La
estatura poética de Enriqueta Arvelo Larriva ya ha sido ampliamente reconocida
en el ámbito de las letras nacionales y aceptada por el canon como la primera
mujer que asumió la posesión de una voz propia, con lo que abonó el camino de
la poesía venezolana hacia la modernidad. Son varios los estudios que se han
hecho sobre su obra, nunca suficientes, por supuesto, dada la singularidad de
su poética, lo que no permitirá agotar
la lectura de sus entrañables y profundos poemas.
Cada
quien sostiene a un poeta, dijo Hanni Ossot, y, luego de leer esa frase, me he
dado cuenta de que la poesía de Enriqueta siempre me ha acompañado. Hoy día
pareciera difícil poder decir algo más sobre la Arvelo que no hayan dicho ya
Carmen Mannarino, su estudiosa por excelencia,
Luis Alejandro Angulo Arvelo, en la semblanza que hizo sobre su tía para
el libro Barineses ilustres, o
también Orlando Araujo, Ida Gramcko,
Vicente Gerbasi, Luis Beltrán Prieto
Figueroa, Elisa Lerner, Margara Rusotto y tantos otros críticos y poetas que le
han dedicado atención a su figura y obra. Sin embargo, la más reciente
publicación sobre ella, el ensayo de Alicia Jiménez de Sánchez titulado Como el hilo sin perlas. Viaje al universo
poético de Enriqueta Arvelo Larriva, ha demostrado que todavía quedan cosas
por decir y saber sobre nuestra poeta.
Gracias
a la acuciosa pesquisa de Jiménez nos enteramos de su afición al beisbol, era
magallanera, así como de la poca importancia que su familia le dio como poeta,
no así como prosista, excepción honrosa de su primo, el también poeta Alberto
Arvelo Torrealba. Es posible que a ese desdén de la familia se deba, en alguna
medida, el que se haya conservado muy
poco de su epistolario, tan ponderado por Mariano Picón Salas y Udón Pérez,
entre otros. Es ésta otra más de las lagunas que encontramos al tratar de hacer
un seguimiento de la obra de tantas autoras, vacíos que conforman ese “vasto
territorio aún sin cartografía: la historia de la mujer venezolana” (Pantin y
Torres, 2003, 39).
Lo
primero que quiero evocar es su figura. Sus contemporáneos la describieron como
una mujer alta, sobria, taciturna, sencilla, estoica como una mujer
lorquiana, tímida y débil, aparentemente, pero fuerte a la hora de defender sus
convicciones. Lamentablemente sus evocadores olvidaron que también era una
mujer alegre por naturaleza, buena conversadora, preocupada y activa en favor
del bien de su comunidad, no ajena a la pasión y la lucha política, discretamente por supuesto, como bien
puntualiza Alicia Jiménez en el ensayo mencionado. Nacida en Barinitas en 1886, fue allí donde vivió gran parte de su vida,
ya que sólo pudo establecerse definitivamente en Caracas en 1945. Esto ocasionó
que se sintiera aislada e incomprendida, confinada como estaba en un pequeño
pueblo de provincia. Es por ello por lo que no se sintió parte de ninguna de
las generaciones poéticas de su momento, pues era demasiado joven como poeta
para formar parte de la generación del 18, y demasiado vieja para engrosar las
filas de los poetas del 28, aunque tuviese con unos y otros ciertas coincidencias, lo que demuestra que
Enriqueta no era ajena al acontecer literario de su hora, pero que también era
reacia a militar en las filas de una tradición a la que no pertenecía
cabalmente. Esto no es de extrañar si tenemos en cuenta la advertencia de Yolanda
Pantin y Ana Teresa Torres (2003, 37) quienes reconocen que en Venezuela, salvo
contadas excepciones, las mujeres han escrito al margen de agrupaciones
literarias y de vanguardias establecidas por la crítica, dado que las mujeres
tienen su propia historia, junto a la historia general. “Corresponde a las
damas inventar sus precursoras”, escribirán las autoras antes mencionadas,
citando a su vez a María Moreno
No
hay duda de que Enriqueta contribuyó con la elaboración de su propio mito, el
de mujer estoica, virtuosa, exigente consigo misma y con su poesía, lo que la
llevó a destruir muchos de sus escritos, gesto que sorprendía a Ida Gramcko.
