sábado, 6 de octubre de 2012

¿CÓMO ES SU GRACIA?, de Josefina Falcón de Ovalles (2011). (Reseña)

La siguiente reseña está contenida en el más reciente número de Contexto (18). Es un texto académico, como ha de serlo una reseña en una revista de investigación literaria, pero no es el texto que me hubiera gustado publicar aquí a propósito de esa obra. No porque lo haya hecho por compromiso o sin ganas, que no es el caso, sino porque mi descubrimiento de ese libro en el IV Festival de Lectura de Chacao, en el estand de la otrora mejor llamada Librería del Sur, fue una afortunada casualidad y mi lectura de él tuvo un carácter más íntimo y divertido que el que se trasluce en la lectura de la presente reseña. La publico entonces con dos propósitos: 1) actualizar el blog que viene descuidado y 2) con el compromiso de escribir pronto un texto más laxo en el que dé cuenta de la gratificante experiencia personal que significó para mí encontrarme con la amena exposición de la profesora Josefina.


¿CÓMO ES SU GRACIA? (TOMOS I y II)
Josefina Falcón de Ovalles (2011).
CELARG: Caracas

La lengua es un ser vivo; un organismo que cambia, envejece, se adapta y en ocasiones llega a morir. Cada sociedad en su época y espacio —de manera inconsciente, en gran medida— moldea su propia lengua, en atención a las necesidades de su entorno físico, social y cultural. Por ello, el análisis léxico de un idioma pasa necesariamente por una visita a muchos factores extralingüísticos que son a fin de cuenta los que definen el contexto en el que los hablantes hacen uso de su vehículo de comunicación. Es posible que la profesora Josefina Falcón de Ovalles haya tenido esto en cuenta cuando inició su investigación lexicográfica que el Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos” (CELARG) publicó bajo el título ¿Cómo es su gracia? Un aporte al estudio del léxico venezolano, puesto que en él las consideraciones sobre el idioma van mucho más allá de los factores lingüísticos y nos presentan una rica exploración de muchos aspectos que sirven de marco socio-cultural a los hablantes del español de Venezuela.

El texto, distribuido en dos tomos, se divide en varios capítulos, relacionados con aspectos de la vida diaria y las costumbres de emblemáticas poblaciones —en sus espacios urbanos y rurales— de Venezuela, como Barquisimeto, Valencia, Maracaibo o Caracas. Se establece los límites cronológicos de la muestra entre las primeras décadas y mediados del siglo XX, sin que por ello sean raras las continuas alusiones a referencias anteriores o posteriores a este periodo. De hecho, una característica fundamental de este estudio es su seguimiento diacrónico del uso de las voces; parte de su origen (posible o establecido), continúa con el momento de uso frecuente y termina informando sobre su situación actual.

A propósito de esta misma característica es oportuno resaltar de igual modo que subyace en la exposición del estudio un tono memorístico que recuerda las crónicas anecdóticas de las autobiografías o los diarios personales. Sin que éste sea el objetivo del libro, son evidentes los puntos de contacto que existen con estos géneros, toda vez que es innegable el rescate del pasado que se puede constatar en la revisión de actividades hoy casi desaparecidas como “el estricto ritual de cortejo de las señoritas” (Capítulo IV) o la solemnidad de las celebraciones familiares (Capítulo V). Parece que además del análisis lingüístico, la profesora Falcón de Ovalles aprovecha la ocasión para documentarnos acerca de una época radicalmente diferente a la de la generación actual, en la que un imaginario en completo “desuso” hoy día jugó un papel primordial, como es lógico, en la estructuración de nuestro léxico. Sirva de elocuente ilustración las propias palabras de la profesora Falcón de Ovalles a este respecto:
Las ventanas de la sala, por lo general más de una, carecían de romanilla. Y la razón se debía a la costumbre criolla de abrirlas por las tardes, a fin de que las jóvenes y las no jóvenes, vestidas y acicaladas, se sentaran a disfrutar del aire fresco, a ver y a que las vieran. En otras palabras, “ventearse un poco y exhibirse otro tanto” (2011:26).

