Del mambo al Caracazo
Curioso título el de la tercera novela de Ibsen Martínez, la
cual, según considera el propio autor, es la mejor de las que ha escrito hasta
ahora. Muy breve y amena, de fácil lectura, consiste en una narración que trata
con eficacia temas de la historia contemporánea de Venezuela tan cercanos en el
tiempo como el llamado “Caracazo”, la rebelión popular ocurrida en 1989, durante
el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, de tan trágico saldo e ingrata
recordación por estos días. Es un reto que asume el autor a sabiendas de los
riesgos que conlleva el mezclar ficción
con realidad, con la pretensión de ofrecer una perspectiva más acertada y
profunda sobre hechos históricos recientes, gracias a los fueros de la
literatura, a la penetración y la intuición que los artistas de la palabra
poseen.
El título proviene de un préstamo que Martínez ha hecho de
la famosa canción de los Rolling Stones, Simpatía
por el diablo, titulando así al mambo al que nos referiremos de seguidas. El argumento se debe a los avatares de
la vida del personaje que motiva la escritura de esta obra, Kiko Mendive, aquel
cómico cubano que vimos por más de 20 años en Radio Caracas Televisión, y que
de seguro las nuevas generaciones desconocen. La obra procede de la concreción
de una obsesión del autor que lo rondó por años: un encuentro con Mendive en la
plaza Miranda del centro de Caracas. Fue
allí donde Cecilio Francisco, alias Kiko, le mostró unas partituras
amarillentas y le cantó el mambo, compuesto durante su adolescencia, y que
entonaba junto a la pandillita de “aseres” que lo acompañaban durante las
proyecciones de la película King Kong. Esto ocurrió en la Habana de los años
mozos de quien en Venezuela devino en cómico de tercera categoría, a pesar de que había sido un cantante de cierto éxito y de
que había participado en películas filmadas en los famosos estudios Churubusco.
¿Qué sucedió para que Kiko abandonara México por Venezuela para cumplir su
destino de artista sin éxito ni prosperidad económica?, se pregunta el narrador,
a la vez que escucha hipotéticas explicaciones por parte de algunos personajes
de la novela.
De tal manera que el desarrollo argumental de la obra
comienza con la anécdota que es uno de sus recurrentes mitemas: lo que llaman
la leyenda del “esquinazo”. Según ésta,
fue Kiko, cuando ya tenía cierto reconocimiento en México, quien introdujo a Dámaso Pérez Prado en el
medio artístico de ese país. Ambos acordaron grabar un tema propuesto por Kiko (éste
palabreó los músicos, la posibilidad de grabar, etc.). Sin embargo, antes de
llevar a cabo el proyecto, Mendive se ausenta de México debido a una gira
musical. Estando fuera de ese país, oye por la radio unas notas que reconoció
en el acto: su “asere” se le había adelantado
grabando el tema sin contar con él. Fue así como Pérez Prado se
convierte en el Rey del Mambo y Kiko Mendive en el cómico de tercera que tantas
veces vimos por RCTV en Venezuela. Pero se
trata de una leyenda al fin y al cabo, puesto que también se incluye la otra
versión, el mentado “esquinazo” bien pudo ser un invento de Kiko para darse
importancia.
La historia del infortunado artista continúa su curso dentro
de la novela entretejida con los acontecimientos histórico- sociales de la
Venezuela de finales de los ochenta: estalla el “Caracazo”, lo que compromete
al personaje narrador, puesto que es periodista y trabaja en un noticiario
televisivo. Debido a eso debe reportar lo acontecido. En contacto con Consuelo,
una doctora que en un hospital abarrotado de heridos por armas de guerra o
muertos sin remedio alguno, le pide que denuncie lo que ve y ella le hace
conocer de primera mano. Sin embargo, Rául, el personaje narrador, le teme a la
censura, de modo que promete hacer un reportaje que sólo cumple parcialmente; con
lo que la novela deja sentado lo mucho que no se dijo, lo mucho que no se supo
sobre lo acontecido.
