viernes, 24 de diciembre de 2010

MANUELITA SAENZ COMO PERSONAJE LITERARIO

Hace un buen rato que deseo escribir sobre Manuelita Sáenz como personaje literario, motivada en primer lugar, claro está, por la seducción que ejerce sobre mí su figura histórica de mujer audaz y rebelde. Otro acicate lo tuve al leer un artículo del profesor Alberto Rodríguez, muy rico en referencias sobre el tratamiento de Manuela en diversos géneros literarios (Leer en el caos, 2002. Caracas, UCAB, pp. 113-121). El tercer motivo es el más curioso: la “repatriación” de sus restos desde Paita por el actual gobierno bolivariano, cosa imposible porque los mismos desaparecieron en el anonimato de una muerte ocurrida en el confinamiento de su exilio peruano. Cuando oí que ocurriría tal cosa no salí de mi asombro hasta que me enteré de que era un traslado simbólico, que sólo se trataba de un puñado de tierra del puerto donde murió, a fin de hacer posible que se reuniera con su amado, el gran Bolívar, en el Panteón Nacional… Tal gesto de melodrama me dejó sin comentarios, en puntos suspensivos…o quizás en interrogantes: ¿Cuánto le costó al país ese performance? ¿Qué hubiera pensado o dicho la irreverente difunta si pudiera hacerlo hoy desde allá, desde los confines de la muerte? Más puntos suspensivos… Quizá me marcó un poco la caracterización que hizo Beatriz Valdés de Manuelita en la película de Diego Risquez, donde el carácter atrevido, desafiante y confrontador resalta junto a algo que no me gustó del todo, el que la pasión de la heroína pareciera ser más el hombre y menos el proyecto de libertad. Quizá fue una mala lectura que hice del film, no sé. Es por ello que lo de que sí reivindico del performance al que aludí arriba, es el que se exaltara que antes de su encuentro con Bolívar, ya Manuela era una activa partidaria de la causa independentista de la América Hispana.

Volviendo a lo que interesa, debo comentar que según Rodríguez más allá de la configuración romántica de la heroína como la “adorable loca” o la “Libertadora del Libertador”, como la designó Simón Bolívar, la figura histórica de Manuelita Sáenz ha devenido en mito. Tanto así que a Manuela se le ha representado de acuerdo a dos polaridades: entre el mito heroico y el mito erótico. Es decir, por un lado es una “figura legendaria del imaginario épico de la emancipación” y por el otro una “imagen de alcoba”. No hay duda de que ambas configuraciones la reducen en su significación. Tal dualidad la persiguió en vida, en el habla de sus contemporáneos, así como póstumamente en los escritos sobre su persona.

En los textos literarios o en las biografías de Simón Bolívar, se representará a Manuela como figura secundaria. Veamos cómo la presenta García Márquez en El general en su laberinto, según cita el profesor Rodríguez:

Era astuta, indómita, de una gracia irresistible, y tenía el sentido del poder y una tenacidad a toda prueba. Hablaba buen inglés, por su marido, y un francés primario pero comprensible, y tocaba el clavicordio con el estilo mojigato de las novicias. Su letra era enrevesada, su sintaxis intransitable, y se moría de risa de lo que ella misma llamaba horrores de ortografía. El general la nombró curadora de sus archivos para tenerla cerca, y esto les hizo fácil el amor a cualquier hora y en cualquier parte, entre el fragor de las fieras amazónicas que Manuela domesticaba con sus encantos.

Otra perspectiva alcanza su figura cuando es personaje central de diversos géneros como la novela y el teatro, así como su representación en poesía, menos frecuente. La insepulta de Paita, de Pablo Neruda, es uno de los poemas más conocidos dedicados a su figura, en los que el poeta le cantará: “Manuela, brasa y agua, columna que sostuvo/no una techumbre vaga sino una loca estrella”.

Aunque quizá el caso más curioso, por el escándalo que ocasionó, fue la novela erótica de Denzil Romero La esposa del Dr. Thorne, que en 1988 provocó reacciones airadas y pronunciamientos condenatorios hasta del congreso ecuatoriano, así como de sociedades bolivarianas de varios países latinoamericanos. Dicen que Denzil Romero fue retado a duelo por un miembro de estas sociedades por manchar la memoria de la heroína, ya que en su novela la representaba como una dama de costumbres sexuales licenciosas.

