jueves, 22 de mayo de 2014

TRIBUTO A GARCIA MÁRQUEZ

 Próximamente se celebrará en Caracas (¡Ay, Caracas!! San Cristóbal no existe para estos eventos...) un tributo a los Beatles. Se conmemoran cincuenta años de la llegada de los cuatro chicos de Liverpool a Nueva York para actuar en el show de Ed Sullivan. Fue una presentación de antología que alcanzó setenta y tres millones de espectadores, marcando con ello la “invasión del rock británico a los Estados Unidos”, y la fama del grupo que devino en leyenda. Son muchas las bandas seguidoras de los Beatles en el mundo. Suelen hacer periódicos encuentros y dar conciertos para disfrute de sus fans.  Tuve la fortuna de asistir al concierto que en noviembre de 2011 ofreció el grupo mexicano Morsa, uno de los mejores en el mundo que mantienen viva la Beatlemanía, en Guadalajara. Fue toda una cita con la nostalgia y la memoria de tantos temas entrañables. Los chicos, vestidos con los multicolores trajes del Sargento Pimienta, dieron vida a los inmortales Jhon Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr.

De modo que me preparo con entusiasmo beatlemaníaco para asistir al revival de la presentación del 9 de febrero de 1964, en el show de Ed Sullivan, por parte del grupo venezolano Beat3. En esta ocasión  interpretarán las canciones que los Beatles tocaron en esa oportunidad, usando un vestuario similar, al igual que el escenario de la presentación. Leo sobre estos chicos, de los cuales no tenía idea de su existencia,  que “es la primera y única banda venezolana invitada a grabar en el legendario estudio Nº 2 (oficial de The Beatles) en “Abbey Road”, en Londres, luego de sus cuatro años de éxitos (1999, 2000, 2001 y 2006) en el “International Beatles Week Festival” de Liverpool, ciudad natal de The Beatles, donde estos músicos venezolanos realizaron un total de 35 conciertos, incluyendo 15 presentaciones en el famoso “Cavern Club”, donde The Beatles saltó a la fama, siendo los Beat3 homenajeados por el Alcalde de la ciudad y nombrados Embajadores de la Cultura Liverpool 2008”. ¡Vaya, de lo que viene una a enterarse a estas alturas!!! ¿Será porque de Venezuela solo trasciende lo malo a la luz pública? ¿Porque una inmensa mayoría sólo se dedica a hablar pestes del país, tanto dentro como fuera (lo que es como pegarle a la mamá)  del mismo?  


Bien… Me pregunto si estos tributos sólo se dan en el mundo de la música y el espectáculo. La reciente y muy sentida desaparición física del tan nuestro Gabriel García Márquez tuvo un impacto mundial. La televisión española, por ejemplo, dedicó por más de una semana variados micros para recordar al entrañable escritor que tanto tuvo que ver con el hispanismo y la gloria de las letras españolas. Los principales diarios dedicaron páginas enteras a la memoria y exaltación de la vida y obra del gran escritor por parte de autores de renombre. Almudena Grandes, Alessandro Baricco, Javier Marías, entre muchos otros, publicaron su reconocimiento a la estatura del gran hombre de letras que acababa de desaparecer de este plano terrenal.

Felix de Azúa, por su parte, recuerda en un artículo publicado en El País cuando, siendo muy joven, conoció al Gabo, quien aún no era el famoso escritor, porque todavía era “feliz e indocumentado”. Años después, cuenta  de Azúa, coincidió con el ya reconocido escritor en una reunión en casa de su editora. En medio de la tertulia, uno de los invitados comenzó a recitar el famoso poema  anónimo Soneto a Cristo crucificado, García Márquez se unió a su contertulio y “lo dijeron a capella”. La conversación continuó, pero Gabo la interrumpió para  recitarlo una y otra vez hasta unas 10 o 12 veces, paladeando las palabras, lentamente, cerrando los ojos. Tal acontecimiento se lo explica  de Azúa de esta manera: “Aunque yo diría (no lo sé, por supuesto) que García Márquez no tenía creencias religiosas, aquel soneto, como cualquier obra maestra del lenguaje, le permitía participar de toda la esperanza, de todo el consuelo que suele aportar una religión. La perfección de la palabra escrita con arte, el resplandor de la verdad que lleva consigo, bastan para entender que el sentido de nuestras vidas es exactamente aquel que nosotros le damos, el que alcanzamos a cristalizar en algunos momentos excepcionales”.

