Rosa Montero y Marie
Curie: una relación de espejo
La vocación literaria de Rosa Montero es palpable si
consideramos el número de libros publicados y los premios recibidos en lo que
lleva de vida. Periodista reconocida, tiene su sitial bien ganado dentro de la
literatura española de ficción, dado que ha publicado unas diez novelas, un
libro de relatos, una serie de cuentos para niños, entre muchos otros textos.
Debo confesar que la Rosa Montero novelista no me ha terminado de convencer y
eso que tiene en su haber novelas tan renombradas como Te trataré como a una reina
(1983) y Bella y oscura (1993). Prefiero a la Rosa Montero periodista, pues
sus crónicas, ácidas muchas de ellas y acertadamente críticas, me cautivaban
cada vez que podía leerlas en el diario El País de Madrid, así como las
publicadas en un libro de bolsillo que alguna vez cayó en mis manos.
Dicho lo anterior tengo que salvar de mi desapego
hacia sus novelas a La loca de la casa
(2003), dos veces premiada, quizá por lo que tiene de autoficción, lo que la
conecta con la realidad y la vida de la autora, aunque sea tras los velos de la
imaginación. Pero no es a esta obra a la que quiero referirme aquí —lo haré en
otra ocasión— sino a su, hasta ahora, última publicación: La ridícula idea de no volver a verte (2013). Se trata de un libro
realmente delicioso que me ha atrapado desde la primera página, obligándome a
leerlo de un tirón. La autora ha declarado en entrevistas televisadas que es un
libro escrito así mismo, de un tirón, disfrutándolo de principio a fin, lo que
no solía sucederle con otras obras, que siempre la habían sometido a tener que
“aguantar las tediosas larguísimas sentadas que ese trabajo implica”.
Ante tal declaración la primera pregunta que se nos
viene a la mente es por qué fue tan fluida y diferente la escritura de este
libro. La autora, al hablar del mismo, lo considera inclasificable desde el
punto de vista del género al que pertenece, pues mezcla la biografía de Marie
Curie con la vida de la escritora, con sus reflexiones sobre la existencia, el
amor, la muerte, el papel de las mujeres en la sociedad a lo largo de la historia, entre otros variados tópicos. Junto a todo esto se incluyen fotografías
acertada o maliciosamente comentadas por Montero, las cuales le conceden ese toque
especial de verosimilitud que tanto sacia el morbo de lectores que, como yo, nos
encanta asomarnos a la vidas ajenas o, mejor dicho, a las de seres
excepcionales como esa extraordinaria mujer que fue Marie Curie y, en la escala
que le corresponde, como la propia Rosa Montero.
Vale decir, que se trata de una bio/autobiografía,
mezclada con el ensayo, muchas veces filosófico, por lo que tiene de reflexión
sobre la vida, la muerte y el amor, como ya he comentado. Digo esto (aunque la
autora rechace expresamente el contenido autobiográfico de sus obras) debido a
ese prejuicio de muchos escritores que los impulsa a desvalorizar los libros de
memorias, o por lo menos a no reconocerlos como tales. Compuesto por dieciséis
apartes o breves capítulos, una página de agradecimientos y un índice de hashtags,
culmina incluyendo el breve diario que Marie Curie escribió durante doce meses
para drenar el dolor por la muerte de Pierre, su marido, quien fue arrollado
por un coche de caballos cuando apenas contaba cuarenta y siete años. Es decir,
un libro de doble valor, un notable dos por uno.
Y es ese diario el responsable de que La ridícula idea de no volver a verte se
haya escrito. Seix Barral le pide a Rosa que escriba un prólogo para una futura
edición del mencionado diario. Es así como la escritora queda subyugada por el
personaje y decide “contar su historia a mi manera”, “usar su vida como vara de
medir para entender la mía”. Y así comienza esa relación de espejo que en su
decurso nos va maravillando con la narración de la excepcional vida de Madame
Curie y, a su vez, con el duelo de Rosa quien había perdido al que fuera su
compañero durante veintiún años por un cáncer implacable, así como con el
notable conocimiento que ella demuestra sobre la vida y el ser humano. Es un
libro sobre la muerte, sobre el duelo, sí, pero también sobre el heroísmo de
vivir con una vocación por el conocimiento, por el saber, por la investigación,
por el afán desinteresado de dejar un legado a la humanidad y, claro está, por
la pasión de la escritura.
