jueves, 15 de julio de 2010

150 AÑOS DE ANTÓN, 96 DE CHEJOV


Cada hombre tiene sus puntos negativos y sus puntos positivos, sus virtudes y sus defectos. Pues bien: Antón Pavlovich para mí sólo posee virtudes. No conozco escala para medir el talento de Chejov, pero creo que hay que colocarlo entre nuestros mayores genios.

Máximo Gorki


El 23 de enero se celebraron 150 años del nacimiento de Antón Pavlovich Chejov (Антон Павлович Чехов), en la ciudad de Taganrog, al suroccidente de Rusia. La fecha pasó desapercibida para muchos de nosotros, por simple olvido o imperdonable desconocimiento. Hoy, 15 de julio, se conmemoran 96 años de su deceso, en Badenweiler, Alemania. Aprovecharé esta oportunidad para rememorar algunos, muy pocos, aspectos de su vida.


Los cuentos de Antón Chejov son extraordinarias piezas de ingenio y depurado estilo literario. Eso no hace falta decirlo. Yo lo descubrí en los años en que aún aprendía a mal leer hace casi una década, cuando por pura casualidad compré una antología titulada La cerilla sueca y otros cuentos. Por un vicio de la edad creo que no leí el estudio preliminar que acompañaba esa modesta edición de la Biblioteca Salvat (si mal no recuerdo). Aunque también pudo suceder que no tenía ninguna introducción. Lo cierto es que con el paso del tiempo, y de tanto leerlo en las historias de la literatura que uno encuentra por ahí, asumí como un axioma lo del talento de Chejov y volví a él, en raras oportunidades, sobre todo para leer “La dama del perrito” o “La sala número 6”.


La verdad es que su obra continúa siendo para mí más una referencia que una fuente de primera mano. Pero este año ha sido para mí el de Antón Chejov. Varios acontecimientos aislados en apariencia, me han hecho primero leer varias de sus obras y después saber la gran importancia que el escritor tiene para Rusia desde antes de que muriera.


En primer lugar, para el Día del Libro y del Idioma, buscando un buen título que regalar como premio en nuestro concurso de Reseñas, tan menguado en participantes, encontramos una colección de relatos titulado Cuentos breves para seguir leyendo en el bus, (Norma, Colección Verticales de bolsillo, 2009) segunda parte, como es fácil deducir, de Cuentos breves para leer en el bus. En él se reúnen varios autores de gran talla y títulos de factura no menos prestigiosa. Entre ellos se encuentra “En la oscuridad”, una pequeña obra maestra de Chejov que además de un su humor refinado e inteligente, revela las grandes dotes que consagraron al escritor como uno de los mejores dramaturgos de la literatura universal. (No exagero, ya verán por qué).



Pocos días después, encontré una colección titulada El beso y otros cuentos (Edhasa, 2006), que aunque erróneamente ilustrada, contiene piezas maravillosas del autor, como “Apellido de caballo”, “Pequeñeces”, “Una bromita”, “El camaleón” o “Tristeza”(!). A raíz de este hallazgo decidí sustituir la lectura de Crimen y castigo, del que mis estudiantes seguro leerían un resumen, por algunos de los cuentos de Chejov, y así sin darme cuenta, me obligué a buscar más información sobre el autor y sus obras.



En esta búsqueda, y también por un poco de azar mezclado con destino, di con un tomo de esos que Allan Poe llamó “a quaint and curious volume of forgotten lore” (y que el maestro Pérez Bonalde tradujo como “un raro infolio de olvidados cronicones”): Maestros Rusos. Tomo III (Planeta, 1962). Está en la Biblioteca Pública “Leonardo Ruiz Pineda”, de San Cristóbal. Es un bello ejemplar que se conserva en excelentes condición, gracias al amable gesto de los lectores de no tomarlo nunca. El empastado es de piel y contiene más de 1800 páginas, en papel biblia. (Para más señas les dejo una fotografía del libro).