Además de revelarse a través de sus versos, no se exime de ofrecer datos sobre
sí misma en sus artículos periodísticos. Sabemos que colaboró asiduamente con
diversas publicaciones periódicas, el diario El Nacional, entre estas. Inicialmente escribió, bajo el
seudónimo de Santica Luzardo, artículos en los que comentaba sobre variados temas de su actualidad y sobre la obra de
otros escritores y poetas. Más adelante, prefirió firmar estos artículos con su propio nombre. En ellos nos da pistas sobre su vida y claves de su
poética, ya que solía entretejer datos autobiográficos con opiniones y
valoraciones sobre libros o determinados aconteceres de su momento. Por esta
vía nos enteramos de su temperamento inquieto, impaciente y vital; de su
aversión a las corridas de toros, por considerarlas bárbaras; de su afición a
los “decires llaneros”, parte de una formación anímica que se refleja en su
poesía; de su clamor, hoy tan vigente, por la unidad del país, abrumado por la
conflictividad política, o que llegó a guardar luciérnagas en un frasco para
iluminar mágicamente su habitación.
En
esta oportunidad quiero detenerme un tanto en sus Poemas perseverantes, los cuales fueron publicados en 1963. Se
trata de un libro póstumo integrado por una selección de la producción
correspondiente a varias etapas creativas de nuestra poeta. Es un acierto que
el mismo comience con “Marcas en el
espacio”, brevísimo poema de versos heptasílabos que repite una de las
constantes de la poesía de Enriqueta, como es el continuo interrogarse ante la
naturaleza, la que tantas veces la deja sin respuesta. En este caso la gran
pregunta que toda poeta se hace queda abierta: ¿cuál será la trascendencia de
mi poesía? “¿Será gama durable/o relámpago?”. Seguidamente llama la atención
que en algunos de los poemas del inicio omita los verbos en toda una estrofa,
como sucede en “Adolescencia”, o los use
sólo en infinitivo, como en “Primavera”,
con lo que el yo poético desaparece dando la impresión de impersonalidad y
distancia, como si se quisiera hablar de la adolescencia como experiencia
universal, y no sólo de la propia
experiencia individual; o de la primavera como disfrute, gracias a un
desdoblamiento que permite observar y vivir al mismo tiempo la constatación del
renacer de lo natural: “Buscar arrimo en troncos de los árboles/para estudiar a
gusto del revés del ramaje”.
Esas
imágenes que los poemas evocan desde sus
títulos, “Infancia”, “Adolescencia”, “Primavera”, nos remiten a una poética de
la búsqueda de una identidad propia como creadora, donde se ilumine en lo
posible todo aquello que “está encubierto y envejeciendo en germen”. No otra
cosa nos dice el verso “Rehuir rutas cansadas desde el salir”. Lo que nos
revela que Enriqueta se mantuvo fiel hasta el final a su anhelo de encontrar su propia música,
así como al intento de rever su entorno, tratando de encontrar esa cifra que esconde
el “revés del ramaje”. Se trata de una poética que se afinca en lo cotidiano,
en lo menudo, en lo que aparentemente no reviste trascendencia alguna, pero que,
gracias a lo que Fernando Paz Castillo llama felizmente “la imaginación del
sentimiento”, se traduce en profundas revelaciones.
