miércoles, 5 de marzo de 2014

SIMPATÍA POR KING KONG, de Ibsen Martínez


Del mambo al Caracazo

Curioso título el de la tercera novela de Ibsen Martínez, la cual, según considera el propio autor, es la mejor de las que ha escrito hasta ahora. Muy breve y amena, de fácil lectura, consiste en una narración que trata con eficacia temas de la historia contemporánea de Venezuela tan cercanos en el tiempo como el llamado “Caracazo”, la rebelión popular ocurrida en 1989, durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, de tan trágico saldo e ingrata recordación por estos días. Es un reto que asume el autor a sabiendas de los riesgos  que conlleva el mezclar ficción con realidad, con la pretensión de ofrecer una perspectiva más acertada y profunda sobre hechos históricos recientes, gracias a los fueros de la literatura, a  la penetración  y la intuición que los artistas de la palabra poseen.

El título proviene de un préstamo que Martínez ha hecho de la famosa canción de los Rolling Stones, Simpatía por el diablo, titulando así al mambo al que nos referiremos de seguidas. El argumento se debe a los avatares de la vida del personaje que motiva la escritura de esta obra, Kiko Mendive, aquel cómico cubano que vimos por más de 20 años en Radio Caracas Televisión, y que de seguro las nuevas generaciones desconocen. La obra procede de la concreción de una obsesión del autor que lo rondó por años: un encuentro con Mendive en la plaza Miranda del centro de Caracas.  Fue allí donde Cecilio Francisco, alias Kiko, le mostró unas partituras amarillentas y le cantó el mambo, compuesto durante su adolescencia, y que entonaba junto a la pandillita de “aseres” que lo acompañaban durante las proyecciones de la película King Kong. Esto ocurrió en la Habana de los años mozos de quien en Venezuela devino en cómico de tercera categoría,  a pesar de que  había sido un cantante de cierto éxito y de que había participado en películas filmadas en los famosos estudios Churubusco. ¿Qué sucedió para que Kiko abandonara México por Venezuela para cumplir su destino de artista sin éxito ni prosperidad económica?, se pregunta el narrador, a la vez que escucha hipotéticas explicaciones por parte de algunos personajes de la novela.   

De tal manera que el desarrollo argumental de la obra comienza con la anécdota que es uno de sus recurrentes mitemas: lo que llaman la leyenda del “esquinazo”.  Según ésta, fue Kiko, cuando ya tenía cierto reconocimiento en México,  quien introdujo a Dámaso Pérez Prado en el medio artístico de ese país. Ambos acordaron grabar un tema propuesto por Kiko (éste palabreó los músicos, la posibilidad de grabar, etc.). Sin embargo, antes de llevar a cabo el proyecto, Mendive se ausenta de México debido a una gira musical. Estando fuera de ese país, oye por la radio unas notas que reconoció en el acto: su “asere” se le había adelantado  grabando el tema sin contar con él. Fue así como Pérez Prado se convierte en el Rey del Mambo y Kiko Mendive en el cómico de tercera que tantas veces vimos por RCTV en Venezuela.  Pero se trata de una leyenda al fin y al cabo, puesto que también se incluye la otra versión, el mentado “esquinazo” bien pudo ser un invento de Kiko para darse importancia.

La historia del infortunado artista continúa su curso dentro de la novela entretejida con los acontecimientos histórico- sociales de la Venezuela de finales de los ochenta: estalla el “Caracazo”, lo que compromete al personaje narrador, puesto que es periodista y trabaja en un noticiario televisivo. Debido a eso debe reportar lo acontecido. En contacto con Consuelo, una doctora que en un hospital abarrotado de heridos por armas de guerra o muertos sin remedio alguno, le pide que denuncie lo que ve y ella le hace conocer de primera mano. Sin embargo, Rául, el personaje narrador, le teme a la censura, de modo que promete hacer un reportaje que sólo cumple parcialmente; con lo que la novela deja sentado lo mucho que no se dijo, lo mucho que no se supo sobre lo acontecido.

Esta novela presenta, además,  una trampa al lector amparada por los fueros de la ficción: Raúl se encuentra en el hospital porque allí agoniza Kiko Mendive, quien fallece por un proyectil de alto calibre que le destruye el fémur. Esto ocurre en el 23 de enero, Kiko se había unido a los saqueos que azotaron al país durante varios de esos aciagos días. Se había robado un teclado en una tienda de música, y, mientas corría con su botín, fue alcanzado por la bala mortal, algo que por cierto le ocurrió a mucha gente.

Debo confesar que caí en la trampa y creí que de veras ése había sido el deshonroso final del simpático personaje que en ocasiones vi en las pantallas de la televisión, hace unos cuantos años ya. Pues resulta que, consultando en internet para escribir estas notas, me encuentro con que el propio autor dice en una entrevista que el artista murió de mengua, pobre y desasistido en el año 2000. ¿Entonces, por qué el escritor, quien ha utilizado hechos y personas reales como punto de partida argumental de su novela, ficcionaliza hasta ese extremo el final de su personaje?

