El general De la Róvere (y otros relatos) está dividido en dos partes. La primera corresponde
al relato sobre el periplo de Giovanni Bertone para terminar siendo el general
De la Róvere a petición del Coronel Müller, oficial del ejército alemán
encargado de neutralizar el avance de la resistencia en el Norte de Italia. La
segunda, se compone de nueve semblanzas sobre personajes para quienes la postguerra
es un tema común. Todo el libro es una mirada acuciosa sobre la personalidad de
los personajes; un retrato estimulante sobre el carácter humano, sobre sus
actos, y también sobre sus posible móviles.
Bertone, el primero de estos
personajes, es un gran actor. Lo es tanto que termina convirtiéndose en el
papel que interpreta. Diría Borges, el recurso no es nuevo. El valor patético
que adquiere su trasmutación, tal vez sí lo es. O al menos es sinceramente
patética y por eso digna de atención.
Lo conocemos originalmente
como el mayor Grimaldi, y de este nombre y rango, también falsos, se aprovecha
para timar a los familiares de los prisioneros de guerra. Un crimen execrable,
que ganaría el desprecio automático de cualquiera. Pero, el quid de su historia
es la oportunidad que le ofrece el coronel Müeller para su propia conveniencia
(la del coronel): tomar el lugar, con nombre, rango y prestigio del general De
la Róvere.
Decir que Bertone termina
asumiendo completamente la identidad del general no es suficiente, ni preciso.
Como no conocemos al general, no sabemos si las acciones de Bertone
corresponden con las que el propio general realizaría. Sus compañeros de
prisión tampoco lo conocen, el coronel Müeller no tuvo ocasión de entrevistarse
con él; la esposa del general que se presenta ante el coronel, a riesgo de su
vida, suplicando aunque sea una mirada a su esposo, es convencida de que esto
le haría más mal que bien al general, así que ella tampoco logra estar ante su
esposo creado por Bertone y Müeller. Más justo sería decir, entonces, que
Bertone es el general.
Asume una actitud digna,
estoica, y lleva el presidio y las torturas con la dignidad de un verdadero
combatiente, aunque nosotros sepamos que es una actitud también fingida. Pero
no deja de ser en cierto modo Bertone; no el estafador, el impostor, sino el
Bertone advenedizo, el oportunista, el inocuo “granuja” que aprovechó la
oportunidad de ser alguien más para “bien”. Lo vemos hablar con el coronel
Müeller, ya que esa es su misión al tomar el lugar del general: servir de espía
entre los prisioneros. Pero, lo que logra comunicarle son apenas evidencias
inconexas, pistas que no conducen a ningún lugar. De modo que su papel de espía
es, de muchas formas, sólo nominal. Nunca revela nada comprometedor.
Bien visto, Bertone es un
héroe que no pretende serlo. Es tan sólo una figura que se magnifica por ser
algo que bajo otras circunstancias se hubiese considerado pedante, ya que exige
cada tanto un trato digno de su rango.
Pilar Cordoñer Soria, en un
capítulo del libro Las órdenes militares:
realidad e imaginario, dice que esa actitud no es arbitraria ni casual,
sino que busca recordar a los prisioneros que a pesar de las condiciones la
dignidad debe prevalecer. Algo que me hace recordar al coronel Nicholson, de El puente sobre el río Kwai: “No somos
reos. Somos soldados prisioneros, y la disciplina debe mantenerse”. Es una
lectura válida, sólo hay que recordar que el propósito de Bertone no es ser un
ejemplo, sino el general que necesita el coronel Müeller.
No obstante, la
transformación progresiva termina por convencernos de cualquier lectura
redentora de Bertone: el general De la Róvere se congracia con sus compañeros
de celda, italianos o no, les defiende de su draconiano carcelero, expone su
integridad física por ellos. El patriotismo que despierta y enciende entre los
demás prisioneros no solamente es justificable, sino comprensible. Hasta se
dirige al coronel Müeller como si se tratara realmente de dos oficiales
hablando de las condiciones de la prisión. (Una vez más es imposible no pensar
en el coronel Nicholson y su contraparte, el comandante Saito).
Bertone es el mismo y
también su reverso ideal, De la Róvere. Las acciones al final de su vida quizás
no redimieran sus felonías pasadas, pero tampoco deben ignorarse que llegado el
momento se comportó con dignidad, y es lo que nos informa Indro Montanelli al
justificar las razones por las que decidió salvar a este personaje de la
ignominia o el olvido:
Mas ¿fue verdaderamente un traidor Bertone de la
Róvere? No lo sé. Sé solamente que cayó como aquellos que no lo eran. Y sé
también que Jesucristo no se sintió ofendido por la vecindad de Barrabás. Como
fuere, yo no me propongo juzgar a ese polivalente e inquietante personaje,
quien acaso tampoco supo dónde y cómo cesó de ser un aventurero para
convertirse en héroe, y cómo, una vez incorporado al drama, no sé mostró ajeno
a él.