Esta rareza especial contiene obras escogidas de Dmitri Sibiriak, Vladimir Korolenko, Vsevolod Garshin, Máximo Gorki y, obviamente, Antón P. Chejov. Para ser sincero, de todos sólo conozco tres. Me interesó el título acompañado del nombre de nuestro autor, y por eso lo tomé. Me di cuenta de que tenía un largo estudio preliminar y quise leerlo para enterarme de algunos detalles de ese vasto universo que es la literatura rusa. El autor de esta introducción y artífice de la antología es S. J. Arbatoff, un respetado conocedor del tema, que para mí suerte, nos regala una bellísima semblanza de Antón Chejov, la cual es, en resumidas cuentas, el origen de estas líneas, y de mi renovada y más clara admiración por el escritor.


Lo primero que me sorprende de las casi cien páginas que Arbatoff dedica a la vida personal y a la carrera literaria de Chejov es la larga descripción de los homenajes que el Kremlin rindió al escritor en el cumplimiento del centenario de su natalicio. Se iniciaron los preparativos un año antes de la fecha y las actividades incluyeron una gran cantidad de festividades en toda la URSS. Arbatoff lo dice así: “Por iniciativa del Gobierno soviético se dispuso que todas las organizaciones culturales del país celebraran asamblea, se pronunciaran conferencias y se representaran en los teatros dramas de Chejov. Casi puede asegurarse que no hubo otro proyecto del Kremlin aceptado con tanta alegría y buena disposición como éste, relacionado con los festejos del nacimiento de Chejov”.


Las actividades, que duraron todo el año, comenzaron con una gran velada en el Gran Teatro de Moscú, la cual contó con la presencia de casi todos los funcionarios diplomáticos presentes en la ciudad y de los representantes de las oficinas pública soviéticas. Al mismo tiempo, en cientos de ciudades de la unión los festejos no fueron menos y se extendieron durante meses. Según cuenta el propio Arbatoff “la radio llevó hasta los lugares más remotos del vasto imperio las disertaciones, conferencias, representaciones de las principales obras de Chejov”. También se incluyó la proyección de cortometrajes y filmes adaptados de los libros del escritor y se inició la instalación de un museo que llevaría su nombre.


(Monumento a Antón Chejov en Moscú)

No podemos estar seguros de que estos homenajes se llevaran a cabo con las condiciones que lo relata Arbatoff porque es bien sabido el problema de ineficiencia que minaba las estructuras públicas de la URSS, pero, el simple hecho de que las autoridades soviéticas, esos gendarmes del arte, dedicaran semejante atención (aunque más no fuera que en el papel) a la persona de un hombre que tuvo una participación mínima (en términos políticos) en la lucha contra el zarismo, en una época decisiva, y que hasta estuvo relacionado con reaccionarios confesos, habla sobre la significación de Chejov para la letra rusas.


Por otra parte, y continuando su descripción de las celebraciones del centenario, Arbatoff enumera el homenaje que se dedicó al artista en todo el mundo: “Una exposición extraordinaria de fotografías, carteles, programas, decorados, trajes, maquetas, etc., inaugurada en Moscú [recogió materiales procedentes] de muchos países, como Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Suiza, Japón, China y —naturalmente— de todos los países satélites”.


En muchos países se representaron sus obras en los principales teatros: Finlandia, Inglaterra, Bélgica, España, Francia, India y hasta en Venezuela, donde “se celebró una velada literaria en memoria de Antón Chejov, en la que se leyeron fragmentos de sus obras y se entabló un interesante coloquio sobre su extensa producción literaria”. En París la UNESCO publicó una revista dedicada al centenario, mientras que en Londres, “el país de la short story”, donde se habían publicado por primera vez las Obras completas de Chejov, la Real Academia de Arte Dramático realizó un reunión solemne a la que asistieron las grandes personalidades de las esferas culturales para leer una selección de los textos del autor ruso.


La traducción de sus libros, los cuales rápidamente alcanzaron los más de setenta idiomas, ayudó a que en las celebraciones también se contaran representaciones en todo el mundo por compañía amateurs o aficionadas, lo cual demuestra que el cometido de Chejov de acercar a todos los lectores a un visión sencilla y sincera de la naturaleza humana cumplió su cometido.