De este pasaje también es posible rescatar otro aspecto del libro: el estilo ligero, didáctico y jocoso. La profesora Josefina ha ejercido la docencia durante toda su vida, y lo ha hecho además en todos los niveles de la educación. Con una experiencia tan vasta en el campo de la enseñanza no debe extrañarnos que uno de sus principales objetivos durante la exposición sea una comunicación clara y directa con los potenciales lectores. De esta manera, el libro alcanza un rango de interés entre el público mucho más amplio (jóvenes que se acercan a conocer, adultos y mayores que se acercan a recordar), puesto que logra una armonía placentera en todos los aspectos y propósitos que hemos señalado. Se trata de un estudio lexicográfico en clave de memoria que presenta en forma fr:esca un acercamiento al idioma a través de un estilo ameno:
Estas palabras “dominó” y “pierrot”, tan oídas y familiares para las personas de aquellas lejanas épocas, se desvanecieron con el tiempo a la par de sus personajes. Se fueron igual que las fiestas carnavalescas. La misma suerte han tenido tal vez aquellas voces, específicas de cada región venezolana, con que niños y jovencitos manifestaban su petición de juguetes y caramelos a las carrozas que recorrían las calles, en donde se jugaba el carnaval … Nos informa una amiga oriental, Ligia de Sánchez Landaeta, que cuando la petición infantil no era respondida favorablemente, la venganza se traducía con el grito unánime de “¡Pichicato…! ¡Pichicato!”, palabra que en el habla margariteña y carupanera equivale a “tacaño”, “pichirre” o “lechero”. ¡Y bien merecida la tenían! (2011:216-217).

Como cierre, quizás debamos informar en esta reseña sobre este magnífico libro, como dato laudatorio de la autora y que tiene repercusión en la calidad de su obra, que siendo la profesora Josefina miembro correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua, el vastísimo material de referencia que usa como corpus de su estudio nos permitirá además acercarnos a un importante número de nombres y obras de la tradición literaria de nuestro país, que constituyen el refugio de muchísimos términos, expresiones y costumbres que de otra manera también se habrían perdido para siempre. Es así finalmente que podemos hacernos una idea del gran aporte de este texto al estudio del español de Venezuela y al rescate de la memoria de buena parte de nuestras tradiciones populares.

miércoles, 18 de julio de 2012

Sobre Poemas perseverantes


La estatura poética de Enriqueta Arvelo Larriva ya ha sido ampliamente reconocida en el ámbito de las letras nacionales y aceptada por el canon como la primera mujer que asumió la posesión de una voz propia, con lo que abonó el camino de la poesía venezolana hacia la modernidad. Son varios los estudios que se han hecho sobre su obra, nunca suficientes, por supuesto, dada la singularidad de su poética, lo que no permitirá  agotar la lectura de sus entrañables y profundos poemas.

Cada quien sostiene a un poeta, dijo Hanni Ossot, y, luego de leer esa frase, me he dado cuenta de que la poesía de Enriqueta siempre me ha acompañado. Hoy día pareciera difícil poder decir algo más sobre la Arvelo que no hayan dicho ya Carmen Mannarino, su estudiosa por excelencia,  Luis Alejandro Angulo Arvelo, en la semblanza que hizo sobre su tía para el libro Barineses ilustres, o también Orlando Araujo, Ida Gramcko, Vicente Gerbasi,  Luis Beltrán Prieto Figueroa, Elisa Lerner, Margara Rusotto y tantos otros críticos y poetas que le han dedicado atención a su figura y obra. Sin embargo, la más reciente publicación sobre ella, el ensayo de Alicia Jiménez de Sánchez titulado Como el hilo sin perlas. Viaje al universo poético de Enriqueta Arvelo Larriva, ha demostrado que todavía quedan cosas por decir y saber sobre nuestra poeta.

Gracias a la acuciosa pesquisa de Jiménez nos enteramos de su afición al beisbol, era magallanera, así como de la poca importancia que su familia le dio como poeta, no así como prosista, excepción honrosa de su primo, el también poeta Alberto Arvelo Torrealba. Es posible que a ese desdén de la familia se deba, en alguna medida,  el que se haya conservado muy poco de su epistolario, tan ponderado por Mariano Picón Salas y Udón Pérez, entre otros. Es ésta otra más de las lagunas que encontramos al tratar de hacer un seguimiento de la obra de tantas autoras, vacíos que conforman ese “vasto territorio aún sin cartografía: la historia de la mujer venezolana” (Pantin y Torres, 2003, 39).

