miércoles, 23 de junio de 2010

JOSÉ RAMÓN MEDINA EN LA MEMORIA


Siempre me ha llamado la atención esa costumbre de la hermana muerte de llevarse a la gente por lotes, tal como acaba de ocurrir con tres escritores de valía: José Saramago, el mexicano Carlos Monsiváis y nuestro José Ramón Medina (Macaira, 1921-Caracas, 2010). En el diario El Nacional del pasado domingo, Rafael Arráiz Lucca hace memoria del maestro Medina como sentido tributo a su trayectoria de gran venezolano destacado en diversos ámbitos de la vida pública de la Nación: profesor universitario, individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, director de El Nacional, Fiscal General de la República, uno de los fundadores de la Biblioteca Ayacucho y pare usted de contar. Junto a tan notable hoja de vida, Arráiz Lucca no se olvida de subrayar la calidad humana del viejo profesor, su carácter “recio y dulce”, de hombre bueno, poeta también como el buen Antonio Machado; así como su generoso apoyo a los jóvenes que se iniciaban en el camino de la creación e iban a pedirle consejo.

La importancia de la obra de José Ramón Medina para mí como profesora de literatura fue la referencia que significaron para nuestra tarea docente sus libros Cincuenta años de literatura venezolana, 1918-1968 y su ampliación Ochenta años de literatura venezolana, 1900-1980 (1980). Tales obras han sido por años, junto con el libro de Juan Liscano Panorama de la literatura venezolana actual (1973), de consulta obligada para situar a los escritores venezolanos que publicaron o escribieron en los períodos señalados. Hasta ahora no se ha escrito un libro con tal amplitud historiográfica sobre literatura venezolana, al menos yo no lo conozco. Es que hoy somos unos críticos que abordamos temas muy puntuales, me comentaba un día un colega. Es cierto que se está haciendo bastante crítica académica, los varios eventos que se suceden en las diversas universidades del país y su correspondientes publicaciones así lo confirman, pero libros de esa amplitud, no. Quizá Orlando Araujo y su Narrativa venezolana contemporánea (1972), sea el único que puede contarse junto a Liscano y Medina en cuanto al trabajo historiográfico y crítico. También hay un intento en Para fijar un rostro (1984), de José Napoleón Oropeza, aunque menos sistemático y algo caprichoso en sus juicios. Más recientemente, Rafael Arraíz Lucca, en su Literatura venezolana del siglo XX , sólo reúne trabajos aislados, en una entrega que pensé que continuaba, ampliaba y actualizaba los libros de Liscano y Medina. Sin embargo, no fue así, lástima.

Vaya nuestro homenaje y gratitud al maestro Medina, esperando que surja pronto quien continúe su ardua tarea.


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