lunes, 12 de mayo de 2014

RÉQUIEM HETERODOXO POR EL GABO (y V)



Eran las cuatro o cuatro y media, cuando un críptico mensaje de R me sorprendió distraído. “Parece que llegó el paredón de fusilamiento. Ojalá sea sólo un rumor”. No lo entendí de inmediato. Me tomó un rato asociar la frase con las noticias recientes sobre la salud del Gabo. Entonces, como el eco de una sorpresa esperada lo entendí. Entré al twitter, donde sabía que estaría resonando la noticia, pero al mismo tiempo con la esperanza de que la última parte del mensaje fuera cierta, es decir, que no fuera cierto. Pero, no. Era terriblemente cierto el rumor. Entonces, me acerqué a la improvisada biblioteca que he ido formando estos meses y tomé dos libros del Gabo que tengo conmigo. El primero, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada y, el segundo, el volumen VI de la obra periodística del Gabo, De Europa y América -2. En el primero busqué el inicio, magistral introducción al ciclo de Macondo y su realismo mágico; en el segundo, un pasaje, tomado de una de sus crónicas por el bloque socialista, que pudiera parecer intrascendente, pero que yo lo encuentro extraordinario:
Varias semanas más tarde, en mi viaje de regreso a Francia, también encontré en el tren una familia checa que venía de vacaciones. Un francés les hizo una confidencia: en París hay un sitio donde se cambia dinero checo a un precio tres veces más alto que el oficial. El checo rehusó el ofrecimiento.
–Eso perjudica nuestra economía –dijo.

Conmueve, ¿verdad?

*****

He descubierto que dos escritores me han acompañado desde el principio en esta relación que tengo con la literatura. Julio Cortázar y Gabriel García Márquez. A cada lugar que he ido, en cada casa que he ido fundando bibliotecas personales, siempre he tenido libros de ambos conmigo. A veces los pierdo o los recupero. Compro otros nuevos. Vuelvo a perderlos. Quizás con el propósito secreto de encontrarlos en algún puesto de libros usados por casualidad y sentirme satisfecho de poder adquirirlo, como la primera vez. Hoy que recibo esta nefasta noticia no siento sólo que ha muerto parte de la literatura del continente. No siento sólo que el mundo ha perdido al más grande escritor vivo que quedaba. No siento sólo que los lectores del mundo hemos perdido la oportunidad de tropezarnos con alguna nueva palabra suya a la vuelta de una página. Siento sobre todo que he perdido a un amigo, a un compañero de viaje.

V. Compañero de viaje
No he leído todo lo que publicó el Gabo en vida. Me faltan algunos títulos, pero creo que no los fundamentales. Desde la primera vez que leí La cándida Eréndira los libros del Gabo han ido y venido en mis lecturas, aleatoriamente. En ocasiones como resultado de puestas al día necesarias, que en todo caso también le debieron bastante al azar. Con esto quiero decir que algunos de estos títulos los apunté en algún lugar para leerlos, y después, por pura coincidencia (?) me los encontré y pude leerlos. Tal es el caso de La mala hora, novela que hallé en una papelería de Coloncito a un precio inmejorable. La leí con entusiasmo, pero luego —en un acto de ingenuidad altruista— se la presté a un amigo que quería empezar a leer y me pidió que le recomendara un libro. Como lo tenía a mano, se lo presté y, como ya sospecharán, no lo volví a ver. Ni al libro ni al amigo, ahora que lo pienso.

Haciendo un inventario mental de mi relación con los libros del Gabo, creo recordar que la mayoría de ellos pasaron momentáneamente por mis manos para luego perderse entre los ires y venires de la vida. Estoy seguro de que La hojarasca fue mía al mismo tiempo que La mala hora, pero no recuerdo cuál fue su destino. Tuve también una edición muy hermosa de Ojos de perro azul que desapareció en las mismas condiciones que La hojarasca. Una vez quise robarle a un amigo Doce cuentos peregrinos, pero por pudor no lo hice, a pesar de que disfruté mucho leyéndolo en las tardes de ocio de la universidad. Creo que hoy se lo robaría, sin remordimientos.

