miércoles, 27 de enero de 2010

EL TIEMPO PERDIDO DE DAN BROWN (PARTE I)

Las razones

No soy un gran lector de thrillers, en realidad prefiero verlos en el cine, porque siento que cuando se alarga más de la cuenta la atmósfera de misterio, tiende no sólo a aburrir sino también a decepcionar. Para mí un buen libro de misterio cumple con aquel acertado adagio de: “Lo bueno si breve, bueno dos veces”. Exceptuando algunos libros inconclusos y los cuentos de Edgar Allan Poe, sólo he disfrutado dos títulos de este género: El secreto de Wilhelm Storitz, de don Julio Verne, y El dragón rojo, de Thomas Harris, famoso por la versión fílmica de su novela El silencio de los corderos.


Pero hace pocos días leí El símbolo perdido, la tercera novela de Dan Brown, la cual promete ser el cierre de las aventuras del experto en Simbología, Robert Langdon, aunque yo dudo de ello. Para mí este libro resultó una empresa ambiciosa, no sólo por las más de seiscientas páginas que la componen, sino porque acometí el nada recomendable ejercicio de la lectura en voz alta para terceros. En el primer caso, debo admitir que soy más bien de leer lento, así que me tomó varios horas, de varios días, incluyendo madrugadas agotadoras. En el segundo caso, es obvio que semejante práctica supone un esfuerzo superior. Por suerte para mí pude ahorrarme doscientas páginas porque mi compañera de lectura tomó la inteligente decisión de dormir sus horas.


En fin, he querido publicar esta nota sobre un libro que más bien me parece una pérdida de tiempo por varias razones. La más importante de todas, el que semejante inversión de energía debe rendir sus frutos por algún lado. Las otras intentaré explicarlas a continuación de la forma más breve, clara y desapasionada posible.



Lo bueno

Muchas cosas me sorprendieron cuando leí esta novela, a la que quiso la suerte y la maquinaria publicitaria de los editores de Brown que se la esperara como un gran acontecimiento. Cuando se conoce la parte básica es fácil ver por qué: Peter Solomon, un reconocido masón del grado trigésimo tercero y guardián del secreto más importante y poderoso de la historia de la humanidad, es secuestrado por un hermano de logia obsesionado con obtener el poder protegido por él. Sólo Robert Langdon posee las claves y el conocimiento para salvar no sólo a su amigo, sino a todo el mundo del peligro que se cierne por esta nueva amenaza ignorada.


No entraré en detalles acerca de la masonería y las infinitas hipótesis que en torno a ella han surgido. Prefiero sólo decir que no me interesan esas sociedades secretas lo suficientemente pedantes para saberse las únicas capaces de comprender el mundo. Sí diré en cambio —y esta es mi primera sorpresa— que la historia de Brown sobre estos “sabios insuflados” llama verdaderamente la atención por el manejo que el autor hace de los datos secularmente aceptados. En una prosa más didáctica que elocuente, los personajes de la novela nos hacen preguntarnos por cosas sencillas que pudimos haber considerados antes o no, y a partir de allí generan una perspectiva nueva.


Ignorar que a la masonería se la ha vetado, satanizado y hasta perseguido por los mismos motivos que a religiones, sectas o ideologías políticas que hoy, habiendo ganado sus cuotas de poder, se las tiene por legales y válidas es un pecado que se comete comúnmente, con resultados nefastos. El símbolo perdido, si en algún momento perdiera todo otro valor estético literario —que yo no le reconozco—, aún guardaría esta enseñanza obvia pero útil.


En segundo lugar, me sorprendió gratamente la capacidad de Dan Brown para conectar distintas informaciones a la vista de todos para construir una prosa laberíntica, en la cual el paisaje supuestamente conocido reaparece nuevo a través del misterio y la conspiración. Me hace mucha gracia imaginarme la actitud de las personas que viven, conocen o quieren conocer Washington cuando se enfrenten a ella después de haber leído El símbolo… Por un lado, los que la habitan verán con desconfianza y asombro los edificios que antes sólo significaron un decorado demasiado cotidiano para llamar su atención; el viajante que se consigue en estas páginas los lugares que visitó alguna vez ahora llenos de magia y trascendencia podrá señalar con el dedo y decir ufano “yo estuve ahí” y, por último, el cándido (a veces fastidioso) turista que no verá transcurrir las horas por estar en medio de los espacios en los que transcurre una emocionante historia en la cual corrió peligro, sin que nadie lo sospechara, el presente y el futuro de la humanidad entera.


