domingo, 31 de enero de 2010

MEMORIAS DE UNA DAMA DE MEDIO SIGLO

Me encontré con Arrivederci Caracas por pura casualidad mientras husmeaba en los anaqueles de Locatel, doble sorpresa porque de entrada me di cuenta de que se trataba de unas crónicas marcadamente autobiográficas y también porque entre cosméticos, libros de manualidades, de autoayuda y demás chucherías, se encontraba una obra que formaría parte del corpus que va engrosando la bibliografía de textos de este género que actualmente realizo, en el desarrollo de mi proyecto de investigación, y que además confirma mi tesis de que en Venezuela, en los últimos años, se ha desatado un afán memorialístico, como lo demuestran las últimas publicaciones de personas tan destacadas y conocidas como Lucila Velázquez, Ramón Escobar Salom, Enrique Tejera París, el Cardenal Rosalio Castillo Lara y Virginia Betancourt, entre otros.

En Arrivederci Caracas, título que parodia la legendaria balada italiana Arrivederci Roma, Marisa Vannini recupera a través de la escritura y con el auxilio de la memoria los tiempos idos y añorados de la Caracas de los años 50. No hay duda de que hay mucho de idealización en los recuerdos de Vannini, como en todo lo que toca el polvo dorado de la evocación. Tampoco se puede dudar de que esa Caracas “bella, inimaginable, suprema”, está en el imaginario de toda una generación, la misma de mi madre, otra dama bella y ejemplar del medio siglo; imaginario que también me concierne ya que varios de los episodios, estampas y costumbres contadas hicieron que me descubriera como niña de medio siglo, nací en 1951: la evocación de una especie en extinción, si no extinta del todo: las chaperonas; la inclusión de un espacio ya olvidado y cuya mención siempre daba escalofrío: el puente El Guanábano, temible por la atracción que ejercía sobre los suicidas de entonces, posibles aparecidos a los incautos o trasnochados caminantes que osaran pasar por allí; la ventana, vitrina donde las jovencitas, sentadas en el pollo de esas magníficas ventanas de las casas coloniales (otra especie en extinción), todavía no dueñas de la calle como hoy, nos exhibíamos a los curiosos paseantes, posibles “conquistas” o futuros novios; las serenatas que me hicieron recordar una tonta frustración: a mí nunca me llevaron una, tan feita era? Bueno…salvo la vez que unos amigos malvados y borrachos nos llevaron, (a un grupo de chicas que nos quedamos juntas a dormir en una casa, como ellos bien sabían) una “serenata” en la que una voz horrorosa cantaba “Abre la puerta queriiiidaaaaa…que te traigo un regaliiiitooooo…Mientras las cavernosas voces de los golfos que acompañaban al “tenor” coreaban ito…ito…ito… No abrimos la puerta, por supuesto, ni siquiera la ventana, por lo nunca identificamos a los “culpables”, sobre todo porque ellos huyeron inmediatamente “por la derecha” para no ser reconocidos. Nos reímos durante algún tiempo del episodio, sospechando sobre los perversos autores del mismo, no sin cierto rencor.

De verdad que se trata de un libro de grata lectura, sin pretensiones literarias ni experimentales, como suele suceder en las memorias, sobre todo en las de autoría femenina, ya que su interés no es otro que llevar un mensaje claro, sin ambigüedades, sobre las experiencias vividas. El lenguaje es llano, fresco, directo, la enunciación se ofrece desde un “yo relacional”, desde un “nosotros” inclusivo del grupo social al que se pertenece, otro rasgo de la autobiografía femenina, explicable porque la autora cuenta impresiones y vivencias que no le son exclusivas sino que comparte con las mujeres de su generación. El ser humano que se nos ofrece en estas páginas es de verdad singular y admirable, aunque la protagonista principal de estas crónicas es la ciudad, junto a ella la autora va edificando su monumento para la posteridad: inmigrante italiana que llega a Caracas a finales de la década de los cuarenta en plena juventud, Marisa Vannini nos pone al tanto de su personalidad dinámica, estudiosa, incansable lectora, de su diligencia sin descanso, de su dominio del latín y el italiano, de su vocación docente realmente ejemplar, primero en bachillerato y luego en su adorada Alma Mater: la Universidad Central de Venezuela. No es posible dejar de admirar, como docente que soy, a esta maestra que con tanto amor se dedicó a la enseñanza, desde las clases particulares que deba con esmero, gracias a las cuales “media Caracas” aprendió italiano, hasta su protagonismo en la UCV, fundando cátedras, investigando, dirigiendo tesis y tantas actividades académicas que nos obligan a preguntarnos como hizo todas esas cosas una mujer en una vida, la cual suele ser tan corta; mi reconocimiento vaya expresado aquí en letras negritas, subrayadas y en mayúscula sostenida

Sólo tengo un reclamo que hacerle a Marisa, batalla perdida que no dejo de librar: el que todavía no se haya dado cuenta de la necesidad de “nombrar el mundo en femenino” como bien nos pide la historiadora catalana María Milagros Rivera Garretas en el libro que lleva este título. Cuánto me fastidió leer que nuestra querida memorialista haya alcanzado el grado de profesor titular (p.198); que haya sido compilador de una obra narrativa dedicada a los niños (p.196); que haya sido tutor (p.195) de varios tesistas… y pare usted de contar. ¿Es que no existen las palabras profesora, compiladora y tutora? Caramba, ¿hasta cuándo arrastraremos ese complejo, esa inseguridad simbólica de la que nos habla Pierre Bourdieu? ¿Es que todavía “la mujer no existe”, como dijo Lacan? ¡Vaya, pero si tan sólo se trata de respetar las normas gramaticales de concordancia de género, no de dualidades innecesarias ni de faltarle el respeto a la economía del lenguaje, es concordancia pura y simple, nada más, facilito! Será verdad que las mujeres somos irredimibles, como dijo una vez Augusto Roa Bastos en una entrevista? ¡That is the question!