También fue mía una edición elegante de El general en su laberinto. La regalé, creo que a una chica guapa, de bucles rebeldes y pecas, muy probablemente con segundas intenciones. Intenciones fallidas, como suele ocurrir en estos casos.

El coronel no tiene quien le escriba me lo prestaron y nunca lo devolví, pero así mismo se fue de mis manos. No lamenté ese hurto porque en realidad el libro nunca fue mío. Me gustaría volver a leerlo en estos días. Ojalá se encuentre en algún puesto de libros usados.

Nunca fueron míos Relato de un náufrago, Crónica de una muerte anunciada, Noticia de un secuestro, Los funerales de la mamá grande, Cuando era feliz e indocumentado, El mismo cuento distinto, El otoño del patriarca, Memorias de mis putas tristes ni los Cuentos completos. La mayor parte de ellos los fui leyendo bajo régimen de préstamo. Algunos de la biblioteca de la universidad. De todos, del que tengo más claro el recuerdo es de los Cuentos completos. Lo leí una Semana Santa, cada tarde, en la rudimentaria plaza de El Piñal, cuando el sol inclemente dejaba paso al fresco de la brisa vespertina. Fui unas cuatro o cinco tardes, religiosamente, a sentarme en una banca de láminas de hierro a leer en paz esos cuentos maravillosos. Siempre asociaré el recuerdo de “En este pueblo no hay ladrones” con la imagen de la lámpara que a las ocho de la noche me iluminaba en la modestia polvorienta de aquella plaza de El Piñal.

La literatura también va poblando los lugares que hemos habitado, como escenario de nuestras vidas. Alguna vez intentaré escribir las memorias de los lugares en los que leí aquellos libros que más recuerdo. Los libros nos van acompañando en cada viaje, en cada lugar que vamos ocupando. Me gustaría que se entendiera de estas líneas que las novelas, los cuentos, las crónicas del Gabo han estado presentes en mi vida, como una parte viva de ella. Los lugares en que habité, como Coloncito, El Piñal, San Cristóbal; mis casas itinerantes, aunque no por ello menos acogedoras y trascendentales: Capacho y Cordero; hasta aquellas geografías donde estuve de vacaciones por algunos días o adonde viajé fuera, como Mérida, Santa Bárbara de Barinas o la Cartagena que ya relaté en otra parte de este mismo texto. Lugares que no sólo significan espacios, sino etapas de mi vida, han estado marcados también por la presencia de la obra del Gabo.

Y así como recuerdo estos sitios, también sé que algunas amistades muy cercanas de mi vida han tenido como co-protagonista al Gabo. Luis Mora Ballesteros, hermano de la vida, y yo hablábamos mucho del Gabo cuando nos conocimos en la universidad. Él también tenía el firme propósito de ser escritor. Quiso el destino y mi maldad que ciertos poemas suyos y un primer intento de novela —pésimos ejercicios— desaparecieran de su currículo para siempre. Tiempo después, sorteando el hambre una semana de Feria de San Sebastián, nos divertimos mucho, entre cigarro y cigarro, leyendo las anécdotas del Gabo en Vivir para contarla, la bellísima primera edición de Norma, que una chica le envió a Luis desde Miami, con todo el embalaje de una joya. Uno de los episodios más interesantes de aquellas lecturas fue sobre una ocasión en que Álvaro Mutis salvó de un incendio los manuscritos de La casa (primer título de Cien años de soledad), a pesar de que él consideraba esas páginas una pérdida de tiempo. Ahora que junto ambas anécdotas, creo que probablemente yo también debí salvar el Naufragio del vengador e Íncubo deseo de la basura. Pero, también recordar esos títulos me tranquiliza un poco.

Alguna vez E me contó su travesía para comprar Noticia de un secuestro, porque él es un incondicional del Gabo, pero luego la novela no lo impresionó tanto como esperaba. Le quedó la anécdota, digo yo. No todos los libros tratan de lo que cuentan. Algunas veces, es más importante lo que pasa con el libro, como en La novena puerta, de Román Polanski.

