Eran las
cuatro o cuatro y media, cuando un críptico mensaje de R me sorprendió
distraído. “Parece que llegó el paredón de fusilamiento. Ojalá sea sólo un
rumor”. No lo entendí de inmediato. Me tomó un rato asociar la frase con las
noticias recientes sobre la salud del Gabo. Entonces, como el eco de una
sorpresa esperada lo entendí. Entré al twitter, donde sabía que estaría
resonando la noticia, pero al mismo tiempo con la esperanza de que la última
parte del mensaje fuera cierta, es decir, que no fuera cierto. Pero, no. Era
terriblemente cierto el rumor. Entonces, me acerqué a la improvisada biblioteca
que he ido formando estos meses y tomé dos libros del Gabo que tengo conmigo.
El primero, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su
abuela desalmada y, el segundo, el volumen VI de la obra periodística del
Gabo, De Europa y América -2. En el primero busqué el inicio, magistral
introducción al ciclo de Macondo y su realismo mágico; en el segundo, un pasaje,
tomado de una de sus crónicas por el bloque socialista, que pudiera parecer
intrascendente, pero que yo lo encuentro extraordinario:
Varias semanas más tarde, en mi viaje de
regreso a Francia, también encontré en el tren una familia checa que venía de
vacaciones. Un francés les hizo una confidencia: en París hay un sitio donde se
cambia dinero checo a un precio tres veces más alto que el oficial. El checo
rehusó el ofrecimiento.
–Eso perjudica nuestra economía –dijo.
Conmueve,
¿verdad?
*****
He
descubierto que dos escritores me han acompañado desde el principio en esta
relación que tengo con la literatura. Julio Cortázar y Gabriel García Márquez.
A cada lugar que he ido, en cada casa que he ido fundando bibliotecas
personales, siempre he tenido libros de ambos conmigo. A veces los pierdo o los
recupero. Compro otros nuevos. Vuelvo a perderlos. Quizás con el propósito
secreto de encontrarlos en algún puesto de libros usados por casualidad y sentirme
satisfecho de poder adquirirlo, como la primera vez. Hoy que recibo esta
nefasta noticia no siento sólo que ha muerto parte de la literatura del
continente. No siento sólo que el mundo ha perdido al más grande escritor vivo
que quedaba. No siento sólo que los lectores del mundo hemos perdido la
oportunidad de tropezarnos con alguna nueva palabra suya a la vuelta de una
página. Siento sobre todo que he perdido a un amigo, a un compañero de viaje.
V. Compañero de viaje
No he leído
todo lo que publicó el Gabo en vida. Me faltan algunos títulos, pero creo que
no los fundamentales. Desde la primera vez que leí La cándida Eréndira
los libros del Gabo han ido y venido en mis lecturas, aleatoriamente. En
ocasiones como resultado de puestas al día necesarias, que en todo caso también
le debieron bastante al azar. Con esto quiero decir que algunos de estos
títulos los apunté en algún lugar para leerlos, y después, por pura
coincidencia (?) me los encontré y pude leerlos. Tal es el caso de La mala
hora, novela que hallé en una papelería de Coloncito a un precio
inmejorable. La leí con entusiasmo, pero luego —en un acto de ingenuidad
altruista— se la presté a un amigo que quería empezar a leer y me pidió que le
recomendara un libro. Como lo tenía a mano, se lo presté y, como ya sospecharán,
no lo volví a ver. Ni al libro ni al amigo, ahora que lo pienso.
Haciendo un
inventario mental de mi relación con los libros del Gabo, creo recordar que la
mayoría de ellos pasaron momentáneamente por mis manos para luego perderse
entre los ires y venires de la vida. Estoy seguro de que La hojarasca
fue mía al mismo tiempo que La mala hora, pero no recuerdo cuál fue su
destino. Tuve también una edición muy hermosa de Ojos de perro azul que
desapareció en las mismas condiciones que La hojarasca. Una vez quise
robarle a un amigo Doce cuentos peregrinos, pero por pudor no lo hice, a
pesar de que disfruté mucho leyéndolo en las tardes de ocio de la universidad. Creo
que hoy se lo robaría, sin remordimientos.