Aplaudo ese ingenio de llenar el mundo de fantasía, estimulando así la capacidad de imaginación, en unos lectores cada vez más faltos de ese maravilloso don. Confieso que a mí me gustó sobre todo prestar atención a una ciudad que nunca consideré interesante. A cada nuevo escenario acudía al pobre pero útil buscador de imágenes google para saciar mi vista con las espléndidas edificaciones tan fielmente descritas en la novela.


No se me malentienda. No quiero que por esto digan que me contradigo cuando afirmo de entrada que el libro me parece una pérdida de tiempo y ahora aclamo, es más aplaudo, el ingenio del escritor. Llevo tiempo leyendo una idea falsamente inteligente: esa de que la literatura popularizada a la sazón del boom comercial infantil-pubescente de magos huérfanos, mundos en guardarropas y vampiros bellos y a la moda contribuye por lo menos a que las nuevas generaciones lean un libro. Yo considero eso un triunfo pírrico y me parece una manera de consolarnos los pretenciosos “conocedores” de la literatura ante el inminente fracaso de perder adeptos a los grandes clásicos, la Literatura con mayúscula, la de “verdad”. En el mejor de los casos, la situación no debería interesarnos, porque esta ola de “nuevos lectores” no es más que una estampida de compradores compulsivos que antes adquirían franelas, video juegos o juguetes y ahora se ve deslumbrada con un objeto muy parecido a un libro. Supongo que en todas las ramas del arte debe pasar igual, así que en algún momento intentaré ampliar esta idea.


Por el momento me permito esta digresión para aclarar que Dan Brown sigue siendo parte de esa producción masiva de esos curiosos objetos que se descubren a diario “como el mejor libro jamás escrito”, pero tiene el mérito de enriquecer su ficción con elementos cotidianos que seducen por lo ingeniosos. Al mismo tiempo, ésta también es una de sus debilidades, pues, como es del conocimiento general, el gran vicio de Brown es su tendencia a alimentar la teoría de la conspiración, tan apetitosa para los norteamericanos como el kétchup (la salsa de tomate).


Siguiendo con mi comentario sobre el libro, debo decir que todo el idilio de las primeros trescientas páginas se vino abajo cuando la búsqueda del misterioso símbolo perdido, que resultó ser una palabra secreta, empezó a coquetear con la Biblia y el Poder Supremo del Arquitecto del Universo. Para no andar con rodeos, dejaré bien claro mi ateísmo cuasi militante. Sin embargo, no es a raíz de esto que mi interés en la novela se fue a pique.


(Advertencia: Los que consideren seguir leyendo, por interés real, curiosidad o en busca de más datos para posterior refutación, tengan presente que mis consideraciones sobre la novela me exigen revelar datos que dan fin al misterio. Aquellos que se planteen leer el libro, regresen después de haberlo hecho).
(Continúa)


15 comentarios:

  1. El artículo es muy bueno, y considerando que desde el principio hace notar que para nada le gusto el libro cosa que no discuto, ya que el argumento del autor no es nada nuevo. También creo que hay cosas por la cuales no hay que juzgarlo tanto. Ya que si se toman en cuenta los dos últimos libros de Dan Brown, no es de extrañarse que su trabajo se centre justamente en crear complots y conspiraciones, además que lo único nuevo en ellos son los personajes y un nuevo misterio por descubrir. Básicamente ese es su estilo de narración y el modo de atraer lectores. En mi opinión no hay que ser tan duros con los libros de moda o comerciales, bien sean de vampiros (muy encantadores por cierto), magos o hasta licántropos, ya que de un modo u otro cautivan a lectores no habituales. Ahora cabe destacar que son libros de 600 – 900 páginas, es un logro que los mismo los lean. Claro no serán los mejores escritores, pero ayudan a promocionar la lectura. Pensemos que algún día uno de estos lectores tome la sabia decisión de llegar más lejos y escoger un buen libro.