Esta novela presenta, además, una trampa al lector amparada por los fueros
de la ficción: Raúl se encuentra en el hospital porque allí agoniza Kiko
Mendive, quien fallece por un proyectil de alto calibre que le destruye el
fémur. Esto ocurre en el 23 de enero, Kiko se había unido a los saqueos que
azotaron al país durante varios de esos aciagos días. Se había robado un teclado
en una tienda de música, y, mientas corría con su botín, fue alcanzado por la
bala mortal, algo que por cierto le ocurrió a mucha gente.
Debo confesar que caí en la trampa y creí que de veras ése había
sido el deshonroso final del simpático personaje que en ocasiones vi en las
pantallas de la televisión, hace unos cuantos años ya. Pues resulta que,
consultando en internet para escribir estas notas, me encuentro con que el
propio autor dice en una entrevista que el artista murió de mengua, pobre y
desasistido en el año 2000. ¿Entonces, por qué el escritor, quien ha utilizado
hechos y personas reales como punto de partida argumental de su novela,
ficcionaliza hasta ese extremo el final de su personaje?
Ibsen Martínez es periodista, dramaturgo y ensayista muy
ligado a la televisión puesto que se
desempeñó como guionista en ese medio. No hay que olvidar que fue el autor de
la famosísima telenovela Por estas calles,
que se mantuvo en el aire por dos años con gran éxito de audiencia. Su relación
con el medio televisivo pareciera ser de amor/odio, de contacto y retiro, como
si de una relación no satisfactoria se tratara, según podemos deducir de lo
declarado en alguna entrevista. ¿Será el trato nada generoso que RCTV tenía
para con los artistas lo que lo impulsó a imaginar el trágico y degradante
final para Kiko Mendive? Sabemos que la verdad de la narrativa ficcional tiene que ver más con la
verosimilitud de lo que se narra que con la verificación de los hechos relatados,
contrastados con la realidad de lo sucedido. Entonces, ¿qué nos quiere decir el
autor con este pasaje de su novela?
Transcribo algunos fragmentos para que el lector saque sus
propias conclusiones. Cuando Raúl recibe información sobre el grave estado de
su amigo, la doctora le pregunta: “El canal no tendrá seguro para sus artistas?
Aquí no lo podemos atender como se debe”. De seguidas acota el narrador: “Kiko
Malanga llevaba casi treinta años haciendo de cómico destajista sin ver jamás
un bono especial de fin de año. Si dejaba de aparecer en el show de los lunes a
las ocho, indefectiblemente a fin de mes le deducían del cheque un día de
salario”. Más adelante, muerto el
personaje, podemos leer:
“Enterramos a Kiko el impecune en el Cementerio General del
Sur, en una parcela cercana a la ladera donde pocos días más tarde se abriría
una fosa común para los ametrallados del Caracazo y las víctimas de las
ejecuciones extrajudiciales, los ajustes
de cuentas y el fuego cruzado entre bandas de malandros que cundieron en toda
la ciudad al amparo del estado de excepción.
………………………………………………………………………………………………………………….
Kiko había actuado en el show de los lunes a las ocho como
caricato destajista durante venticinco años, sin contrato ni beneficios
sociales, y su gente no tenía dinero ni siquiera para el ataúd; ¿no podría el
canal asumir los gastos funerarios? Pero el ejecutivo sólo estaba autorizado a
pagar una corona de flores”.