Porque éste es el valor que más resalta Arbatoff y el que uno puede descubrir sin mayor esfuerzo en el genio de Chejov: “el don de escribir la vida cotidiana, de una manera realista y brillante y de formar sus héroes —que en realidad eran seres insignificantes y pequeños que vegetaban en las tierras de Rusia—, con gran delicadeza y acusada sensibilidad”.


El escritor que inicio su carrera escribiendo pequeños artículos satíricos y humorísticos, por lo cuales le pagaban una infame cantidad de rublos, se granjeó pronto merced a su talento admiradores y amistades que durante toda su vida le brindaron su apoyo, moral o económico, ya que Chejov padeció una terrible pobreza disimulada por lapsos precarios y agravada por la tuberculosis que contrajo ejerciendo la profesión que estudió en la universidad: la medicina. La misma tuberculosis que terminaría su vida a la temprana edad de 44 años.


Entre estas amistades selectas pueden contarse a Máximo Gorki, quién siempre admiró a Chejov y sintió su muerte como la de un padre; Piotr Tchaikovski, el gran compositor, que le visitó en su casa de Moscú, en parte para conocerlo, en parte para ver si lograba un libreto suyo para un opera. Al terminar la reunión y retirarse el músico le mando a Chejov un retrato con esta dedicatoria: “A A. P. Chejov de un ardiente admirador. P Tchaikovski. 14 octubre 89”. Más que un amigo fue Konstantín Stanislavski, artífice del método de interpretación teatral que lleva su nombre y co-fundador del Museo de Arte de Moscú.


(Chejov con Máximo Gorki)

No sería justo decir que fueron amigos, pero, sí que admiraban su obra mutuamente con Lev Tolstoi, quien leía con avidez los cuentos de Chejov, y con quien se reunió en varias oportunidades; y Sergie Rachmaninov, a quien conoció en las veladas que daba Chejov y al que un día dijo:

—Usted llegará a ser un gran artista.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó el compositor azorado.

—He observado su cara durante todo el concierto—replicó Chejov.


Especial mención merece Alexei Suvorin, propietario del periódico Tiempo nuevo, órgano reaccionario y de franca derecha, para el que Antón escribió durante muchos años. Con Suvorin mantuvo una larga amistad de correspondencia y contratos editoriales, que sacaron a Chejov de muchos apuros. Las relaciones llegaron a su fin por el famoso caso Dreyfus, en el que Tiempo nuevo defendió la postura de los condenadores. Poco tiempo después, queriendo el escritor cobrar algunos rublos por derecho de autor, en la caja del periódico le informaron que nada se debía y que por el contrario él adeudaba más de cuatro mil rublos (toda una fortuna para la época), la cual no sería cobrada. Con ello Chejov pudo descubrir la buena disponibilidad de su amigo, que nunca le negó dinero cuando así lo requirió. Cuando los restos de Chejov se trasladaron de Alemania a Moscú, le espero con doloroso nerviosismo y hasta llegó a quejarse porque la compañía de ferrocarriles no tuviera más miramientos con la llegada de su antiguo amigo. Arbatoff dice que muchos de los presente la actitud de Suvorin les recordó la de un padre que espera al cadáver de su hijo.


(Chejov con Lev Tolstoi)

¿Y en qué se basan esta amistad sincera y la admiración de tantas grandes figuras? En el espíritu sencillo y humilde de Antón Chejov. Un hombre que vivió una “corta vida y tuvo un triste final” y durante ese tiempo se dedicó a cuidar de su familia, a soportar su enfermedad y a describir la vida en un país dominado por la opresión zarista.


Quisiera hablar sobre sus penurias económicas, sus primeros fracasos y luego el éxito como dramaturgo, sus curiosas historias de amor y su lenta muerta en brazos de su esposa Olga Knipper; pero, me tendría que extender más de la cuenta. Ya tendremos oportunidad para escribir más sobre Antón Chejov, pues, como dije, éste es el año de su 150º aniversario. Me limitaré a invitarles como siempre a que leamos sus obras y disfrutemos de su gran capacidad para dibujar el mundo tal cual es y aún así maravillarnos con la vista.


Larga vida a la memoria de Antón Chejov y al legado de uno de los más grandes escritores de todos los tiempos.
(Chejov con su esposa, Olga Knipper)