMA-POSTRE
La fruta del mamey
es caribeña y contradictoria
Voy a leer un poema con el postre.
Será un poema vivo,
un poema juego,
un poema
para endulzar las horas,
un espumante, una caracola.
En el mar, un pez cimbreante;
una vela
de tulipas al viento.
Un poema escrito para Omaira, esta muchacha
que ha sido traductora. Esta alquimista
de los paladares
que halló en un árbol añoso
los arcanos de infancia
en los olores.
Será un poema
que repique con las horas,
que no llore,
una campana
para sonreír,
antes del café, una broma
tributo a la paciencia,
a la memoria,
y a los tiempos mejores.
Será un poema para la despedida,
en la puerta, que sume con el postre
sin rencores;
un poema agradecido
junto con algarabías y felicitaciones,
lo mismo que decir
en Borburata
cuando el mamey
parió sus flores.
Traerá
un mensaje ligero,
mi poema, entre canciones:
“Fue un rato agradable
el que pasé con ustedes,
Omaira,
señores.”
Y que reste del almuerzo
esta advertencia
de gravedad leve:
“De todos los sabores/el dulce/
persistirá en la boca.”
Finalizado el recital, tomé la palabra sólo para decir que desde ese momento me encantaba llevar ese nombre. Ya no me llaman Omaira… pero el poema todavía resuena en mis oídos, dulce, libre, pleno de alada eternidad…
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