Hace unos años, Luis
Mora-Ballesteros me presentó a Indro Montanelli. El solo prólogo de Historia de Roma me persuadió de que es
uno de esos escritores que uno disfruta leyendo, no importa el tema del que
escriban. Tengo presente que, en muchos sentidos, leer traducciones es una rara
forma de conocer el estilo de un escritor, pero supongo que hay que confiar en
el criterio de los traductores, el cual, por lo general, es acertado. Digo esto
a propósito de que una de las principales virtudes de los libros de Montanelli
es la gran dosis de humor con que relata la historia oficial y la no tan
oficial. En ello, por supuesto, al leerlo en español, tiene mucho que ver el
traductor. Como sea que uno quiera lidiar con esa incierta relación con las
lecturas de “segunda mano”, lo importante en este caso es que Montanelli es uno
de esos personajes literarios que, al decir de Bloom, tienen una vida tanto más
valiosa estéticamente que su propia obra. La cual combinada con una rica prosa
y un exquisito sentido del humor dan como resultado libros de altísima factura
literaria, ya sea que se trate de artículos periodísticos, tratados de
historia, crónicas de guerra o híbridos entre todo eso y literatura propiamente
dicha (cuentos, novelas, ensayos, etc.)
El libro que sirve de
tema central en la presente entrada es un buen ejemplo de ello.
El
general de la Rovere (y otros héroes)
probablemente me encontró a mí. Un hallazgo afortunado en medio de la
incipiente lluvia, la monotonía del tráfico caraqueño y la mirada perdida de
Lázaro Cárdenas. Una bella edición, a pesar de los rigores del tiempo, en pasta
dura ilustrada, un papel que alguna vez quizás fue blanco y 158 páginas en
papel bond que se mantiene intacto a pesar de los cuarenta y tres años que han
pasado desde que salió de la imprenta.
Pero ¿a qué vienen
estos detalles que muy probablemente le parecen superfluos, amable lector? A
que las historias contenidas en El
general de la Rovere… funcionan precisamente a partir de detalles
cotidianos que se van magnificando con el paso del tiempo, hasta llegar a
constituir parte fundamental de hechos verdaderamente trascendentales, si no
para la historia de la humanidad, por lo menos sí para la de los implicados, el cual
es un nivel de historia tan capital como cualquier otro.
Una de las
peculiaridades de este libro es que primero fue película. En palabras del
propio Montanelli: «Este
pequeño libro no es sino la traducción en términos narrativos del llamado
“tratamiento” sobre el cual se ha basado el guión cinematográfico». Dos de los implicados en dicho proyecto fueron nada
más y nada menos que Roberto Rossellini, como director, y Vittorio de Sica, en
el papel principal. (Excelente película debe ser).
Hace
unos meses (más de un año, en realidad), intentaba disertar en mi tesis de
maestría acerca de este poco habitual recorrido de los argumentos: de la
pantalla al papel. No sé muy bien por qué, pero no resulta muy ingenioso
escribir un libro a partir del argumento de una película. Puede ser que los
libros se tienen por autoridades más primigenias y seculares que las películas,
hijas de un arte que apenas es centenario. Pareciera como si una ley no
sancionada aplicara en estos casos: la palabra escrita debe refrendar la historia
antes que cualquier otro código. Claro que por la naturaleza misma del relato(-s)
IndroMontanelli puede darse el lujo de obviar esta regla consuetudinaria.
Antes decía que la vida
de Montanelli es rica en anécdotas y peripecias. Ignoro en este momento si
existe alguna biografía suya, aunque dada la gran cantidad de crónicas que
escribió, bien puede uno hacerse a una idea de una buena parte de las
experiencias de su vida. No quiero extenderme en un tema que desconozco, así
que lo mejor es que comente que El
general de la Rovere… tiene como relato principal una de estas
interesantísimas anécdotas de la vida de Montanelli.