Quizá
uno de los poemas más bellos y citados de este libro sea “Casa de mi infancia”. En él le canta a la antigua y grande casa familiar
poblada de ventanas, ese umbral tan ponderado en la escritura de las mujeres y
por ello tan femenino, límite del adentro y el afuera, donde la poeta se asoma
a gozar su existencia y “a entreabrir los labios contra el viento”. Este verso
se refiere sin duda a su hacer poético y a su sembrar “en el montón sordo”, del
que tanto se quejó en sus inicios como creadora, toda vez que su “voz aislada”,
no encontraba interlocutores en su entorno, puesto que sobre su labor cayeron
“toneladas de indiferencia”, como ella misma llegó a afirmar. La casa será
entonces el recinto donde la imaginación se hecha a volar, donde una niña
solitaria le habla a un tú, personificación de una casa que propicia el sueño creando “imágenes a tus solos espejos”
y asustando “a los duendes detrás de tus cortinas”.
En
este poema aparece contrastada la figura materna con la del padre. En esa casa,
redil potenciador de la imaginación
creadora, la madre será una imagen que se disuelve en la idealización frente a
lo poderosa presencia del padre. Recordemos que Enriqueta perdió a su madre
cuando apenas contaba con siete años, de modo que quizá la falta de la imago materna desde tan temprano haya
influido en su poesía, por lo que es frecuente encontrar imágenes y símbolos que aluden a la firmeza,
eficacia o logro, asociados siempre a lo viril.
Y
si se trata de saber cómo era Enriqueta, cómo se veía a sí misma, basta leer el
poema autobiográfico “Oh Creador”. En una plegaria a Dios en versos
heptasílabos, prueba de que gustaba de la métrica mas no de la rima, se
describe a sí misma en expiatoria plegaria que pide castigo por la perseverancia en unas
contradicciones que la privan de experiencias vitales, sin que su voluntad
pueda hacer nada para remediarlo. Como ya hemos apuntado en otra ocasión
(Pacheco, 2006: 65), el hecho de que Enriqueta
no pudiera profundizar en sus raíces maternas, con lo que hubiese podido
paliar la sensación de ser incompleto que trae consigo la separación de la
madre, encuentra su válvula de escape en las frecuentes imágenes en las
que el yo poético se siembra metafóricamente en la tierra, enraizándose en ella.
En este poema se convierte en una planta, raro vegetal que anhela “bravo viento”, pero se refugia en “aire
manso”; que quiso volar, pero se quedó “en su sitio”; vegetal al que lo “troza”
el silencio, pero cuando oye voces “se esconde en sus raíces”; al que lo asustó
el amor y, aunque “Ama a las gentes”, se
aparta de su lado. Sin embargo, su orgullo es indoblegable, pide castigo, pero no se arrepiente, pareciera
que se trata de una herencia, de la cepa familiar, pródiga en firmeza y en
vocación poética. Enriqueta se asume
como desheredada de vivencias, de amores, de belleza física, pero se sabe poseedora de una riqueza intangible,
muy propia, bien lo dicen dos versos muy elocuentes: “Y llevaría lo que exaltó
mi mundo/No sé bien qué es, pero lo llevaría”.
En
esa vía del disfrute de lo intangible,
del idealismo como postura estética, se inscriben los poemas de amor de
Enriqueta Arvelo. En un bello poema, “Huella vaga”, se dirige a un tú que
regresa presagiando perturbación al yo poético que se refugiaba en la serenidad
de sus versos, sus “rosas más nuevas”. Gracias al poder del pensamiento, de la
imaginación, estaba resguardada de “la rodeante ardilla de tu inquietud”, “del
tamarindo de tu decir”. Nótese cómo toman rango poético unas imágenes tan propias, tomadas de lo
natural y cotidiano, con las que carga su léxico de originalidad. De modo que
no es al regreso del ser amado al que le canta, a su presencia real, sino al
recuerdo que de pronto la asalta, al que prefiere por sobre todas las cosas.
Ello se explica con uno de sus versos más memorables: “tantas cosas son
nuestras sin tomarlas”.