También fue
mía una edición elegante de El general en su laberinto. La regalé, creo
que a una chica guapa, de bucles rebeldes y pecas, muy probablemente con
segundas intenciones. Intenciones fallidas, como suele ocurrir en estos casos.
El coronel no tiene quien le escriba me lo prestaron y nunca lo devolví, pero
así mismo se fue de mis manos. No lamenté ese hurto porque en realidad el libro
nunca fue mío. Me gustaría volver a leerlo en estos días. Ojalá se encuentre en
algún puesto de libros usados.
Nunca fueron
míos Relato de un náufrago, Crónica de una muerte anunciada, Noticia
de un secuestro, Los funerales de la mamá grande, Cuando era
feliz e indocumentado, El mismo cuento distinto, El otoño del
patriarca, Memorias de mis putas tristes ni los Cuentos completos.
La mayor parte de ellos los fui leyendo bajo régimen de préstamo. Algunos de la
biblioteca de la universidad. De todos, del que tengo más claro el recuerdo es
de los Cuentos completos. Lo leí una Semana Santa, cada tarde, en la
rudimentaria plaza de El Piñal, cuando el sol inclemente dejaba paso al fresco
de la brisa vespertina. Fui unas cuatro o cinco tardes, religiosamente, a
sentarme en una banca de láminas de hierro a leer en paz esos cuentos
maravillosos. Siempre asociaré el recuerdo de “En este pueblo no hay ladrones”
con la imagen de la lámpara que a las ocho de la noche me iluminaba en la
modestia polvorienta de aquella plaza de El Piñal.
La
literatura también va poblando los lugares que hemos habitado, como escenario
de nuestras vidas. Alguna vez intentaré escribir las memorias de los lugares en
los que leí aquellos libros que más recuerdo. Los libros nos van acompañando en
cada viaje, en cada lugar que vamos ocupando. Me gustaría que se entendiera de
estas líneas que las novelas, los cuentos, las crónicas del Gabo han estado
presentes en mi vida, como una parte viva de ella. Los lugares en que habité,
como Coloncito, El Piñal, San Cristóbal; mis casas itinerantes, aunque no por
ello menos acogedoras y trascendentales: Capacho y Cordero; hasta aquellas
geografías donde estuve de vacaciones por algunos días o adonde viajé fuera,
como Mérida, Santa Bárbara de Barinas o la Cartagena que ya relaté en otra parte
de este mismo texto. Lugares que no sólo significan espacios, sino etapas de mi
vida, han estado marcados también por la presencia de la obra del Gabo.
Y así como
recuerdo estos sitios, también sé que algunas amistades muy cercanas de mi vida
han tenido como co-protagonista al Gabo. Luis Mora Ballesteros, hermano de la
vida, y yo hablábamos mucho del Gabo cuando nos conocimos en la universidad. Él
también tenía el firme propósito de ser escritor. Quiso el destino y mi maldad
que ciertos poemas suyos y un primer intento de novela —pésimos ejercicios—
desaparecieran de su currículo para siempre. Tiempo después, sorteando el
hambre una semana de Feria de San Sebastián, nos divertimos mucho, entre
cigarro y cigarro, leyendo las anécdotas del Gabo en Vivir para contarla,
la bellísima primera edición de Norma, que una chica le envió a Luis desde
Miami, con todo el embalaje de una joya. Uno de los episodios más interesantes
de aquellas lecturas fue sobre una ocasión en que Álvaro Mutis salvó de un
incendio los manuscritos de La casa (primer título de Cien años de
soledad), a pesar de que él consideraba esas páginas una pérdida de tiempo.
Ahora que junto ambas anécdotas, creo que probablemente yo también debí salvar
el Naufragio del vengador e Íncubo deseo de la basura. Pero,
también recordar esos títulos me tranquiliza un poco.
Alguna vez E
me contó su travesía para comprar Noticia de un secuestro, porque él es
un incondicional del Gabo, pero luego la novela no lo impresionó tanto como
esperaba. Le quedó la anécdota, digo yo. No todos los libros tratan de lo que
cuentan. Algunas veces, es más importante lo que pasa con el libro, como en La
novena puerta, de Román Polanski.
