miércoles, 11 de mayo de 2011

LAS MUJERES DE CERVANTES, DEL QUIJOTE, DE HOY

(Las dos Dulcineas)

Son muchas las apreciaciones que acerca de la mujer se han hecho dentro de los estudios literarios. Muchas obras clásicas han plasmado en sus páginas estereotipos de mujeres que deslindan entre el bien y el mal, lo moral y lo inmoral, lo idealizado, lo escatológico y terrenal.

Tales adjetivaciones se presentan de manera muy diversa en la siempre inagotable Don Quijote de la Mancha, pues Cervantes nos muestra todo un repertorio de personajes femeninos que representan las diversas concepciones de la mujer de la época renacentista. Por tanto, la intención de estas palabras es hacer una reflexión general, sin pretensiones tajantes de agotar el tema, acerca de algunos personajes femeninos presentes en la obra como la eterna Dulcinea, Maritornes, Marcela, Aldonza Lorenzo… quienes reflejan el sentir y hacer de las mujeres de esa época, y por qué no, de la actual. En ello radica justamente la inmortalidad de esta obra: en su eterna vigencia. Esas mujeres analfabetas, incultas, prostituidas por la pobreza, afeadas por las calamidades y los infortunios, pero también cultas, independientes, castas… continúan siendo, en muchos sentidos, los tipos de mujer de nuestra era.

Comencemos hablando de Dulcinea del Toboso, la ideal, la amada de Don Quijote en contraste con Aldonza Lorenzo, la real, la campesina, la imperfecta. Es innegable la intención de esta dualidad representada en una sola mujer. Estaría de más caer en detalles innecesarios en cuanto a la representación de las mismas en el ideal caballeresco parodiado. La primera, por supuesto, representativa de una mujer etérea, inexistente, puesto que sus cualidades tanto físicas como morales distan de la realidad tangible; por su parte, Aldonza Lorenzo, la mujer común de los pueblos españoles, analfabeta, maloliente por el arduo trabajo tanto en las labores del hogar como del campo. Dos mujeres en una: dos visiones del mundo distintas, la primera sucumbe en la segunda, la realidad del español ha cambiado, por tanto, no hay posibilidades quiméricas en cuanto a la visión de una Dulcinea: ésta se diluye, pues no tiene cabida en esa realidad.

Don Quijote describe a Dulcinea cuando Vivaldo, para seguirle el juego al notar su desvarío, le pregunta por su amada, a lo que éste contesta:

Su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso: un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabello son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos azules, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve… (p. 81)

Por su parte, Aldonza Lorenzo, es descrita por Sancho Panza, cuando Don Quijote le confiesa quién es verdaderamente su amada Dulcinea. Sancho, sorprendido, le contesta lo siguiente:

- ¡Ta, ta! –dijo Sancho-. ¿Qué la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?

- Ésa es –dijo don Quijote-, y es la que merece ser señora de todo el Universo.

- Bien la conozco –dijo Sancho- y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora! ¡Oh, hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! (…) Y lo mejor que tienes es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana (…) Ahora digo, señor Caballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que con justo título puede desesperarse y ahorcarse (…) Y querría ya verme en camino, sólo por vella; que ha muchos días que no la veo, y debe de estar ya trocada; porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire. (p. 173)

Sin embargo, y pese a la forma burlona y jocosa con que Sancho describe a Aldonza, éste reconoce que es digna de ser admirada tanto por su fuerza como por su atractivo, y justifica que su mal estado es causa del fuerte trabajo que acarrea las labores de campo. Es significativo como Cervantes intenta reivindicar la figura de Aldonza con las palabras de Sancho, pero a su vez, se percibe un dejo de decepción, como resistiéndose a aceptarla.

Por otra parte, la historia entre la pastora Marcela y Grisóstomo es pertinente mencionarla en cuanto a la otra mirada femenina que nos muestra. Cervantes pone en boca de los personajes que se hacen presentes en este capítulo una desazón y rechazo hacia Marcela por haber desdeñado los requerimientos amorosos de Grisóstomo, quien se suicida por amor. Incluso, uno de los personajes, Vivaldo, sugiere a Ambrosio, amigo del pastor, que no queme sus escritos para que así perdure en los mismos la maldad de esta mujer. Hasta esta parte del relato el lector se siente inclinado hacia el pastor suicida, puesto que es descrito como un ser moral y físicamente hermoso.