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  2. Gracias por el comentario, Anónimo.
    Aunque debo decir que en el propio artículo desestimo eso de los "lectores no habituales", porque no me parece que lo sean, en el sentido literario del término.
    Además, también considero que el esfuerzo de lectura de 600-900 páginas no tiene nada de encomiable cuando se trata de la distorsión del acto de leer y la "mala educación" de los hábitos de lectura, por supuesto, en aquellos lectores que pudieran dedicar su talento a mejores autores. Es decir, parece más un malgasto inútil de energía y tiempo. Por ello soy tan duro con estos libros que algunos profesores quieren hacer pasar por útiles para estimular el gusto por la literatura en los estudiantes.
    Ampliaré esto en un próximo ensayo sobre el tema.
    Lo que sí me pareció conmovedor de sus palabras fue eso de que tal vez algún día elijan un "buen libro". Esa esperanzada visión del futuro, me hace pensar que todavía quedan optimistas en el mundo y es bueno apoyarlos. Vaya mi apoyo, pues.

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  3. Vaya, aquí hay carne para la polémica: ¿no valen los best sellers para ir ganando lectores atrayëndolos hacia lecturas más profundas y necesarias? Estos chicos que hacen cola por la útima entrega de Harry Poter o por Crepúsculo ¿nunca serán buenos lectores puesto que sólo obedecen a la moda, por lo que corren detrás de esos libros como detrás de los zapatos y lo jeanes de marca, para enseguida cansarse y desestimarlos? Thats is the question!!!!

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  4. Parece que no tendré tiempo de escribir el artículo sobre este particular antes de que la polémica me conmine a aclarar varias ideas.
    Lo complicado del planteamiento sobre los best sellers como forma de atraer lectores radica en la perspectiva desde la cual se lo ve.
    Por un lado, podríamos decir que acostumbrarse a leer tantas páginas es un ejercicio que fortalece la capacidad de atención y la resistencia. Pero lamentablemente esto no es así: quien se habitúa a la prosa llana y pobre de los libros de moda (que no tardan dos semanas en ser traducidos) después sufre horrores con el estilo de pongamos Borges o Cervantes. Y no decir ya lo que la significación de estos escritos representará para el lector que espera el descubrimiento de un misterio no por su análisis, sino como final de la obra.
    Por otro lado, también podríamos asumir que la forma en que esta lectura atraiga lectores sea a través de un extrañamiento desagradable, es decir, que al leer ciertas novelas de moda descubra lo innecesarias que son y así busque otras opciones. Por desgracia eso es poco metódico y casi que nos remite a lo que planteé en el párrafo anterior.
    Mi experiencia como docente de Literatura en varios niveles, incluido el universitario, es que las personas leen lo que les llama la atención o lo que se acostumbran a leer. En ambos casos el salto de un lado al otro de la cuestión (esto es de los best sellers a los clásicos o viceversa) es casi nulo.
    Así que, en primer lugar, quienes leen best sellers sólo buscan libros como esos y por ello no debemos contarlos entre los lectores que algún día prefieran "mejores libros". Y en segundo lugar, el hecho de que algunas personas prefieran lecturas superficiales y entretenidas porque están acostumbradas a ellas confirma lo contraproducente de usar esos libros para "atraer lectores".
    Como ejemplo pondré a muchos estudiantes de pregrado que a punto de concluir sus estudios en Educación, mención Castellano y LITERATURA, nunca han leído un clásico, pero tienen once libros del mismo autor "light". Lo que ha ocurrido durante el curso no sólo es que muestran dificultades para leer, sino que al final su comprensión de lo leído no pasan de ser ingenuos y vacíos, esto como consecuencia de querer comparar el propósito de las obras. Estaría de acuerdo en que se trata de estudiantes que se han equivocado de carrera, pero siendo la gran mayoría no queda más que aceptar que algo está fallando en las estrategias didácticas, mal orientadas a ganar lectores en lugar de formarlos.
    En esta discusión, intento partir de la experiencia, la cual incluye las excepciones de siempre, y ello me hace desconfiar de la estrategia que algunos profesores empiezan no sólo a defender sino a practicar.
    En cualquier caso, habrá que esperar al final del día para que los hechos nos permitan ver el resultado de las especulaciones.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. (Bueno, por lo extenso de mi último comentario el artículo ya no guardará muchas novedades. Jajaja)