Dicho esto me atrevo a proponer, ¡ah, jóvenes, tesoros de la buena memoria!,   como primer tributo a nuestro querido Gabo, aprendernos y recitar el precioso soneto en cuestión. Es verdad que no es necesario ser creyente para apreciarlo. Soy católica, pero de poca fe, practicante a veces, sobre todo ahora en esta etapa otoñal de mi existencia. Sin embargo, la historia de Cristo, un martirio que demuestra la increíble crueldad de la que es capaz el ser humano, siempre me ha conmovido, pues es para los creyentes el sacrificio de un Dios para redimir a la humanidad (por demás irredimible, a mi entender), pero también, para el no creyente, la constatación de la maldad, el ensañamiento y la muerte para con el inocente, monstruosos hechos que ocurren a diario en este mundo tantas veces cruel.
Transcribo el soneto con deleite para el lector aplicado:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muévenme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.


¡Cuánto desinterés en el amar pregonó el inspirado autor anónimo, el Amor con mayúscula, suprema utopía… ¡

Y es que recién me doy cuenta que toparse con García Márquez no es inusual, ha estado siempre presente ante nuestra vista, en nuestras vidas, en los anaqueles de bibliotecas y librerías, en los programas de Castellano y Literatura de liceos y universidades, en fotos y afiches, y hasta en las llamadas “guarimbas” que tanto nos han incordiado la vida últimamente. Supe que algunos cretinos, a raíz de su fallecimiento,  quemaron ejemplares de Cien años de soledad; no sé si sacrilegio o estupidez, o ambos dos… Para citar algo más simpático, les cuento que en La Librería del Centro, de la calle Galileo 52 de Madrid, librería especializada en libros hispanoamericanos, se encuentra un pequeño museo del escritor. La intención no es fetichista. La idea es ofrecer al amante de los libros y la literatura  un contacto visual y sentimental con objetos personales que hablan de la individualidad y/o cotidianidad de apreciados escritores españoles y latinoamericanos. Es cautivante ver una boina de Ernesto Cardenal o los lentes de pasta negra que tanto identificaban a Onetti, papeles que pertenecieron a García Márquez o un bolígrafo de María Mercedes Carranza. La nota garciamarquiana se recibe de entrada porque, apenas empujas la puerta de cristal y suena la campanilla que anuncia al visitante, te sale al encuentro un perrillo “atorrante” (cómo no recordar a Benedetti al momento) ladrando desaforado hasta que el dependiente lo llama a la calma. ¿Que cómo se llama el susodicho? Gabo, ¿qué otro nombre podía tener? Gabo omnipresente, Gabo eterno…

Me preguntaba arriba si las letras convocan tributos al igual que la música, pues me parece que no otra cosa se ha hecho con Cervantes y su Quijote. El Círculo de Bellas Artes de Madrid, solía hacer lecturas de El Ingenioso hidalgo… sin parar hasta agotarse el 16 de abril, día del libro y del idioma castellano. Digo solía porque no sé si tan loable iniciativa ha permanecido en el tiempo, pues ahora los españoles cada vez que se menciona alguna cosa que ya no está dicen: “tú sabes…la crisis…” Ojalá que la crisis no haya acabado con estas memorables lecturas. En nuestra Universidad de los Andes, en el Táchira,  la cátedra de Literatura Española organizó con éxito, gracias a sus entusiastas alumnos, lecturas continuas de El Quijote durante el día del idioma. Entonces, valga otro tributo al Gabo, la lectura continua de Cien años de soledad, durante la celebración del próximo día del idioma o en las aulas de clase de liceos y universidades o en tertulias de clubes, peñas, etc. Sin duda sus participantes disfrutarán de una obra diferente a la que ya seguro han leído. Esa lectura en colectivo, oyendo la voz de otros, sus pausas, risas, énfasis y silencios, otorgan una riqueza insospechada al texto. Lo comprobé durante el evento que mencioné en honor  de  El Quijote, celebrado en el salón de Usos Múltiples de la ULA.  