En la Segunda Guerra
Mundial, IndroMontanelli es capitán de la coalición antifascista conocida como
la Resistencia Partisana, la cual hacía frente al régimen de Benito Mussolini y
a sus aliados, los alemanes nazis. “Sorprendido en acto de servicio” es
capturado por las tropas alemanas que tenían presencia en Italia y condenado a
muerte.
Durante su tiempo de
prisión, en San Vittore, conoció a Giovanni Bertone, un estafador de poca monta
que se hace pasar por Fortebraccio de la Róvere, general del ejército de su
majestad Víctor Manuel III, y por tanto un importante oficial de la
Resistencia. Y aquí empiezan los detalles que en mí han despertado la
curiosidad e interés, tanto como los que rodean la exégesis literaria acerca
del rufián devenido en héroe.
El libro abre con una
“Advertencia” que yo encuentro ambigua:
Este breve relato no
pretende ser absolutamente verídico, aunque tenga como protagonista un
personaje que ha existido realmente: el recluso Giovanni Bertone, a quien
conocí en la cárcel de San Vittore, en 1944, como general De la Róvere, y que
fue fusilado en Fóssoli junto a sesenta y siete detenidos más el 12 de
diciembre de aquel año
Y digo ambigua porque
todas las otras reseñas y críticas que he leído sobre el libro y la película
parten de esta misma advertencia para ignorar la figura del “verdadero” general
De la Róvere. De hecho, investigando en el siempre vasto mundo del internet no he encontrado una
referencia histórica a esta figura, pues siempre se la asocia con el libro de
Montanelli y termina diluyéndose en el “De la Róvere” interpretado por Bertone.
De manera que no he llegado a saber si el Fortebraccio De la Róvere es parte de
la ficción de Montanelli o un importante general de la Resistencia Partisana
devenido en mero personaje literario.
Quizás esto al final
no tenga mucha importancia. Soy fiel defensor de que los límites de la realidad
y la ficción deben mantenerse, en aras de la cordura y el orden. Pero, no puedo
evitar la curiosidad acerca de la versión original de la semblanza de la que
partieron el propio Montanelli, Sergio Amidei y Diego Fabbri para escribir el
guión de la película de Rossellini; y la cual —la semblanza— se incluye al
final del relato (o novela corta), junto a otras ocho, que uno entiende
corresponden a los “otros héroes” del título (aunque algunos sean más bien
antihéroes o verdaderos villanos).
La cuestión es
establecer los linderos de la ficción. Es cierto que Montanelli fue condenado
al fusilamiento, y también es cierto que logró evadirse. Declara en esa
advertencia que Giovanni Bertone existió realmente, pero los registros sobre su
“papel”, el general De la Róvere, al menos en una búsqueda rápida, parecen
inexistentes…
La autoficción existe,
así como la metaficción. La loca de la
casa, de Rosa Montero, y Falke,
de Federico Vegas, son buenos ejemplos, respectivamente. La ficción histórica
que reescribe un pasado ignorado sin advertencias también existe: Seva, de Luis López Nieves, es un caso
curioso que vale la pena conocer. Sin embargo, me intriga saber hasta qué punto
Montanelli ha construido su propia versión de la historia, en medio de
semblanzas que en su momento debieron ser publicadas como verídicas.
Montanelli nunca ha
negado su tendencia a adornar la historia. De hecho, pareciera ser una de sus
principales preocupaciones dejar claro de entrada que sin unas cuantas
pinceladas ficticias, la historia sería un relato muy plano y aburrido. Y yo
estoy de acuerdo, pero hay límites que es mejor tener claros. Cuando uno sabe
que algo es ficción, ya no hay más que discutir; sin embargo, cuando hay
historia de por medio, no está de más la pesquisa.
Puede que lo que
realmente interese es que entre las otras semblanzas que se agregan en esta
colección de relatos una de ellas está dedicada al propio Vittorio de Sica. Pero,
¿hasta qué punto está también De Sica adornado por las pinceladas de
Montanelli? Eso puede llegar a intrigar cuando uno piensa en el libro como
conjunto.
(Don Indro revisando su trabajo, meticuloso escultor)
(Continúa)
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