Pero
esa intangibilidad no es tan complaciente en “Insomnio”, donde los recuerdos
se vuelven tormento que desvela. La tan
pretendida serenidad a la que tanto le ha cantado Enriqueta en poemarios anteriores,
aquí se disuelve suplantada por imágenes que expresan una violencia poco
frecuente en esta poesía que siempre habla de contención y control de las
emociones. Así nos encontramos con una noche estremecida, con el hacha que deja
astillas en la almohada, con una lluvia de espinas y martillos sobre las sienes,
imágenes que dan fe de lo que la propia poeta refiere cuando describe su vida como “ambientalmente de paz y anímicamente de
inquietud”.
El
tema de la solidaridad con los desposeídos es frecuente, tanto en los artículos
periodísticos como en algunos poemas del libro que comento. Deseosa, siempre
del “ancho bien”, nuestra poeta no puede glosar en un artículo la plena
felicidad que una casa nueva le provoca “pensando en los ranchos miserables”.
Asimismo, dice en un poema “Cuánto te he
amado agua” para, seguidamente, ante los estragos que los aguaceros provocan en
las viviendas de los pobres, increparla con estas palabras: “Y hoy, inundadora,
te niego mi sonreír”. Es así como su compasiva solidaridad desplaza su afecto,
por ello dice: “y amo, oh flojos techos, las palmas raleadas y los parales
temblantes”. Porque si bien la poesía es para Enriqueta un medio para
rencontrarse con mayor lucidez con la realidad, para intuir o entrever como
bien dice en “A veces”, también, y sobre todo, es un compromiso con lo humano.
Esa preocupación por los desheredados será otra de las constantes temáticas de
su poesía.
Y
si nos atrevemos a sintetizar la interpretación de la obra poética de Enriqueta
Arvelo Larriva, a sumarla toda en un
solo verso, este no podría ser otro que el que cierra el poema “Asistida
angustia”: “El poema es la vida con su sabia de instantes”. El mismo revela la
razón de ser de su poética, el gusto por la sencillez en el decir, por la
elocuencia que las palabras precisas, sin excesos retóricos, le prestan a una
obra reveladora de una vida marcada por una inspiración poética que potencia el
entorno vital, dotándolo de trascendencia, sea un árbol, las aguas del río, el desvelo
nocturno, las secretas angustias, el pasar de las horas o el presentimiento de
la muerte.
REFERENCIAS
Arvelo
Larriva, Enriqueta (1963). Poemas
perseverantes. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República.
Jimenez de Sánchez, Alicia (2011). Como el hilo sin perlas. Viaje al universo poético de Enriqueta Arvelo Larriva. Caracas:Fondo Editorial Fundarte.
Ossot,
Hanni (2002). Cómo leer poesía.
Caracas: Comala.com.
Pacheco,
Bettina (2006). Enriqueta Arvelo Larriva
(1886-1962). (2006). San Cristóbal: Universidad de Los Andes.
Pantin,
Yolanda y Ana Torres (2003). Al hilo de
la voz. Caracas: Fundación Polar.
ANTOLOGÍA:
POEMAS COMENTADOS
MARCAS
EN EL ESPACIO
Un rebaño de manchas
o brachadas sin vínculo.
La mañana les fija.
Su derivo es la noche.
¿Servirá su color
para marcar mi polvo?
¿Será gama durable
o relámpago?
ADOLESCENCIA
Encanto fragoroso.
Bloqueo sin refugios.
Bejucos resinosos enredados,
con los polos perdidos.
Honda rodadura de sangre
Como de piedras por la cuesta.
Apego a las sortijas y pulseras adultas
y desdén por la cinta maltratada
de domingos pueriles.
Ensayar con calor las espuelas del
hombre
y montar su caballo con el temor sujeto.
Andar, a sabiendas, sin concluir;
Pero gozar el roce de la hebra del
remate.
PRIMAVERA
Abrirse una extensión llena de luz
oscura.
Vestir de bienvenidas.
Dar un aroma nuevo y ya endiosado.
Vivir el sol la piel,
pero anhelando la tierna hoja del
tártago.
Sembrar en aire y río
las filas oscilantes en un puño de
tierra.