Sin embargo, cuando Marcela hace su aparición, luego de ser leído el poema que escribe Grisóstomo antes de morir, la inclinación cambia, ya que ésta increpa a los asistentes, entre ellos Don Quijote, y se defiende con un discurso de tal carga feminista, que podría decirse que es una de las primeras manifestaciones escritas en defensa de la mujer dentro de la lengua castellana, y que resarce la connotación misógina que se le pueda atribuir a Cervantes, por la construcción de otros personajes femeninos como las mozas de las ventas, la misma Aldonza Lorenzo, entre otras.

Amonesta Marcela a los presentes en el entierro de la siguiente forma:

Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama (p. 88)

Es clara la relación intrínseca entre el concepto de belleza y la moralidad del sujeto en este fragmento.

En el siguiente nos revela su condición de mujer libre y su total inocencia ante la muerte del pastor:

Y así como la víbora no merece ser juzgada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reheprendida por ser hermosa…Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos…A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras…Quéjese el engañado; desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas; confiese el que yo llamare; ufánase el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquél a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito (p.89)

Por otra parte, vuelve su “yo” a hacerse emergente, reafirmando su decisión de ser mujer sola, sin necesidad de compañía y sus pocas ganas de hacer vida marital:

Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a ése, ni solicito a áquel, ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro. (p.90)

Tal cual Artemisa se nos presenta Marcela: pastora, hermosa, virginal, con ansias de soledad, independiente… Por supuesto, una figura femenina transgresora, quien desde su Yo, desmonta la imagen de la mujer en cuanto a los roles sociales se refiere.

Vemos cómo Cervantes la ensalza, la sustrae de los alegatos masculinos infundados por la mirada patriarcal y, tal cual diosa virginal, aparece derrochando inteligencia y desaparece igual de triunfante y laureada. Sin embargo, he de destacar que para la visión de la sociedad renacentista una mujer como Marcela sólo podía ser valorada desde una perspectiva divina, como una deidad, incluso, la forma en que hace su aparición en el entierro, desde lo alto de la colina, le da esa aura de beatitud y dignidad solo posible en un ser supremo: hermosa, sabia, poderosa, casta… Si se detalla con detenimiento, sólo estas cualidades reunidas en una mujer podrían justificar la independencia económica y el libre albedrío de la misma. Sin embargo, la misma Marcela alega que la única opción que tuvo para vivir a sus anchas fue la de internarse en la soledad de las praderas. Situación que recuerda muy cercanamente a nuestra Sor Juana Inés de la Cruz, quien tuvo que ingresar al convento para huir del matrimonio y de las obligaciones propias de una mujer, y así lograr tiempo para el estudio y la reflexión.

Pareciera deducirse que para Cervantes y la Europa de la época el concepto de bondad iba muy ligado al de la belleza física o, en otras palabras, el buen portar de una dama iba en constraste con su aspecto físico y su posición social. Y quien mejor para ejemplificar este comentario que el personaje Maritornes, moza de la venta a la cual llega Don Quijote y que éste pensaba era un castillo. Desde las primeras páginas del capítulo la describen así:

Servía en la venta asimismo una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana… no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera (p.97)

Notamos claramente que es la descripción física de una mujer nada agraciada y que dista de ser comparada con lo que el autor señala de Marcela. Líneas más adelante, esta moza penetra en el aposento donde descansaban Don Quijote, Sancho y un arriero, y con este último aquella había concertado verse, pero entre la penumbra, la fugitiva va a parar a los brazos de Don Quijote, quien en su desvarío piensa que es una hermosa doncella. Al respecto dice Cervantes de este ocurrente escenario: “Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas que traía en sí la buena doncella, no le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes le parecía que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura” (p. 100)

La descripción física de Maritornes, nada agraciada evidentemente, corresponde a una determinada actitud moral: el deseo carnal ilícito. El autor afea la imagen de este personaje, hasta manifiesta de forma abyecta su aseo personal, lo que produce que el lector, pese a la jocosidad de la situación, se proyecte una concepción del personaje poco simpática; a diferencia de Marcela, quien es admirada por el lector tanto por su belleza física como por su prudencia y sabiduría.

Finalmente, Aldonzas malolientes y rústicas; Dulcineas siliconadas y forjadas por las manos del bisturí y de los celuloides; Maritornes poco escrupulosas, deslucidas, cegadas por la pasión, pero de gran corazón; Marcelas independientes, con ansias de libertad, forjadoras de su propia voz, solas o acompañadas, hermosas o poco agraciadas… a todas nos las topamos día a día, de todas tenemos algo en común, en todas ellas logramos mirarnos y reconocernos.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Cervantes, Miguel (2000). El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Santafé de Bogotá: Panamericana Editorial. Tercera edición.

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