Lo primero que quiero evocar es su figura. Sus contemporáneos la describieron como una mujer alta, sobria, taciturna, sencilla, estoica como una mujer lorquiana, tímida y débil, aparentemente, pero fuerte a la hora de defender sus convicciones. Lamentablemente sus evocadores olvidaron que también era una mujer alegre por naturaleza, buena conversadora, preocupada y activa en favor del bien de su comunidad, no ajena a la pasión y la lucha política,  discretamente por supuesto, como bien puntualiza Alicia Jiménez en el ensayo mencionado.  Nacida en Barinitas en 1886,  fue allí donde vivió gran parte de su vida, ya que sólo pudo establecerse definitivamente en Caracas en 1945. Esto ocasionó que se sintiera aislada e incomprendida, confinada como estaba en un pequeño pueblo de provincia. Es por ello por lo que no se sintió parte de ninguna de las generaciones poéticas de su momento, pues era demasiado joven como poeta para formar parte de la generación del 18, y demasiado vieja para engrosar las filas de los poetas del 28, aunque tuviese con unos y otros  ciertas coincidencias, lo que demuestra que Enriqueta no era ajena al acontecer literario de su hora, pero que también era reacia a militar en las filas de una tradición a la que no pertenecía cabalmente.  Esto no es de extrañar  si tenemos en cuenta la advertencia de Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres (2003, 37) quienes reconocen que en Venezuela, salvo contadas excepciones, las mujeres han escrito al margen de agrupaciones literarias y de vanguardias establecidas por la crítica, dado que las mujeres tienen su propia historia, junto a la historia general. “Corresponde a las damas inventar sus precursoras”, escribirán las autoras antes mencionadas, citando a su vez a María Moreno

No hay duda de que Enriqueta contribuyó con la elaboración de su propio mito, el de mujer estoica, virtuosa, exigente consigo misma y con su poesía, lo que la llevó a destruir muchos de sus escritos, gesto que sorprendía a Ida Gramcko. Además de revelarse a través de sus versos, no se exime de ofrecer datos sobre sí misma en sus artículos periodísticos. Sabemos que colaboró asiduamente con diversas publicaciones periódicas, el diario El Nacional, entre estas. Inicialmente escribió, bajo el seudónimo de Santica Luzardo,  artículos en los que comentaba sobre variados temas de su actualidad y sobre la obra de otros escritores y poetas. Más adelante, prefirió firmar estos artículos con su propio nombre.  En ellos nos da pistas sobre su vida y claves de su poética, ya que solía entretejer datos autobiográficos con opiniones y valoraciones sobre libros o determinados aconteceres de su momento. Por esta vía nos enteramos de su temperamento inquieto, impaciente y vital; de su aversión a las corridas de toros, por considerarlas bárbaras; de su afición a los “decires llaneros”, parte de una formación anímica que se refleja en su poesía; de su clamor, hoy tan vigente, por la unidad del país, abrumado por la conflictividad política, o que llegó a guardar luciérnagas en un frasco para iluminar mágicamente su habitación.                     

En esta oportunidad quiero detenerme un tanto en sus Poemas perseverantes, los cuales fueron publicados en 1963. Se trata de un libro póstumo integrado por una selección de la producción correspondiente a varias etapas creativas de nuestra poeta. Es un acierto que el mismo comience con  “Marcas en el espacio”, brevísimo poema de versos heptasílabos que repite una de las constantes de la poesía de Enriqueta, como es el continuo interrogarse ante la naturaleza, la que tantas veces la deja sin respuesta. En este caso la gran pregunta que toda poeta se hace queda abierta: ¿cuál será la trascendencia de mi poesía? “¿Será gama durable/o relámpago?”. Seguidamente llama la atención que en algunos de los poemas del inicio omita los verbos en toda una estrofa, como sucede en “Adolescencia”,  o los use sólo en infinitivo, como  en “Primavera”, con lo que el yo poético desaparece dando la impresión de impersonalidad y distancia, como si se quisiera hablar de la adolescencia como experiencia universal,  y no sólo de la propia experiencia individual; o de la primavera como disfrute, gracias a un desdoblamiento que permite observar y vivir al mismo tiempo la constatación del renacer de lo natural: “Buscar arrimo en troncos de los árboles/para estudiar a gusto del revés del ramaje”.