Así que aquí encuentro la explicación de ese giro de la
imaginación: Kiko Mendive, y como él, de seguro, tantos artistas, fue utilizado por un canal de
televisión por años sin la menor atención a los beneficios laborales de los que
debería disfrutar. Es eso lo que
Martínez condena en su novela, según mi parecer. Por ello se inventa un final
tan denigrante para su personaje, el impacto obviamente es mucho mayor. Mientras
leía tales pasajes, recordaba el revuelo ocurrido en el país cuando se le
venció la concesión a la mencionada televisora (de esto también se hace breve
mención en la novela); los reclamos de los artistas, sobre todo, porque quedarían
cesantes; de sus demandas a favor de la
“casa” que tanto amaban. Me llegué a sentir poco solidaria porque nunca pude
identificarme con tales protestas, se trataba de un canal que casi no
sintonizaba desde hacía ya bastante tiempo por su mala programación, la peor
entre las tres principales televisoras privadas del país. Desperdiciar un medio
tan costoso transmitiendo pésimas telenovelas (ojo: no tengo nada contra ellas,
me encantan algunas brasileñas y chilenas), en series enlatadas de baja calidad
y películas diez mil veces proyectadas,
me parecía el colmo. Desperdiciar un medio tan poderoso en un país que necesita
tanta educación me resultaba imperdonable. Esto hasta que oí a Federico Vegas
en Mérida, durante la feria del libro de la Universidad de Los Andes. El
escritor presentaba su magnífico libro La
ciudad y el deseo, y al referirse al tema afirmó que no estaba de acuerdo
con el cierre del canal porque debería de garantizarse hasta la libertad de ser
mediocre. Me reí para mis adentros y coincidí con él.
Volviendo a Simpatía
por King Kong, las citas anteriores demuestran también las críticas a lo
ocurrido durante el “Caracazo”. Tampoco pierde el autor la oportunidad de ironizar
sobre los balances que los políticos exponían en televisión, sobre los análisis
risibles que hacían acerca del “estallido social”. Igualmente aprovecha para caricaturizar al
presidente del momento al que no menciona por su nombre llamándolo el
“NumberOne” y que calificó como cocainómano. De tal manera que esta novela es
una revisión irreverente e irónica sobre el país de ese entonces, que propicia,
a mi juicio, la reflexión sobre el país
que tenemos hoy.
Ibsen Martínez se considera a sí mismo como un escribidor inclasificable. Pienso que el
canon literario venezolano no lo cuenta entre sus narradores más importantes,
quizá porque sólo tiene en su haber tres novelas y a pesar de haber logrado un
gran éxito de crítica y público como dramaturgo, con su obra Humbolt y Bonpland, taxidermistas. Por mi parte me atrevo a
disentir del autor, pues considero que su mejor novela es El señor Marx no está en casa (2009) porque supone un mayor
esfuerzo de investigación y escritura. Aunque puede ser que me equivoque, ya
que no he leído El mono aullador de los
manglares (2000), cuyo título no me atrae para nada. Habrá que cumplir con el deber de buscarla y
leerla para salir de dudas.
Quiero cerrar citando un amplio fragmento de la novela.
Luego de varios días de saqueos durante el “Caracazo”, el narrador sale a la
calle con un amigo, conduce por la avenida México y observa:
“-Chico, fíjate que no hay ni una sola pinta en las paredes.
La ausencia de grafitis y de siglas al pie de estos le hacía
pensar que detrás de los motines callejeros en las ciudades-dormitorio y los
saqueos en la capital no había ninguna organización subversiva. Se burló
entonces de las señoronas del Country Club, las mismas que tres semanas atrás
se arrancaban entre sí los moños por estrechar en alguna recepción oficial la
mano de Fidel Castro –estrella entre todos los jefes de Estado invitados a la
coronación de NumberOne-; las mismas que se hacían lenguas de la estatura,
maneras, galantería, magnetismo personal y de lo bien que le sentaban los
trajes formales al Comandante, eran ahora quienes murmuraban que los saqueos no
podían ser sino obra de agentes encubiertos del G2 cubano, colados en la
nutrida comitiva de Castro y sembrados en Caracas; que había sido una
imprudencia de NumberOne invitar a semejante tipo a su toma de posesión”.
Cualquier posible analogía con lo que ha acontecido en la
hora actual es pura casualidad.
Ibsen Martínez (2013). Simpatía
por King Kong. Caracas: Planeta, p.166.
(Nota: mi buena y desmemoriada tía (tiene 90 años) repite lo
que por ahí anda en boca de mucha gente:
“éramos felices y no lo sabíamos”.
Después de leer esta novela me sigo preguntado ¿cuándo es que hemos sido
felices, que no me acuerdo?)
(Kiko Mendive en algunas de sus facetas, siempre sonriente)