Que Matute me regalara esa hermosa edición de La cándida Eréndira a pocos meses de la muerte del Gabo ha sido una fortuna. También lo ha sido haber comprado ese ejemplar de sus reportajes, muchos de los cuales hablan de Caracas. Una Caracas distante en el tiempo y el imaginario, pero que aún conserva muchas de las calles y de los edificios que viera el Gabo mientras vivió aquí, “feliz e indocumentado”.

Obtener estos libros en estos días me acercó nuevamente al Gabo en un momento oportuno. Me reconcilié con su obra y su papel en mi vida días antes de su muerte, la cual fue una sorpresa, pero una sorpresa esperada. A su edad y con su salud, morir no sólo es natural, sino hasta liberador, como dice mi madre, alma bondadosa y sabia. El duelo subsiste, claro. No obstante, es un duelo natural por la ausencia, no por la pérdida. Rendimos homenaje a quien supo construir una ficción más real que la realidad, y cuyos libros marcaron el destino de muchos, los hayan leído o no.

Me falta por leer una buena parte de la obra del Gabo. Hasta ahora he cubierto, en ciclos que se renuevan, lo fundamental, como ya dije. Ya irá la vida eventualmente poniendo en mis manos y en mis lecturas los libros que me faltan. Pese a que parece haber una tendencia entre cierto grupo de lectores a soslayar sus libros por archiconocidos o porque son un cliché, como el propio Javier Marías admite, siempre es posible encontrarse con el encanto secreto de las grandes obras, cuando se las lee a conciencia. Y la del Gabo se resiste a las modas y a los aparatosos simulacros. No hace falta que yo la defienda. Me basta con disfrutarla, conforme va llegándome, por entregas, como hasta ahora. Igual que un amigo con el que nos reencontramos cada tanto para descubrir cosas que se aprenden poco a poco, a lo largo de la vida.

*****

Veo por la ventana, ahora cuando el sol empieza a levantarse la mañana del 18 de abril de 2014, y en el fondo, entre los edificios, se alcanza a ver el Ávila brumoso y azul. El Ávila que seguramente habrá visto el Gabo cuando vivió aquí en Caracas. El Ávila eterno que nos precedió y nos sucederá. Nos sucederá tanto con la misma inmensidad que la obra del Gabo.

Yo sólo quería dejar constancia de la honda pena que sentí por la noticia de la muerte de un escritor que ha tenido tanto que ver con mis placeres literarios. Alguien, en el futuro, escribirá algo digno de su nombre y su obra. Alguien contará mejor lo que yo he querido contarles aquí. Alguien seguramente sabrá contar con mejores palabras, las palabras adecuadas, la soledad que acompañará al mundo ahora que el Gabo no está. Y quizás también sepa decirnos si estaremos atrapados en un cataclismo que no termina nunca o si por fin tendremos una segunda oportunidad.

1 comentario:

  1. ¡Dios Santo hermano! Me has hecho llorar. Gracias por esas palabras. Gracias por tu vida, por tu viaje, por la literatura, por los recuerdos, por la memoria. Gracias por leer e interrogar a los textos de El Gabo. De más no está agradecerte por toda esta amistad y hermandad que nos embarga, desde hace más de dos décadas. Por cierto, gracias por mandar al basurero aquellos títulos y poemas. (Jajaja). ¡No cojas lucha con eso! Además, no te preocupes; pues, así alguien más diga algo más sobre GGM, tú aquí lo has dicho primero, bajo este formato, con tus palabras, las cuales no has pedido prestadas. Pienso que las mismas se alejan de toda pretensión o pose. Declaro que ¡En todas estas entregas ha hablado un hombre que siente y respira la literatura! Puedo dar fe de ello. Y creo –así me acusen de lo que sea– que, al menos leyéndote a ti, y, por supuesto, recordando al Gabo, tengo derecho para decirlo.

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