No se juega con la muerte
convocándola a cada rato, nos deja dicho, con otras palabras, Alberto Barrera
Tyszka en su reciente novela Patria o
muerte, porque la muy traidora
termina tomándonos la palabra y sin darnos el preaviso, como bien dijo
nuestro Simón Díaz en una canción. Ya desde el título se nos remite a los
años de la revolución bolivariana, aun vigente, que remozó este lema propio de
otra revolución, la cubana, y que luego,
debido a la enfermedad del finado comandante Hugo Chavez Frías, se sustituyó
por otros más vitales como el que titula esta nota. Es esta una frase que
varias veces le oí mentar al entonces
presidente, causándome pena en algunas ocasiones, dada la enfermedad que éste
padecía. Nunca lo odié, le reconocí su carisma, y lo compadecí por su
sufrimiento. En ello concuerdo con mi admirado Federico Vegas, quien también esto
afirmó en un excelente artículo, publicado en Prodavinci. El desearle y luego alegrarse
por la muerte de Hugo Chávez me ha parecido siempre otra de las perversiones
morales que hoy nos aquejan. No se le desea la muerte ni esa horrorosa
enfermedad a nadie, pues si seguimos en la onda de las supersticiones, de
pronto tan perverso augurio podría devolverse, quien sabe si afectando a nuestros
seres más queridos, lo que más tememos.
Dos líneas argumentales estructuran la
novela: el análisis de la personalidad carismática del presidente y su
dramático final, así como los cambios
que mucho han empeorado el tejido social de nuestro país, propiciados por los
procederes de la mentada revolución. Se me ocurre que es esta una novela
patchwork, en la que a través de coloridos retazos se nos narran diversas
situaciones de una tragedia cotidiana, unidos estos por la intriga tejida en
torno a las supuestas últimas palabras de Chávez, grabadas en Cuba con un
celular, antes de que el comandante enmudeciera en vida y para siempre, lo que
se devela sólo al final de la novela.
En breves apartes que estructuran la
obra, aparecen los personajes cuyas vidas conflictuadas van encarnando los
diversos dramas que hemos vivido en estos últimos años, que no por conocidos
dejan de impactar, provocando la reflexión, traducida en identificación o rechazo, que
tales situaciones nos provocan como lectores. Tal es el necesario efecto que la
literatura bien concebida y escrita produce: el hacernos más visible y
comprensible la realidad, al menos hasta cierto punto.
El primero en presentársenos es Miguel
Sanabria, oncólogo jubilado, buena onda, que ha tratado de resistir los embates
de una situación política con la que no está de acuerdo. Su hija se ha
autoexiliado en Panamá y su esposa odia a Chávez por lo que desea ardientemente su muerte. Esto molesta a Sanabria, hombre
justo, lo que lo separa moralmente de su mujer. Es el único que logra ver la
grabación antes mencionada. Su hermano y sobrino son chavistas, lo que es motivo
de desencuentros y discusiones, sobre todo con el hermano, defensor a ultranza
del gobierno, lo que Sanabria, justo de nuevo, trata de evitar.
Andreína Mijares regresa de Miami, su
sueño americano ha fracasado y pretende vivir de nuevo en su apartamento, lo
que resulta imposible porque sus inquilinos, Fredy Lecuna, su esposa Tatiana y
Ricardo, su hijo de diez años, no le entregan el apartamento porque no tienen
otro lugar donde vivir. Lecuna trata de escribir un libro sobre Chávez y el
secreto de su enfermedad, leit motiv de la novela, ya que está desempleado y
necesita dinero.
María, de nueve años, y su madre viven
encerradas en su modesto apartamento por
miedo a salir, dada la inseguridad reinante en la ciudad, a los crímenes que
constantemente se suceden, según los noticieros que ven por televisión, la cual
las acompaña encendida durante todo el día. Esta parte de la anécdota no me pareció muy feliz, me resultó aburrida y
poco eficaz, narrativamente hablando. Su inclusión obedece al desenlace que el
autor propone: la existencia de una generación perdida, representada por María
y Rodrigo, los únicos niños de la obra, cuyo futuro en estas tierras es incierto.