Pero volvamos a la maestra después del anterior clamor en el desierto, quiero culminar este comentario con una larga cita porque me parece ejemplar para nosotros los docentes, hoy bastante extraviados en esta profesión que sólo debe emprenderse por vocación. El capítulo en cuestión se titula Alma Mater y comienza así:

La más grata, estimulante, imperecedera memoria de la década del cincuenta fue mi incipiente experiencia docente en La Universidad Central de Venezuela.

Fueron tantas y diversas las satisfacciones que me produjo mi labor como profesora en las aulas universitarias, que a pesar de algunas vicisitudes y vivencias realmente peligrosas, no cambiaría por nada los años dedicados con devoción al Alma Mater.

Desde el año de 1956, con ímpetu juvenil disfrutaba sobremanera el poder dedicarme a difundir mi lengua nativa, viendo cómo su particular encanto causaba sensación entre los estudiantes.

Ha habido últimamente entre los docentes cierta renuencia, y hasta alguna que otra protesta cuando se les asignan más de las doce horas reglamentarias de clase.

Nuestro grupito de graduados en el 56, esforzado e idealista, llegó a dictar en la universidad hasta veinte y veinticinco horas de varias materias, y nunca nos quejábamos, más bien por el contrario nos sentimos orgullosos de haber prestado este apoyo a otras escuelas y de haber fundado cátedras que sin nuestra colaboración ad honorem no habrían existido ni existirían.

En mi caso, además de las doce y a veces quince horas reglamentarias de Italiano y de Literatura Italiana con muchísimos alumnos a los que quise tanto, y de los cursos de extensión de Lengua y cultura italianas, durante el decanato del doctor Pérez Olivares, ofrecí mi aporte a la Facultad de Derecho para los cursos de italiano jurídico, acompañando a los colegas abogados y apreciados amigos Helena Fierro y Germán Fierro. Tenía tantos alumnos que en ningún salón cabían todos (p.194).

Bien, hasta aquí la cita y como dice el lugar común: “para muestra basta un botón”… Ahora sí finalizo dando cuenta de un descubrimiento y una promesa. Quizá el descubrimiento no sea tal: los textos autobiográficos estimulan a su vez a ejercer de autobiógrafo, ya lo han dicho los teóricos sobre el tema, todo libro de memorias remite a otro que le ha servido de inspiración. Fíjense, mis desocupados lectores, lo levemente autobiográfica que fui en estas notas, sorprendida estoy yo misma, ¿será que cómo dice Walter Mignolo, la autobiografía tiende a desaparecer como género independiente ya que lo autobiográfico lo está invadiendo todo? La promesa no sé si la cumpliré: el transcribir completo el capítulo Las puertas abiertas, donde la autora habla de cómo era la Caracas y con ello la Venezuela de ayer en cuanto a la honestidad del venezolano y de la seguridad de la que se disfrutaba, virtudes hoy raras de encontrar…Y es que la ciudad que nos regala Marisa Vannini es aquella a la que desea volver, a la que añora con “esperanza y cariño”, esa ciudad que asociada al deseo nos ofrece Federico Vegas, desde otro tono, otra óptica y otro género, y que abordaremos en próxima entrega.

(Vannini, Marisa. Arrivederchi Caracas (2005). Caracas: Los libros de El Nacional,pp.200. Aquí pueden leer unos cuantos capítulos: http://books.google.co.ve/books?id=ot0Y2slwe5IC&printsec=frontcover&dq=arrivederci+caracas&cd=1#v=onepage&q=&f=false)

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2 comentarios:

  1. Conocer esa Caracas así como cualquier otra ciudad venezolana de mediados del siglo pasado hubiese sido genial. Afortunadamente existen publicaciones como ésta, que como bien dice usted profe no tienen grandes intenciones literarias, pero sí el propósito de reivindicar en la memoria de los venezolanos eso que fuimos y por qué no lo podemos volver a ser.
    Concuerdo con usted en lo relacionado con el género.
    Aprovecho este espacio para felicitarlos por tan loable iniciativa. Faltaba algo así.
    !Leer para vivir y seguirles el rastro!

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  2. Me alegra, Vanessa, que nuestro blog haya sintonizado contigo. En cuanto a la Caracas y al país que perdimos, pues la pregunta como que sigue en pie quizá con una respuesta difícil de hallar. Sólo sé que hay un período de oro de nuestra vida como nación, los años 50, creo que hay que rastrear su presencia en nuestra literatura, es posible que allí haya alguna respuesta, también creo que hay que indagar y escribir sobre esos años, ya sea desde el ensayo o la ficción, así que ánimo!!!

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