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  7. [FE DE ERRATAS: Pido disculpas por las equivocaciones en el comentario extenso. Especialmente en el párrafo que dice: "...su comprensión de lo leido no pasa de ser ingenuos y vacíos". Debería decir: "...su comprensión de lo leído no pasa de ser ingenua y vacía".
    Y también donde dice: "...como consecuencia de querer comparar el propósito de las obras". Debería decir: "...como consecuencia de querer comparar a fuerza de costumbre el propósito de las obras de autores tan disímiles".]

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  8. En realidad tienes razón en donde dices que el lector solo leerá lo que le llama la atención, es como la teoría de Ausubel y el aprendizaje significativo, aprendemos lo que queremos y nos gusta. De este modo el lector de best sellers solo leerá este tipo de lecturas, aunque cabe destacar que siempre están sus excepciones, no se puede englobar a todas las personas que se sientan atraídas hacia este tipo de material, además que se puede tomar como una lectura de entretenimiento, no todas tienen que ser de grandes autores. Un punto positivo a estas personas seria su capacidad de leer tantas páginas, si algunos ni siquiera leen el periódico y el negativo que suelen encasillarse en este tipo de material de lectura bien sea por moda o simple gusto.

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  9. Es cierto amiga/o comentarista que no todas las obras tienen que ser de grandes autores y que nada tiene de malo el entretenimiento, pero te cuento mi experiencia como lectora que ha seguido el camino inverso, de grandes obras a best sellers: me leí las 600 áginas del libro de moda en Europa que una amiga de ese continente tuvo a bien regalarme: El hombre que no amaba a las mujeres,del autor sueco Stieg Larsson, y aunque me entretuvo puedo decir que nada me dejó, ya lo olvidé a pesar de que hice una lectura reciente.
    El amigo Bernardo tiene razón, esas obras hacen leer, sí, pero a costa de que pervierten el gusto, luego no entiendes jamás a Borges y Cortázar. Fíjate que lo mismo pasa con el cine, no hay duda de que los jóvenes ven mucho cine, pero de la peor clase, el que entretiene con crímenes o escenas morbosas, por sus efectismo y nada más, luego ven una interesante película de autor, por error claro está, y los oyes comentar a la salida: "aaayyy que película tan leeentaaa", je je je.

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  10. Ésas eran las palabras que estaba buscando para zanjar una discusión que ya empieza a darse en dos niveles diferentes: uno que defiende la postura de los lectores ingenuos y casuales y otro que plantea la necesidad de una lectura crítica "sana" en el medio académico.
    Gracias, Anónima/o, por poner orden con su precisión y claridad.

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  11. [Corrijo: Anónima, en vista de su "experiencia como lectorA".]

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  12. Bah! todos aquellos que no saben escribir se vuelven críticos del trabajo ajeno.

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  13. Y los que no saben escribir ni criticar el trabajo ajeno se hacen patéticos anónimos que repiten perogrulladas más insípidas e inútiles que sus bacterianas vidas, tan sólo alimentadas por la certeza ridícula de ser políticamente correctos al querer agradar a todos con una actitud de "vive y deja vivir", inmediatamente negada por comentarios como "Todos aquellos que no saben escribir se vuelven críticos del trabajo ajeno", proposición resultante del silogismo planteado por la crítica del trabajo ajeno que esa frase implica.
    Gracias por el comentario.
    Un abrazo.

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  14. [Aunque... "Bah!" ¿Por qué me suena curiosamente familiar esa expresión?]

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  15. Caramba!!! La polémica cogió candela, no? Jejeje

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