Otra propuesta: el maestro Domingo Miliani nos pedía en clase que enseñáramos “latinoamericanidad” a nuestros alumnos. ¿Qué mejor manera habrá de hacerlo que enseñándoles “garciamarqueanidad”? Otra recomendación didáctica es la de desarrollar la memoria aprendiendo poemas y el inicio de las grandes obras de la literatura universal. Así que aquí va el desafío: ¿Desocupado lector, eres capaz de identificar a cuál de las obras de García Márquez pertenecen los siguientes inicios de sus obras y aprendértelos en consecuencia?:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo”.

“Era inevitable: el olor de las almendras amargas siempre le recordaba el destino de los amores contrariados”.

“El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiro la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de la lata”.

De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo
llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos; rastrojos de una guerra civil”.

“Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventana y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza”.

“El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una
adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible”.

“Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa. Había llegado de Barranquilla esa mañana desde el pueblo distante donde vivía la familia y no tenía la menor idea de cómo encontrarme”.

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió completo salpicado de cagada de pájaros”.  

“Eréndira estaba bañando a la abuela cuando empezó el viento de su desgracia”.

Paro aquí esperando que tú, ahora ocupado lector, continúes el juego memorioso en clase, en facebook, en charlas con amigos, donde quieras…

No sé si se hace necesario cerrar este tributo a García Márquez explicando el por qué comencé estas notas hablando de los Beatles. Qué tendrán que ver unos rockeros con el notable escritor, me imaginé que se preguntaría algún hipotético lector. Pues googleando para salir de la interrogante que yo misma me planteaba, me encontré con el artículo que el Gabo escribió a raíz del asesinato de Jhon Lennon en Nueva York, el 8 de diciembre de 1980. La conmoción mundial que tan absurda muerte provocó fue considerada por el escritor como la apoteosis de los que nunca ganan, como “la victoria mundial de la poesía”. En mundo donde sólo cuentan los vencedores, los que pegan más fuerte, los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombre más ricos o las mujeres más bellas, el mundo llora a alguien que “sólo le escribió al amor”. Para García Márquez los fanáticos de los Beatles no tienen edad predeterminada,  porque “la única nostalgia que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles”.

lunes, 12 de mayo de 2014

RÉQUIEM HETERODOXO POR EL GABO (y V)



Eran las cuatro o cuatro y media, cuando un críptico mensaje de R me sorprendió distraído. “Parece que llegó el paredón de fusilamiento. Ojalá sea sólo un rumor”. No lo entendí de inmediato. Me tomó un rato asociar la frase con las noticias recientes sobre la salud del Gabo. Entonces, como el eco de una sorpresa esperada lo entendí. Entré al twitter, donde sabía que estaría resonando la noticia, pero al mismo tiempo con la esperanza de que la última parte del mensaje fuera cierta, es decir, que no fuera cierto. Pero, no. Era terriblemente cierto el rumor. Entonces, me acerqué a la improvisada biblioteca que he ido formando estos meses y tomé dos libros del Gabo que tengo conmigo. El primero, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada y, el segundo, el volumen VI de la obra periodística del Gabo, De Europa y América -2. En el primero busqué el inicio, magistral introducción al ciclo de Macondo y su realismo mágico; en el segundo, un pasaje, tomado de una de sus crónicas por el bloque socialista, que pudiera parecer intrascendente, pero que yo lo encuentro extraordinario:
Varias semanas más tarde, en mi viaje de regreso a Francia, también encontré en el tren una familia checa que venía de vacaciones. Un francés les hizo una confidencia: en París hay un sitio donde se cambia dinero checo a un precio tres veces más alto que el oficial. El checo rehusó el ofrecimiento.
–Eso perjudica nuestra economía –dijo.

Conmueve, ¿verdad?

*****

He descubierto que dos escritores me han acompañado desde el principio en esta relación que tengo con la literatura. Julio Cortázar y Gabriel García Márquez. A cada lugar que he ido, en cada casa que he ido fundando bibliotecas personales, siempre he tenido libros de ambos conmigo. A veces los pierdo o los recupero. Compro otros nuevos. Vuelvo a perderlos. Quizás con el propósito secreto de encontrarlos en algún puesto de libros usados por casualidad y sentirme satisfecho de poder adquirirlo, como la primera vez. Hoy que recibo esta nefasta noticia no siento sólo que ha muerto parte de la literatura del continente. No siento sólo que el mundo ha perdido al más grande escritor vivo que quedaba. No siento sólo que los lectores del mundo hemos perdido la oportunidad de tropezarnos con alguna nueva palabra suya a la vuelta de una página. Siento sobre todo que he perdido a un amigo, a un compañero de viaje.