Buscar arrimo en troncos de los árboles
para estudiar a gusto el revés del
ramaje.
Rehuir rutas cansadas desde el salir.
Abrir angosta vía en médula de bosque,
asignada a los pasos sensibles, sedientos,
pedidores de albricias.
Y ya al tocar el viaje, ¡lástima!,
borrarse la vereda estrenada por bestias
inocentes.
CASA
DE MI INFANCIA
Casa ancha, alta, pura,
antigua propiedad de vellones y piedra,
quiero que te amen mis amigos.
Yo andaba por ti como por una ciudad
bella y extraña
y conocía todos tus llanos y tus
quiebras,
toda tu luz, todo tu aire, todas tus
penumbras.
Conocía los detalles de tu cielo y tus
muros,
me asomaba a todas tus ventanas, un
instante,
a ver nada, a gozar la existencia de
ventanas
y a entreabrir los labios contra el
viento.
En tu patio, espacio doméstico y
pradera,
guiaba mi vida por los tonos de las
malvarrosas;
con tierna saña pisaba las mimosas para
dormirlas
y apretaba la cápsula de los caracuchos
para admirar su humano fruncimiento;
mojaba el pie cálido en el arandel de la
astromelia
donde recortaban su exilada sed los
güiriríes
y veía con unción la cola cerrada de los
pavorreales.
Me placía en tu cuadra
el temblor reluciente de la piel de los
caballos
y me entusiasmaba en tu hogar
el fuego sonante, desnudo, sin alas,
retorcido por soplos heredados.
Me exaltaba el florar y el morirse de
tus lámparas,
les soñaba imágenes a tus solos espejos
y asustaba a los duendes detrás de tus
cortinas.
Oh tus corredores, derramados como ríos.
Pistas de mis desboques turbulentos.
Por ellos iba a gusto
tras el cabello recién bañado de mi
madre.
Amaba a mi madre,
mas a veces ella era para mí
sólo una palidez nimbada.
Mi padre, no.
Mi padre fue siempre el hombre,
verdadero,
Fuerte, erguido, sin aureola.
OH CREADOR
Oh, Creador. No nací
planta dulce ni espino.
No broté hierba huera.
¿Qué vegetal creaste?
La planta sin jactancia
anheló el bravo viento,
y busca el aire manso.
¿Se cuida del descuaje
o da quite aturdido?
Su aroma pidió alas.
Con ellas, y en su turno,
estúvose en su sitio.
No hay aplomo sin ellas.
El silencio la troza
como insecto afilado
Y si llega voz llena
se esconde en sus raíces.
La animó un paso cálido.
y al volverse, qué susto
le dio labrador listo.
Su agro lo exonera.
Ama a todas las gentes.
Mas, oh Creador, a veces,
cuando las gentes pasan
se hace planta dormida.
A ocasiones se arrisca,
se arroja a la pelea.
Qué corta su aspereza.
Qué nulos sus zarcillos.
Esquivó su sequía
la dádiva del riego.
Y, sin arrepentirse,
hoy te pide: castígame.
Oh, Creador, tú lo sabes:
no es ella la indecisa.
De una cepa en firmeza
brotan sus variaciones.
EL IRIS
Dejadme señalar una vez más el iris.
Dejadme llamar para que le vean.
Si siempre al verle
Lo he mostrado con voces,
¿cómo romper con ello?
El iris
Avenida de magia.
Arco-piloto en su vigencia.
Si todos subiesen felices
a estos colores,
con las alforjas plenas e ingrávidas,
yo iría serena por las lucientes
franjas.
Y llevaría lo que exaltó mi mundo.
No sé bien qué es, pero lo llevaría.
HUELLA VAGA
¡Cómo! ¿Volviste?
Y yo que estaba entre mis rosas más
nuevas
pensando sólo en la pobrecilla,
ojos de luz toldada, tez sin resplandor,
que pedía un pobre bien.
Quería darle un racimo de gozo.