Esas imágenes que  los poemas evocan desde sus títulos, “Infancia”, “Adolescencia”, “Primavera”, nos remiten a una poética de la búsqueda de una identidad propia como creadora, donde se ilumine en lo posible todo aquello que “está encubierto y envejeciendo en germen”. No otra cosa nos dice el verso “Rehuir rutas cansadas desde el salir”. Lo que nos revela que Enriqueta se mantuvo fiel hasta el final  a su anhelo de encontrar su propia música, así como al intento de rever su entorno, tratando de encontrar esa cifra que esconde el “revés del ramaje”. Se trata de una poética que se afinca en lo cotidiano, en lo menudo, en lo que aparentemente no reviste trascendencia alguna, pero que, gracias a lo que Fernando Paz Castillo llama felizmente “la imaginación del sentimiento”, se traduce en profundas revelaciones.

Quizá uno de los poemas más bellos y citados de este libro sea “Casa de mi infancia”.  En él le canta a la antigua y grande casa familiar poblada de ventanas, ese umbral tan ponderado en la escritura de las mujeres y por ello tan femenino, límite del adentro y el afuera, donde la poeta se asoma a gozar su existencia y “a entreabrir los labios contra el viento”. Este verso se refiere sin duda a su hacer poético y a su sembrar “en el montón sordo”, del que tanto se quejó en sus inicios como creadora, toda vez que su “voz aislada”, no encontraba interlocutores en su entorno, puesto que sobre su labor cayeron “toneladas de indiferencia”, como ella misma llegó a afirmar. La casa será entonces el recinto donde la imaginación se hecha a volar, donde una niña solitaria le habla a un tú, personificación de una casa que propicia el  sueño creando “imágenes a tus solos espejos” y asustando “a los duendes detrás de tus cortinas”.

En este poema aparece contrastada la figura materna con la del padre. En esa casa, redil  potenciador de la imaginación creadora, la madre será una imagen que se disuelve en la idealización frente a lo poderosa presencia del padre. Recordemos que Enriqueta perdió a su madre cuando apenas contaba con siete años, de modo que quizá la falta de la imago materna desde tan temprano haya influido en su poesía, por lo que es frecuente encontrar  imágenes y símbolos que aluden a la firmeza, eficacia o logro, asociados siempre a lo viril.

Y si se trata de saber cómo era Enriqueta, cómo se veía a sí misma, basta leer el poema autobiográfico “Oh Creador”. En una plegaria a Dios en versos heptasílabos, prueba de que gustaba de la métrica mas no de la rima, se describe a sí misma en expiatoria plegaria que  pide castigo por la perseverancia en unas contradicciones que la privan de experiencias vitales, sin que su voluntad pueda hacer nada para remediarlo. Como ya hemos apuntado en otra ocasión (Pacheco, 2006: 65), el hecho de que Enriqueta  no pudiera profundizar en sus raíces maternas, con lo que hubiese podido paliar la sensación de ser incompleto que trae consigo la separación de la madre, encuentra su válvula de escape en las frecuentes imágenes en las que el yo poético se siembra metafóricamente en la tierra, enraizándose en ella. En este poema se convierte en una planta, raro vegetal que anhela  “bravo viento”, pero se refugia en “aire manso”; que quiso volar, pero se quedó “en su sitio”; vegetal al que lo “troza” el silencio, pero cuando oye voces “se esconde en sus raíces”; al que lo asustó el amor  y, aunque “Ama a las gentes”, se aparta de su lado. Sin embargo, su orgullo es indoblegable,   pide castigo, pero no se arrepiente, pareciera que se trata de una herencia, de la cepa familiar, pródiga en firmeza y en vocación poética. Enriqueta  se asume como desheredada de vivencias, de amores, de belleza física, pero  se sabe poseedora de una riqueza intangible, muy propia, bien lo dicen dos versos muy elocuentes: “Y llevaría lo que exaltó mi mundo/No sé bien qué es, pero lo llevaría”.