V. Compañero de viaje
No he leído todo lo que publicó el Gabo en vida. Me faltan algunos títulos, pero creo que no los fundamentales. Desde la primera vez que leí La cándida Eréndira los libros del Gabo han ido y venido en mis lecturas, aleatoriamente. En ocasiones como resultado de puestas al día necesarias, que en todo caso también le debieron bastante al azar. Con esto quiero decir que algunos de estos títulos los apunté en algún lugar para leerlos, y después, por pura coincidencia (?) me los encontré y pude leerlos. Tal es el caso de La mala hora, novela que hallé en una papelería de Coloncito a un precio inmejorable. La leí con entusiasmo, pero luego —en un acto de ingenuidad altruista— se la presté a un amigo que quería empezar a leer y me pidió que le recomendara un libro. Como lo tenía a mano, se lo presté y, como ya sospecharán, no lo volví a ver. Ni al libro ni al amigo, ahora que lo pienso.

Haciendo un inventario mental de mi relación con los libros del Gabo, creo recordar que la mayoría de ellos pasaron momentáneamente por mis manos para luego perderse entre los ires y venires de la vida. Estoy seguro de que La hojarasca fue mía al mismo tiempo que La mala hora, pero no recuerdo cuál fue su destino. Tuve también una edición muy hermosa de Ojos de perro azul que desapareció en las mismas condiciones que La hojarasca. Una vez quise robarle a un amigo Doce cuentos peregrinos, pero por pudor no lo hice, a pesar de que disfruté mucho leyéndolo en las tardes de ocio de la universidad. Creo que hoy se lo robaría, sin remordimientos.

También fue mía una edición elegante de El general en su laberinto. La regalé, creo que a una chica guapa, de bucles rebeldes y pecas, muy probablemente con segundas intenciones. Intenciones fallidas, como suele ocurrir en estos casos.

El coronel no tiene quien le escriba me lo prestaron y nunca lo devolví, pero así mismo se fue de mis manos. No lamenté ese hurto porque en realidad el libro nunca fue mío. Me gustaría volver a leerlo en estos días. Ojalá se encuentre en algún puesto de libros usados.

Nunca fueron míos Relato de un náufrago, Crónica de una muerte anunciada, Noticia de un secuestro, Los funerales de la mamá grande, Cuando era feliz e indocumentado, El mismo cuento distinto, El otoño del patriarca, Memorias de mis putas tristes ni los Cuentos completos. La mayor parte de ellos los fui leyendo bajo régimen de préstamo. Algunos de la biblioteca de la universidad. De todos, del que tengo más claro el recuerdo es de los Cuentos completos. Lo leí una Semana Santa, cada tarde, en la rudimentaria plaza de El Piñal, cuando el sol inclemente dejaba paso al fresco de la brisa vespertina. Fui unas cuatro o cinco tardes, religiosamente, a sentarme en una banca de láminas de hierro a leer en paz esos cuentos maravillosos. Siempre asociaré el recuerdo de “En este pueblo no hay ladrones” con la imagen de la lámpara que a las ocho de la noche me iluminaba en la modestia polvorienta de aquella plaza de El Piñal.

La literatura también va poblando los lugares que hemos habitado, como escenario de nuestras vidas. Alguna vez intentaré escribir las memorias de los lugares en los que leí aquellos libros que más recuerdo. Los libros nos van acompañando en cada viaje, en cada lugar que vamos ocupando. Me gustaría que se entendiera de estas líneas que las novelas, los cuentos, las crónicas del Gabo han estado presentes en mi vida, como una parte viva de ella. Los lugares en que habité, como Coloncito, El Piñal, San Cristóbal; mis casas itinerantes, aunque no por ello menos acogedoras y trascendentales: Capacho y Cordero; hasta aquellas geografías donde estuve de vacaciones por algunos días o adonde viajé fuera, como Mérida, Santa Bárbara de Barinas o la Cartagena que ya relaté en otra parte de este mismo texto. Lugares que no sólo significan espacios, sino etapas de mi vida, han estado marcados también por la presencia de la obra del Gabo.