Madeleine Butler, joven periodista
norteamericana que viene a Venezuela con el fin de escribir y, de ser posible,
entrevistar al presidente, atraída por su personalidad carismática y el
experimento bolivariano.
Junto a estos personajes centrales se
suceden cubanas que buscan casarse para irse de Cuba, agentes de inteligencia
cubanos con licencia para intervenir en asuntos internos del país, mujeres
habitantes de barrios populares especialistas en invasiones, bajo determinada
tarifa, mujeres de la burguesía que se aprovechan inescrupulosamente de lo que
critican, entre otros integrantes de un nuevo orden social poco edificante.
Y, por supuesto, Hugo Chávez Frías, a
quien Barrera reconoce un gran carisma innato que él mismo se esmeraba en
cultivar. Uno de los aciertos de la novela, según mi lectura, es el monólogo
que se incluye como parte del supuesto libro que escribe Lecuna. Un acierto
porque nos acerca a un ser humano que padece, a lo que podría decirse en su
fuero interno un hombre recio ante su posible muerte. Aquí recordé de nuevo el
artículo de Federico Vegas antes mencionado, en el que su vocación de escritor lo
obliga a preguntarse, con comprensiva humanidad, cómo serían esos últimos días
del presidente, qué pensaría, qué diría. En esta novela hay un tímido intento
de dar una respuesta a tal interrogante.
Esto no significa que el autor sea
complaciente con el personaje, el Chávez de Patria
o muerte es carismático, sí, pero también narcisista, un militar que como
tal sólo piensa en términos de órdenes y obediencia, un encantador de las masas con la sola oferta
de la palabra, del verbo encendido, así como el protagonista de todo, puesto
que todo en el país giraba alrededor de a su figura.
El otro aparte para mí destacable
especialmente es el que recoge las voces de unos personajes sin nombre que, en
un acierto de transcripción de la oralidad, comentan su pobreza, las desgracias
que arropan sus vidas, pero que aman sin condiciones a Hugo Chávez porque les
dio la importancia que nunca habían tenido como seres humanos y como ciudadanos
legítimos de este país. Tal pasaje responde a la tesis sobre las personalidad
carismática que se maneja en este libro, puesto que se suele hablar sobre el
dotado de carisma, pero no de los carismados: “El carisma era una relación
donde, en general, siempre se analizaba el poder y las características del
líder y muy poca atención se le prestaba a los carismados, a los reverentes.
¿Quiénes eran? ¿Cómo vivían? ¿Qué angustias y qué anhelos sentían? ¿Por qué se
habían enganchado con fervor en esa experiencia?” (p. 120).
Sólo al llegar a este punto de mi
reflexión es cuando me atrevo a señalar el cuadro colorido que falta en este
panorama patchwork, ¿por qué no aparecen también los odios y agresiones de
parte de los opositores? Las guarimbas, los llamados a la abstención a la hora
de votar, las descalificaciones, las agresiones mediáticas, el oponerse a todo
porque sí, haya razón o no. Creo que eso también forma parte de la conformación
de la personalidad carismática, la cual no deja insensible a nadie porque o se
le quiere, hasta el punto de la adoración, o se le odia hasta desearle la
muerte, como en el caso de Beatriz, la esposa de Sanabria, personaje de muy
poca relevancia y aparición en la novela. Quizás sería esta otra novela, de
mayor aliento, pues aquí se trata de apenas 245 páginas, a las que hay que
reconocerle la osadía por la falta de mayor perspectiva, por tratar una realidad tan cercana en el
tiempo.
De todas maneras pienso que vale la
pena leer esta novela, ganadora del premio Tusquets 2015. Creo que al jurado español debió interesarle mucho, satisfacer
su curiosidad, dada la fama de su personaje principal y su revolución. Eso si a los lectores venezolanos no les
espanta el exhorbitante precio del libro.
Para cerrar esta nota cito una frase de
la famosa carta que el Che Guevara le escribió a Fidel Castro como despedida, cuando se disponía a continuar sus luchas de
revolucionario. No estoy muy segura de cómo podría interpretarla, a la luz de
la hora actual, en el caso de Hugo
Chávez y la revolución bolivariana:
“En una revolución se triunfa o se
muere, si es verdadera”.
Barrera Tyszka, Alberto (2015). Patria o muerte. Caracas: Tusquets
Editores.