Desde las primeras páginas Marie nos es mostrada
como seguramente fue: “un personaje anómalo y romántico que parece más grande
que la vida”. “Una mujer nueva. Una guerrera. Una #Mutante”. Ganó el premio
Nobel dos veces, lo que sólo han obtenido otras tres personas. Sus logros
fueron alcanzados en tiempos en que a las mujeres les estaban permitidas muy
pocas cosas. Hasta 2011, puntualiza Montero, 786 hombres y sólo 44 mujeres han
sido distinguidas con el premio, la mayoría con el de la Paz o la Literatura. Y
es que las mujeres científicas han
figurado poco y a no pocas les han robado el premio. Entre ellas son
mencionadas Lise Meitner (1878-1968), quien participó en el descubrimiento de
la fisión nuclear y nunca se le reconoció; Rosalind Franklin, quien descubrió los
fundamentos de la estructura molecular del ADN, a quien un compañero de trabajo
le robó sus notas. Cuatro años después de su muerte por cáncer de ovario,
probablemente por exposición a los Rayos X, el premio de medicina se le concedió
a tres científicos entre los que se hallaba el que la robó; Jocelyn Bell, que
descubrió los púlsares y no se le reconoció pues el Nobel de 1974 se lo dieron
a su supervisor; y Henrietta Swan
Leavitt, brillante e ignorada astrónoma.
Montero incluye una cita del libro Por
amor a la física, de Walter Lewin, quien concluye al respecto: “Este tipo de
cosas ha pasado tan a menudo en la historia de la ciencia que el hecho de
minimizar el talento, la inteligencia y la contribución de la mujeres
científicas debería considerarse un error sistémico”.
Así que Marie Curie fue la primera mujer en recibir
el Nobel y la única en recibir dos, la
primera en licenciarse en Ciencias en La Sorbona, en doctorarse en Ciencias en
Francia, en tener una cátedra…”Una pionera absoluta”. También la primera en ser
enterrada por sus méritos en el Panteón de los Hombres Ilustres de París.
Aunque, comenta Montero con ironía, todavía sigue llamándose Panteón de los Hombres Ilustres, lo que le demuestra
que las desigualdades no han sido superadas del todo en la sociedad actual.
Estos análisis acerca del lugar de las mujeres en la sociedad, acerca de las
relaciones afectivas y de la forma de amar diferente de hombres y mujeres,
entre otros temas, son realizados desde
la perspectiva de género.
Es este otro de los aciertos del libro, una tribuna
de denuncia de lo padecido por las mujeres en el pasado, y que se extiende al
presente aunque cueste creerlo. Todo ello a propósito de la vida de Madame
Curie, del cúmulo de dificultades que pasó para poder estudiar, para ganarse el
respeto como investigadora en un mundo de hombres, para ganar una cátedra en la
Universidad, hasta para volver a amar luego de enviudar. Una guerrera en todos
los frentes, de un carácter tenaz y apasionado, aunque frío en apariencia. Se
trata, entonces, de una exposición en contrapunteo, una relación espejeante con
la propia vida de Montero, pues ella también tuvo que luchar en su juventud para ser
respetada como individuo pensante, y, como Curie, padeció un triste duelo por
la muerte prematura de Pablo, su esposo.
Un detalle a destacar es la presencia expresa del
narratario en la enunciación del discurso. La autora se dirige con frecuencia a
los lectores, con la confianza de una conversación. Aunque se dirige a un tú o a un ustedes sin
discriminar con respecto al sexo de su
destinatario, se me antoja que es un discurso que pareciera estar comprometido
mayormente con la mujer, como si el espejo de papel y tinta también reflejara a
quien se asoma a estas páginas. La identificación de la lectora con lo que se
narra parece ser objetivo consciente de la escritora, quizá por eso nos resulta
un libro tan delicioso, tan conmovedor.
Y, para cerrar con broche de oro, valga el lugar
común, un breve comentario sobre las páginas finales del libro, constituidas
por el brevísimo diario que Marie escribió luego de la trágica muerte de Pierre
Curie, de una de cuyas frases proviene el título del mismo. Dirigido a su amado
esposo, como si de una carta se tratase, esta notable mujer, tan estoica, tan seria y adusta, según
la vemos en sus fotografías, demuestra su verdadera naturaleza intensa y
amante. Sin pudor alguno deja salir todo su dolor por la pérdida de ese gran
amor, de ese ser humano tan especial que fue su marido. Resultan unas páginas altamente
emotivas, toda una lección sobre lo que significa la inmensidad de la soledad y
el vacío luego de la pérdida de un ser querido, así como de la lucha valiente
de la que ha padecido tal pérdida, quien a pesar del desaliento y la
desesperación no desestima la posibilidad de recuperar las ganas de vivir.
De modo que no encuentro mejor manera de culminar
estas notas que recomendar la lectura de este libro, ya que nos revive la vida
ejemplar de una mujer cuyo amor a la ciencia, así como al compromiso de dejar
un legado a la humanidad, la llevó hasta el sacrificio. No olvidemos que murió
prematuramente contaminada por las radiaciones a las que sus investigaciones la expusieron. Y, junto a
ello, es necesario destacarlo, no son menos interesantes los comentarios
acertados, sabios y no menos conmovedores de esa dotada escritora como lo es
Rosa Montero.