Y así como recuerdo estos sitios, también sé que algunas amistades muy cercanas de mi vida han tenido como co-protagonista al Gabo. Luis Mora Ballesteros, hermano de la vida, y yo hablábamos mucho del Gabo cuando nos conocimos en la universidad. Él también tenía el firme propósito de ser escritor. Quiso el destino y mi maldad que ciertos poemas suyos y un primer intento de novela —pésimos ejercicios— desaparecieran de su currículo para siempre. Tiempo después, sorteando el hambre una semana de Feria de San Sebastián, nos divertimos mucho, entre cigarro y cigarro, leyendo las anécdotas del Gabo en Vivir para contarla, la bellísima primera edición de Norma, que una chica le envió a Luis desde Miami, con todo el embalaje de una joya. Uno de los episodios más interesantes de aquellas lecturas fue sobre una ocasión en que Álvaro Mutis salvó de un incendio los manuscritos de La casa (primer título de Cien años de soledad), a pesar de que él consideraba esas páginas una pérdida de tiempo. Ahora que junto ambas anécdotas, creo que probablemente yo también debí salvar el Naufragio del vengador e Íncubo deseo de la basura. Pero, también recordar esos títulos me tranquiliza un poco.

Alguna vez E me contó su travesía para comprar Noticia de un secuestro, porque él es un incondicional del Gabo, pero luego la novela no lo impresionó tanto como esperaba. Le quedó la anécdota, digo yo. No todos los libros tratan de lo que cuentan. Algunas veces, es más importante lo que pasa con el libro, como en La novena puerta, de Román Polanski.

Que Matute me regalara esa hermosa edición de La cándida Eréndira a pocos meses de la muerte del Gabo ha sido una fortuna. También lo ha sido haber comprado ese ejemplar de sus reportajes, muchos de los cuales hablan de Caracas. Una Caracas distante en el tiempo y el imaginario, pero que aún conserva muchas de las calles y de los edificios que viera el Gabo mientras vivió aquí, “feliz e indocumentado”.

Obtener estos libros en estos días me acercó nuevamente al Gabo en un momento oportuno. Me reconcilié con su obra y su papel en mi vida días antes de su muerte, la cual fue una sorpresa, pero una sorpresa esperada. A su edad y con su salud, morir no sólo es natural, sino hasta liberador, como dice mi madre, alma bondadosa y sabia. El duelo subsiste, claro. No obstante, es un duelo natural por la ausencia, no por la pérdida. Rendimos homenaje a quien supo construir una ficción más real que la realidad, y cuyos libros marcaron el destino de muchos, los hayan leído o no.

Me falta por leer una buena parte de la obra del Gabo. Hasta ahora he cubierto, en ciclos que se renuevan, lo fundamental, como ya dije. Ya irá la vida eventualmente poniendo en mis manos y en mis lecturas los libros que me faltan. Pese a que parece haber una tendencia entre cierto grupo de lectores a soslayar sus libros por archiconocidos o porque son un cliché, como el propio Javier Marías admite, siempre es posible encontrarse con el encanto secreto de las grandes obras, cuando se las lee a conciencia. Y la del Gabo se resiste a las modas y a los aparatosos simulacros. No hace falta que yo la defienda. Me basta con disfrutarla, conforme va llegándome, por entregas, como hasta ahora. Igual que un amigo con el que nos reencontramos cada tanto para descubrir cosas que se aprenden poco a poco, a lo largo de la vida.

*****

Veo por la ventana, ahora cuando el sol empieza a levantarse la mañana del 18 de abril de 2014, y en el fondo, entre los edificios, se alcanza a ver el Ávila brumoso y azul. El Ávila que seguramente habrá visto el Gabo cuando vivió aquí en Caracas. El Ávila eterno que nos precedió y nos sucederá. Nos sucederá tanto con la misma inmensidad que la obra del Gabo.

Yo sólo quería dejar constancia de la honda pena que sentí por la noticia de la muerte de un escritor que ha tenido tanto que ver con mis placeres literarios. Alguien, en el futuro, escribirá algo digno de su nombre y su obra. Alguien contará mejor lo que yo he querido contarles aquí. Alguien seguramente sabrá contar con mejores palabras, las palabras adecuadas, la soledad que acompañará al mundo ahora que el Gabo no está. Y quizás también sepa decirnos si estaremos atrapados en un cataclismo que no termina nunca o si por fin tendremos una segunda oportunidad.