Es posible que esta fabulación de Romero la haya inspirado, o al menos tendría su antecedente, en las Memorias de Jean Baptiste Boussingault, aparecidas en francés entre 1892 y 1903 en París y traducidas parcialmente al castellano en 1940, uno de los primeros perfiles biográficos sobre Manuela. Según Boussingault ella era “trivial, coqueta, excéntrica, sensual, veleidosa, irreverente, pero valerosa y muy cambiante” Para este contemporáneo, Manuela era burlona, liviana y provocadora con los hombres, de conversación superficial, poco interesante, además de despreocupada en sus modales e irrespetuosa de protocolos o rituales religiosos. Dicen las malas lenguas que ella había rechazado sus pretensiones amorosas, he aquí la posible razón de una visión tan negativa sobre la dama en cuestión

Muy diferente es la semblanza que escribe el tradicionista peruano Ricardo Palma, quien la conoce en Paita en 1858, ya vieja y enferma. El la encontrará pobre pero vivaz, como una reina centrada en su trono, elocuente, de fuerte carácter y amena conversación, aunque renuente a hablar del Libertador, así como de los días de lucha por la independencia.

Quizá encontremos un mayor equilibrio en la configuración del personaje en novelas más recientes que ganan en verosimilitud al presentarnos a una Manuela heroica, audaz, muy libre para su tiempo, pero también con las debilidades de todo ser humano. La gloria eres tú (2001), de la argentina radicada en Bogotá, Silvia Miguens; Nuestras vidas son los ríos (2006), del colombiano, Jaime Manrique, y Manuela (2008), del ecuatoriano Luis Zúñiga, nos entregan a una Manuelita Sáenz más mujer y con ello más cercana, de carne y hueso, más plena de significaciones. Además, tales novelas demuestran el interés continental que tan destacado personaje de la historia ha despertado al paso del tiempo.

Silvia Miguens arma su novela a través de cortos capítulos sin título ni numeración en los que va intercalando la narración en tercera persona del acontecer histórico protagonizado por Bolívar y Manuela; junto a capítulos transcritos en cursiva en los que la voz de Manuela habla desde Paita; algún capítulo fechado a modo de diario, además de la inclusión de cartas verdaderas intercambiadas entre los inmortales amantes o entre Bolívar y San Martin, incluyendo hasta la famosa carta de Manuela a su marido en la que le echa en cara su amor por el Libertador. La intención no es otra que la de destacar el valor del documento histórico como garante de la verosimilitud de la novela. Sin embargo es para mí lo menos acertado de la obra, mucho pastiche, según mi gusto.

La novela de Manrique, profesor de la Universidad de Columbia, se distingue por haber sido escrita en inglés originalmente, o sea que llega a nosotros a través de traducción y edición de Alfaguara. Esto justificaría el que pudiéramos hablar de literatura latinoamericana en inglés, desde el momento que está escrita por un latino con tema sobre nuestros asuntos, historia e idiosincrasia. Nuestra vida son los ríos presenta a mi juicio una estructura más limpia. Dividida en cuatro libros, la narración fluye a tres voces: Manuela, Natán y Jonotás. Esto presta una acertada perspectiva polifónica, tres visiones diferentes de los personajes entre sí y sobre sí mismos.

Zúñiga, por su parte, escribe las memorias que una desolada y vieja Manuela redacta para espiar “desazones y antiguos rencores”. Se trata de XIII capítulos precedidos por el antiguo recurso de colocar frases breves que resumen su contenido, tal como lo hicieron en El Lazarillo de Tormes, Cervantes en El Quijote y hasta Teresa de la Parra en Ifigenia. Otro recurso en pos de la verosimilitud de nobles antecedentes: la novela termina con una breve nota de la criada, La Morito, quien deja testimonio, con los errores ortográficos de rigor, de que hace entrega al profesor de la escuela en Paita, antes de partir a Lima, de los manuscritos contentivos de las memorias de Manuela, los únicos que se pudieron salvar de entre los documentos que su patrona guardaba con celo y que fueron quemados por temor a la peste de la que murió.

Miguens y Manrique finalizan sus novelas dejando viva la voz de Manuela, su cuerpo muere, pero su voz sigue contando convertida en vuelo de colibrí o cóndor. Lo que demuestra que es cierto que los mitos no mueren, sólo se transforman como nos decía nuestro maestro Domingo Miliani en clase. Por eso, Manuela Sáenz siempre será una figura polémica, polisémica, infinita…

Y para enlazar con el desconcierto del que hablé al principio de esta nota, quiero cerrar transcribiendo parte del epígrafe con el que Silvia Miguens precede su novela, porque resuena misteriosamente y muy a propósito de lo que he sentido sobre este tema:

“…hasta el peligro de lo inverosímil, de la ira de lo inverosímil en nuestra época, en que hay que vivir y morir en realidad”. Dulce María Loynaz.

Manrique, Jaime (2007). Nuestras vidas son los ríos. Colombia: Alfaguara, pp.370.

Miguens, Silvia (2001). La gloria eres tú. Bogotá: Ediciones Aurora, 254.

Zúñiga, Luis. (2008). Manuela. Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana, pp. 173.