Que Matute
me regalara esa hermosa edición de La cándida Eréndira a pocos meses de
la muerte del Gabo ha sido una fortuna. También lo ha sido haber comprado ese
ejemplar de sus reportajes, muchos de los cuales hablan de Caracas. Una Caracas
distante en el tiempo y el imaginario, pero que aún conserva muchas de las calles
y de los edificios que viera el Gabo mientras vivió aquí, “feliz e
indocumentado”.
Obtener
estos libros en estos días me acercó nuevamente al Gabo en un momento oportuno.
Me reconcilié con su obra y su papel en mi vida días antes de su muerte, la
cual fue una sorpresa, pero una sorpresa esperada. A su edad y con su salud,
morir no sólo es natural, sino hasta liberador, como dice mi madre, alma
bondadosa y sabia. El duelo subsiste, claro. No obstante, es un duelo natural
por la ausencia, no por la pérdida. Rendimos homenaje a quien supo construir
una ficción más real que la realidad, y cuyos libros marcaron el destino de
muchos, los hayan leído o no.
Me falta por
leer una buena parte de la obra del Gabo. Hasta ahora he cubierto, en ciclos que
se renuevan, lo fundamental, como ya dije. Ya irá la vida eventualmente
poniendo en mis manos y en mis lecturas los libros que me faltan. Pese a que
parece haber una tendencia entre cierto grupo de lectores a soslayar sus libros
por archiconocidos o porque son un cliché, como el propio Javier Marías admite,
siempre es posible encontrarse con el encanto secreto de las grandes obras,
cuando se las lee a conciencia. Y la del Gabo se resiste a las modas y a los
aparatosos simulacros. No hace falta que yo la defienda. Me basta con
disfrutarla, conforme va llegándome, por entregas, como hasta ahora. Igual que
un amigo con el que nos reencontramos cada tanto para descubrir cosas que se
aprenden poco a poco, a lo largo de la vida.
*****
Veo por la
ventana, ahora cuando el sol empieza a levantarse la mañana del 18 de abril de
2014, y en el fondo, entre los edificios, se alcanza a ver el Ávila brumoso y
azul. El Ávila que seguramente habrá visto el Gabo cuando vivió aquí en
Caracas. El Ávila eterno que nos precedió y nos sucederá. Nos sucederá tanto
con la misma inmensidad que la obra del Gabo.
Yo
sólo quería dejar constancia de la honda pena que sentí por la noticia de la
muerte de un escritor que ha tenido tanto que ver con mis placeres literarios.
Alguien, en el futuro, escribirá algo digno de su nombre y su obra. Alguien
contará mejor lo que yo he querido contarles aquí. Alguien seguramente sabrá
contar con mejores palabras, las palabras adecuadas, la soledad que acompañará
al mundo ahora que el Gabo no está. Y quizás también sepa decirnos si estaremos
atrapados en un cataclismo que no termina nunca o si por fin tendremos una
segunda oportunidad.
¡Dios Santo hermano! Me has hecho llorar. Gracias por esas palabras. Gracias por tu vida, por tu viaje, por la literatura, por los recuerdos, por la memoria. Gracias por leer e interrogar a los textos de El Gabo. De más no está agradecerte por toda esta amistad y hermandad que nos embarga, desde hace más de dos décadas. Por cierto, gracias por mandar al basurero aquellos títulos y poemas. (Jajaja). ¡No cojas lucha con eso! Además, no te preocupes; pues, así alguien más diga algo más sobre GGM, tú aquí lo has dicho primero, bajo este formato, con tus palabras, las cuales no has pedido prestadas. Pienso que las mismas se alejan de toda pretensión o pose. Declaro que ¡En todas estas entregas ha hablado un hombre que siente y respira la literatura! Puedo dar fe de ello. Y creo –así me acusen de lo que sea– que, al menos leyéndote a ti, y, por supuesto, recordando al Gabo, tengo derecho para decirlo.
ResponderEliminar