En esa vía del disfrute de lo intangible,  del idealismo como postura estética, se inscriben los poemas de amor de Enriqueta Arvelo. En un bello poema, “Huella vaga”, se dirige a un tú que regresa presagiando perturbación al yo poético que se refugiaba en la serenidad de sus versos, sus “rosas más nuevas”. Gracias al poder del pensamiento, de la imaginación, estaba resguardada de “la rodeante ardilla de tu inquietud”, “del tamarindo de tu decir”. Nótese cómo toman rango poético  unas imágenes tan propias, tomadas de lo natural y cotidiano, con las que carga su léxico de originalidad. De modo que no es al regreso del ser amado al que le canta, a su presencia real, sino al recuerdo que de pronto la asalta, al que prefiere por sobre todas las cosas. Ello se explica con uno de sus versos más memorables: “tantas cosas son nuestras sin tomarlas”.

Pero esa intangibilidad no es tan complaciente en “Insomnio”, donde los recuerdos se  vuelven tormento que desvela. La tan pretendida serenidad a la que tanto le ha cantado Enriqueta en poemarios anteriores, aquí se disuelve suplantada por imágenes que expresan una violencia poco frecuente en esta poesía que siempre habla de contención y control de las emociones. Así nos encontramos con una noche estremecida, con el hacha que deja astillas en la almohada, con una lluvia de espinas y martillos sobre las sienes, imágenes que dan fe de lo que la propia poeta refiere cuando describe  su vida como  “ambientalmente de paz y anímicamente de inquietud”.

El tema de la solidaridad con los desposeídos es frecuente, tanto en los artículos periodísticos como en algunos poemas del libro que comento. Deseosa, siempre del “ancho bien”, nuestra poeta no puede glosar en un artículo la plena felicidad que una casa nueva le provoca “pensando en los ranchos miserables”. Asimismo, dice en un poema  “Cuánto te he amado agua” para, seguidamente, ante los estragos que los aguaceros provocan en las viviendas de los pobres, increparla con estas palabras: “Y hoy, inundadora, te niego mi sonreír”. Es así como su compasiva solidaridad desplaza su afecto, por ello dice: “y amo, oh flojos techos, las palmas raleadas y los parales temblantes”. Porque si bien la poesía es para Enriqueta un medio para rencontrarse con mayor lucidez con la realidad, para intuir o entrever como bien dice en “A veces”, también, y sobre todo, es un compromiso con lo humano. Esa preocupación por los desheredados será otra de las constantes temáticas de su poesía.

Y si nos atrevemos a sintetizar la interpretación de la obra poética de Enriqueta Arvelo Larriva, a  sumarla toda en un solo verso, este no podría ser otro que el que cierra el poema “Asistida angustia”: “El poema es la vida con su sabia de instantes”. El mismo revela la razón de ser de su poética, el gusto por la sencillez en el decir, por la elocuencia que las palabras precisas, sin excesos retóricos, le prestan a una obra reveladora de una vida marcada por una inspiración poética que potencia el entorno vital, dotándolo de trascendencia,  sea un árbol, las aguas del río, el desvelo nocturno, las secretas angustias, el pasar de las horas o el presentimiento de la muerte. 



REFERENCIAS

Arvelo Larriva, Enriqueta (1963). Poemas perseverantes. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República.

Jimenez de Sánchez, Alicia (2011). Como el hilo sin perlas. Viaje al universo poético de Enriqueta Arvelo Larriva. Caracas:Fondo Editorial Fundarte.
Ossot, Hanni (2002). Cómo leer poesía. Caracas: Comala.com.

Pacheco, Bettina (2006). Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1962). (2006). San Cristóbal: Universidad de Los Andes.

Pantin, Yolanda y Ana Torres (2003). Al hilo de la voz. Caracas: Fundación Polar.

ANTOLOGÍA: POEMAS COMENTADOS


MARCAS EN EL ESPACIO

Un rebaño de manchas

o brachadas sin vínculo.



La mañana les fija.

Su derivo es la noche.



¿Servirá su color

para marcar mi polvo?



¿Será gama durable

o relámpago?



ADOLESCENCIA



Encanto fragoroso.

Bloqueo sin refugios.

Bejucos resinosos enredados,

con los polos perdidos.