Te creía lejano, empachado de olvido.
Y estaba serena
sin la rodeante ardilla de tu inquietud,
sin gustar el tamarindo de tu decir.
No bebo ahora, amigo, tu presencia;
Pero alabo tu viaje de volver.
¡Qué gracia! Pasar por tantos túneles.
Bien. Quédate ahí.
Quédate ahí, abstraído,
quédate a orillas de mi activo tiempo.
Como una huella vaga.
INSOMNIO
Cuando toda la casa está dormida,
vienes tú, mi arbusto de entresueño;
mas el hacha
va dejando astillas en la almohada.
Y en el reposo nulo,
salto de flautas y delgadas cuerdas
a salvajes tambores;
de persianas en frescura
me llegan miradas de imposibles espías;
y el aroma más puro me flagela.
La noche, estremecida,
llena de repiques pasados,
de mis guardados duendes
y de lejanas bestias, hermosas,
resonantes,
cava en su negra tierra
y crea llamaradas en los hoyos
profundos.
Mis ojos, abiertos o cerrados, son ojos
incapaces.
Inquiero en los rumores
voces de ángeles o de réprobos.
Lluvia de espinas cae
desde antigua sonrisa.
Los que sufren, tan míos,
se abrazan en mi mente encendida.
Y afanados martillos practican en mis
sienes.
La madrugada es lisa, sin vecindad de
alba.
Y en su laja se abaten mis
caballos.
AGUA
Saboreado río,
de pozos frente a cielo de árboles,
donde se palpa síntesis de misterios
profundos.
Caños quietos y solos,
populosos por los cruzados vuelos.
Quebradas cuyo rezo remedaba mi voz,
mientras bañaban mi carne y mi síquica
mezcla.
Macizos aguaceros gustados en el patio.
Cristales de vertiente
que revelan el ritmo de la roca.
Cuánto te he amado, agua.
Y hoy, inundadora, te niego mi sonreír,
Porque amo a las gentes sin peso de
riqueza
y amo su ilusión rica en los sembrados
pobres
y amo, oh flojos techos,
las palmas raleadas y los parales
temblantes.
A VECES
Si siempre me viví
como tosca,
durísima madera,
¿por qué desear ahora,
a veces,
ser sólo un flojo tallo?
Ah, me someto a juicio.
A la hora del ruido
y del hervor,
suelo volverme,
con el fervor ileso,
aire suave,
humo claro,
aroma fuerte.
Anhelo andar entre todos
como un sueño
que no pueda contarse
por impreciso.
Quisiera dar,
tan sólo,
cantos mínimos, vagos.
Y todo,
apenas entreverlo.
ASISTIDA ANGUSTIA
Entróse en mí la angustia con su brasa y
su frío.
Un Job no resignado daba llanto en la puerta.
Destrozados de espuela llegaban los
caballos vencidos.
Sangraban los turpiales sin garganta y
sin vuelo.
Y de pie, suspirando por centellas y
hachas,
mustios árboles desgastaban el huerto.
Se da el frente a esa angustia. La
sopesan, la miden.
Se ciñen a su ritmo, penetran su
textura.
¡Oh bondad entendido! ¡Oh comprensión
sensible!
Dispuesta enredadera
que no esquiva espesarse en los claros
del seto.
Y se mueve en sorpresa mi esencia.
Aún clarean postigos en paredes de
noche.
Aún intactas perdices andan por el
quemado.
Aún crean las abejas, en campo de
retama,
su dulzura pudiente.
Aún germinan impulsos que lavan los
jagüeyes,
sueltan las mariposas, desconciertan la
niebla.
Gustaré tregua pura,
compañeros de camino y de nubes,
hombres de espacio andado y de alba.
Este es un canto, amigos, de una asistida
angustia;
es un canto sencillo, de nacer
presuroso,
que despega del ánimo y se tiende en la
brisa.
No lo tiréis. Vividlo.
El poema es la vida con su sabia de
instantes.