lunes, 21 de junio de 2010

LECTURAS QUE CAMBIARON VIDAS

(De izquierda a derecha: Álvaro Contreras, Carmen Díaz Orozco, Oscar Marcano y Bettina Pacheco)

Acaba de culminar el encuentro de investigadores que este año y con este nombre organizó el Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres”, de la ULA, Mérida. Fue uno más de lo que anualmente convoca el mencionado Instituto al que he tenido el privilegio de asistir, como en otras ocasiones. Digo privilegio porque se trata de un evento íntimo, si es válido el término para un caso como éste, que reúne durante tres días a un selecto grupo de especialistas que con altura y rigor académico, pero a la vez con gran familiaridad, intercambian experiencias, conocimientos, lecturas, métodos de trabajo. Todo ello dentro de una suerte de “cosa nostra” que nos hace sentir a los participantes comprometidos con el Instituto, con los colegas que lo integran, con los ponentes que generosamente acuden, con los atentos asistentes y, cómo no, con el inconmensurable mundo de las letras.

El tema de esta ocasión giró en torno a los libros, autores o lecturas que de una u otra manera nos han marcado como personas, como docentes, como críticos o simplemente como lectores. La apertura del evento no pudo tener mejor elección para la conferencia inaugural: Oscar Marcano. Fue grato conocer a tan importante escritor a quien no habíamos visto en persona: fina estampa, cabellos de plata, todo un caballero andante. También el habló de sus autores y lecturas preferidas, por supuesto: Poe, la condesa de Segur, Hawthorne, Pavese, Rimbaud, Ramos Sucre y, sobre todo, el gran Henry Miller, todo un culto a lo que llamó el arquetipo occidental.

Dos ideas suyas, entre muchas otras, tuvieron especial resonancia, expresa o tácitamente, según mi parecer. Una de ellas fue su afirmación de que no puede hablarse, al referirnos a la literatura venezolana, de literatura urbana, como una consecuente oposición a la literatura rural, ya que toda nuestra literatura es urbana. ¿Dónde está nuestra literatura rural?, se pregunta. Tal afirmación obtuvo su refutación con la ponencia, más bien conferencia por lo extensa y nutrida, de Lilibeth Zambrano al cierre del evento. Su extenso y acucioso trabajo sobre la literatura paraguaya en castellano y guaraní demuestra que en ese país sí que hay una apreciable literatura donde lo rural tiene un considerable peso.

La otra idea puede decirse que surgió entre telones. Cuando uno de los participantes le comentó que no le gustaba Henry Miller, Marcano ripostó: “es que tú eres apolíneo”. Y sí, creo que así es, al menos esa valoración fue una revelación para mí: hay lectores apolíneos y dionisíacos. Prueba de ello es que algunos asistentes que no hablaron en público hicieron comentarios sobre que esas lecturas y autores, como el propio Miller o el cubano Pedro Juan Gutiérrez y su Trilogía sucia de la Habana, donde lo grotesco, lo excrementicio, cobra cuerpo en gran parte del texto, les resultaba de difícil lectura. Apreciación reafirmada luego de la intervención de Bernardo Navarro, quien resaltó esa estética de lo edificante que subyace en los ensayos del sabio Montaigne. Así que entre lectores apolíneos y dionisíacos nos dividíamos allí sin haber caído en cuenta de ello.

Otro aspecto que surgió en el evento, como bien lo precisó Eleonora Cróquer como una de las conclusiones que se desprendían de las ponencias, fue el admitir la importancia que lo biográfico tiene a la hora de realizar el trabajo crítico. Muchas de las intervenciones demostraron cómo la circunstancia vital del autor presta claves importantes a la hora de interpretar la obra narrativa o poética de determinado/a autor/a; algo que constaté durante mi trabajo sobre Virginia Woolf. Tal reconocimiento deja de lado el prurito que contra lo biográfico propugnaba cierta crítica formalista.

A lo anterior agregaría algo más, un señalamiento de Walter Mignolo quien al hablar de la autobiografía y de la confusión de este género con la novela, vaticinó el “estallido” de la autobiografía, es decir, su desaparición por su tendencia a invadirlo todo, incluso el campo de la crítica. Las advertencias de Clea Rojas, al comienzo de su exposición, sobre lo autobiográfica que es la escribir; la lectura de la Trilogía sucia de la Habana y su posterior comentario, al mismo tiempo que visitaba esa ciudad, según nos contó Carmen Díaz, fueron por demás elocuentes. Lo mismo podría decir de Raquel Rivas, quien dijo algo con lo que me identifiqué plenamente: “ya no quiero hacer más trabajos académicos”. Ella se refería seguramente a su trabajo como traductora, pero yo lo entendí como esa tendencia al ensayo literario, hacia el libre discurrir sobre lo leído que quizás a otros al igual que a mí nos seducen hoy día.

La verdad es que es muchísimo lo que habría que comentar después de tres días de grata lectura y nutritivas discusiones. Las intervenciones de Álvaro Contreras, Arnaldo Valero, Maén Puerta, Belford Moré, Cecilia Cuesta, Vicente Lecuna, Maylen Sosa, Diego Torres, Gina Saraceni, los muy jóvenes Santiago Acosta y Gabriel Payares, y tantos otros, bien valen comentarios que este espacio y mi menguada memoria no alcanzan a reseñar. Sólo resta esperar las memorias de tan importante evento para calibrar, como bien se lo merecen, los aportes que cada especialista tuvo a bien de ofrecer tan generosamente.


(De izquierda a derecha: Diego Rojas, Bettina Pacheco, Maylén Sosa y Bernardo Navarro)

No hay comentarios:

Publicar un comentario