Honda rodadura de sangre

Como de piedras por la cuesta.



Apego a las sortijas y pulseras adultas

y desdén por la cinta maltratada

de domingos pueriles.

Ensayar con calor las espuelas del hombre

y montar su caballo con el temor sujeto.



Andar, a sabiendas, sin concluir;

Pero gozar el roce de la hebra del remate.



PRIMAVERA



Abrirse una extensión llena de luz oscura.

Vestir de bienvenidas.

Dar un aroma nuevo y ya endiosado.

Vivir el sol la piel,

pero anhelando la tierna hoja del tártago.



Sembrar en aire y río

las filas oscilantes en un puño de tierra.

Buscar arrimo en troncos de los árboles

para estudiar a gusto el revés del ramaje.



Rehuir rutas cansadas desde el salir.

Abrir angosta vía en médula de bosque,

asignada a los pasos sensibles, sedientos,

pedidores de albricias.

Y ya al tocar el viaje, ¡lástima!,

borrarse la vereda estrenada por bestias inocentes.



CASA DE MI INFANCIA

Casa ancha, alta, pura,

antigua propiedad de vellones y piedra,

quiero que te amen mis amigos.

Yo andaba por ti como por una ciudad bella y extraña

y conocía todos tus llanos y tus quiebras,

toda tu luz, todo tu aire, todas tus penumbras.

Conocía los detalles de tu cielo y tus muros,

me asomaba a todas tus ventanas, un instante,

a ver nada, a gozar la existencia de ventanas

y a entreabrir los labios contra el viento.



En tu patio, espacio doméstico y pradera,

guiaba mi vida por los tonos de las malvarrosas;

con tierna saña pisaba las mimosas para dormirlas

y apretaba la cápsula de los caracuchos

para admirar su humano fruncimiento;

mojaba el pie cálido en el arandel de la astromelia

donde recortaban su exilada sed los güiriríes

y veía con unción la cola cerrada de los pavorreales.



Me placía en tu cuadra

el temblor reluciente de la piel de los caballos

y me entusiasmaba en tu hogar

el fuego sonante, desnudo, sin alas,

retorcido por soplos heredados.



Me exaltaba el florar y el morirse de tus lámparas,

les soñaba imágenes a tus solos espejos

y asustaba a los duendes detrás de tus cortinas.



Oh tus corredores, derramados como ríos.

Pistas de mis desboques turbulentos.

Por ellos iba a gusto

tras el cabello recién bañado de mi madre.

Amaba a mi madre,

mas a veces ella era para mí

sólo una palidez nimbada.



Mi padre, no.

Mi padre fue siempre el hombre, verdadero,

Fuerte, erguido, sin aureola.



OH CREADOR



Oh, Creador. No nací

planta dulce ni espino.

No broté hierba huera.

¿Qué vegetal creaste?



La planta sin jactancia

anheló el bravo viento,

y busca el aire manso.

¿Se cuida del descuaje

o da quite aturdido?

Su aroma pidió alas.

Con ellas, y en su turno,

estúvose en su sitio.

No hay aplomo sin ellas.



El silencio la troza

como insecto afilado

Y si llega voz llena

se esconde en sus raíces.



La animó un paso cálido.

y al volverse, qué susto

le dio labrador listo.

Su agro lo exonera.



Ama a todas las gentes.

Mas, oh Creador, a veces,

cuando las gentes pasan

se hace planta dormida.



A ocasiones se arrisca,

se arroja a la pelea.

Qué corta su aspereza.

Qué nulos sus zarcillos.



Esquivó su sequía

la dádiva del riego.

Y, sin arrepentirse,

hoy te pide: castígame.



Oh, Creador, tú lo sabes:

no es ella la indecisa.

De una cepa en firmeza

brotan sus variaciones.    



EL IRIS



Dejadme señalar una vez más el iris.

Dejadme llamar para que le vean.

Si siempre al verle

Lo he mostrado con voces,

¿cómo romper con ello?



El iris

Avenida de magia.

Arco-piloto en su vigencia.



Si todos subiesen felices

a estos colores,

con las alforjas plenas e ingrávidas,

yo iría serena por las lucientes franjas.



Y llevaría lo que exaltó mi mundo.

No sé bien qué es, pero lo llevaría.





HUELLA VAGA



¡Cómo! ¿Volviste?

Y yo que estaba entre mis rosas más nuevas

pensando sólo en la pobrecilla,

ojos de luz toldada, tez sin resplandor,

que pedía un pobre bien.

Quería darle un racimo de gozo.



Te creía lejano, empachado de olvido.

Y estaba serena

sin la rodeante ardilla de tu inquietud,

sin gustar el tamarindo de tu decir.



No bebo ahora, amigo, tu presencia;

Pero alabo tu viaje de volver.

¡Qué gracia! Pasar por tantos túneles.



Bien. Quédate ahí.

Quédate ahí, abstraído,

quédate a orillas de mi activo tiempo.

Como una huella vaga.



INSOMNIO



Cuando toda la casa está dormida,

vienes tú, mi arbusto de entresueño;

mas el hacha

va dejando astillas en la almohada.



Y en el reposo nulo,

salto de flautas y delgadas cuerdas

a salvajes tambores;

de persianas en frescura

me llegan miradas de imposibles espías;

y el aroma más puro me flagela.



La noche, estremecida,

llena de repiques pasados,

de mis guardados duendes

y de lejanas bestias, hermosas, resonantes,

cava en su negra tierra

y crea llamaradas en los hoyos profundos.



Mis ojos, abiertos o cerrados, son ojos incapaces.

Inquiero en los rumores

voces de ángeles o de réprobos.

Lluvia de espinas cae

desde antigua sonrisa.

Los que sufren, tan míos,

se abrazan en mi mente encendida.

Y afanados martillos practican en mis sienes.



La madrugada es lisa, sin vecindad de alba.

Y en su laja se abaten mis caballos.    



AGUA

Saboreado río,

de pozos frente a cielo de árboles,

donde se palpa síntesis de misterios profundos.

Caños quietos y solos,

populosos por los cruzados vuelos.

Quebradas cuyo rezo remedaba mi voz,

mientras bañaban mi carne y mi síquica mezcla.

Macizos aguaceros gustados en el patio.

Cristales de vertiente

que revelan el ritmo de la roca.

Cuánto te he amado, agua.



Y hoy, inundadora, te niego mi sonreír,

Porque amo a las gentes sin peso de riqueza

y amo su ilusión rica en los sembrados pobres

y amo, oh flojos techos,

las palmas raleadas y los parales temblantes. 


            A VECES


            Si siempre me viví

como tosca,

durísima madera,

¿por qué desear ahora,

a veces,

ser sólo un flojo tallo?



Ah, me someto a juicio.

A la hora del ruido

y del hervor,

suelo volverme,

con el fervor ileso,

aire suave,

humo claro,

aroma fuerte.



Anhelo andar entre todos

como un sueño

que no pueda contarse

por impreciso.



Quisiera dar,
            
             tan sólo,

             cantos mínimos, vagos.



Y todo,

apenas entreverlo.



ASISTIDA ANGUSTIA


Entróse en mí la angustia con su brasa y su frío.

Un  Job no resignado daba llanto en la puerta.

Destrozados de espuela llegaban los caballos vencidos.

Sangraban los turpiales sin garganta y sin vuelo.

Y de pie, suspirando por centellas y hachas,

mustios árboles desgastaban el huerto.



Se da el frente a esa angustia. La sopesan, la miden.

Se ciñen a su ritmo, penetran su textura.

¡Oh bondad entendido! ¡Oh comprensión sensible!

Dispuesta enredadera

que no esquiva espesarse en los claros del seto.



Y se mueve en sorpresa mi esencia.

Aún clarean postigos en paredes de noche.

Aún intactas perdices andan por el quemado.

Aún crean las abejas, en campo de retama,

su dulzura pudiente.

Aún germinan impulsos que lavan los jagüeyes,

sueltan las mariposas, desconciertan la niebla.



Gustaré tregua pura,

compañeros de camino y de nubes,

hombres de espacio andado y de alba.

Este es un canto, amigos, de una asistida angustia;

es un canto sencillo, de nacer presuroso,

que despega del ánimo y se tiende en la brisa.

No lo tiréis. Vividlo.



El poema es la vida con su sabia de instantes.