Ibsen Martínez es periodista, dramaturgo y ensayista muy ligado a la televisión  puesto que se desempeñó como guionista en ese medio. No hay que olvidar que fue el autor de la famosísima telenovela Por estas calles, que se mantuvo en el aire por dos años con gran éxito de audiencia. Su relación con el medio televisivo pareciera ser de amor/odio, de contacto y retiro, como si de una relación no satisfactoria se tratara, según podemos deducir de lo declarado en alguna entrevista. ¿Será el trato nada generoso que RCTV tenía para con los artistas lo que lo impulsó a imaginar el trágico y degradante final para Kiko Mendive? Sabemos que la verdad de la narrativa  ficcional tiene que ver más con la verosimilitud de lo que se narra que con la verificación de los hechos relatados, contrastados con la realidad de lo sucedido. Entonces, ¿qué nos quiere decir el autor con este pasaje de su novela?  

Transcribo algunos fragmentos para que el lector saque sus propias conclusiones. Cuando Raúl recibe información sobre el grave estado de su amigo, la doctora le pregunta: “El canal no tendrá seguro para sus artistas? Aquí no lo podemos atender como se debe”. De seguidas acota el narrador: “Kiko Malanga llevaba casi treinta años haciendo de cómico destajista sin ver jamás un bono especial de fin de año. Si dejaba de aparecer en el show de los lunes a las ocho, indefectiblemente a fin de mes le deducían del cheque un día de salario”.  Más adelante, muerto el personaje, podemos leer:

“Enterramos a Kiko el impecune en el Cementerio General del Sur, en una parcela cercana a la ladera donde pocos días más tarde se abriría una fosa común para los ametrallados del Caracazo y las víctimas de las ejecuciones  extrajudiciales, los ajustes de cuentas y el fuego cruzado entre bandas de malandros que cundieron en toda la ciudad al amparo del estado de excepción.
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Kiko había actuado en el show de los lunes a las ocho como caricato destajista durante venticinco años, sin contrato ni beneficios sociales, y su gente no tenía dinero ni siquiera para el ataúd; ¿no podría el canal asumir los gastos funerarios? Pero el ejecutivo sólo estaba autorizado a pagar una corona de flores”.


Así que aquí encuentro la explicación de ese giro de la imaginación: Kiko Mendive, y como él, de seguro,  tantos artistas, fue utilizado por un canal de televisión por años sin la menor atención a los beneficios laborales de los que debería disfrutar.  Es eso lo que Martínez condena en su novela, según mi parecer. Por ello se inventa un final tan denigrante para su personaje, el  impacto obviamente es mucho mayor. Mientras leía tales pasajes, recordaba el revuelo ocurrido en el país cuando se le venció la concesión a la mencionada televisora (de esto también se hace breve mención en la novela); los reclamos de los artistas, sobre todo, porque quedarían cesantes; de sus  demandas a favor de la “casa” que tanto amaban. Me llegué a sentir poco solidaria porque nunca pude identificarme con tales protestas, se trataba de un canal que casi no sintonizaba desde hacía ya bastante tiempo por su mala programación, la peor entre las tres principales televisoras privadas del país. Desperdiciar un medio tan costoso transmitiendo pésimas telenovelas (ojo: no tengo nada contra ellas, me encantan algunas brasileñas y chilenas), en series enlatadas de baja calidad y  películas diez mil veces proyectadas, me parecía el colmo. Desperdiciar un medio tan poderoso en un país que necesita tanta educación me resultaba imperdonable. Esto hasta que oí a Federico Vegas en Mérida, durante la feria del libro de la Universidad de Los Andes. El escritor presentaba su magnífico libro La ciudad y el deseo, y al referirse al tema afirmó que no estaba de acuerdo con el cierre del canal porque debería de garantizarse hasta la libertad de ser mediocre. Me reí para mis adentros y coincidí con él.

Volviendo a Simpatía por King Kong, las citas anteriores demuestran también las críticas a lo ocurrido durante el “Caracazo”. Tampoco  pierde el autor la oportunidad de ironizar sobre los balances que los políticos exponían en televisión, sobre los análisis risibles que hacían acerca del “estallido social”.  Igualmente aprovecha para caricaturizar al presidente del momento al que no menciona por su nombre llamándolo el “NumberOne” y que calificó como cocainómano. De tal manera que esta novela es una revisión irreverente e irónica sobre el país de ese entonces, que propicia, a mi juicio, la reflexión  sobre el país que tenemos hoy.   

Ibsen Martínez se considera a sí mismo como un escribidor inclasificable. Pienso que el canon literario venezolano no lo cuenta entre sus narradores más importantes, quizá porque sólo tiene en su haber tres novelas y a pesar de haber logrado un gran éxito de crítica y público como dramaturgo,  con su obra Humbolt y Bonpland, taxidermistas. Por mi parte me atrevo a disentir del autor, pues considero que su mejor novela es El señor Marx no está en casa (2009) porque supone un mayor esfuerzo de investigación y escritura. Aunque puede ser que me equivoque, ya que no he leído El mono aullador de los manglares (2000), cuyo título no me atrae para nada.  Habrá que cumplir con el deber de buscarla y leerla para salir de dudas.

Quiero cerrar citando un amplio fragmento de la novela. Luego de varios días de saqueos durante el “Caracazo”, el narrador sale a la calle con un amigo, conduce por la avenida México y observa:

“-Chico, fíjate que no hay ni una sola pinta en las paredes.

La ausencia de grafitis y de siglas al pie de estos le hacía pensar que detrás de los motines callejeros en las ciudades-dormitorio y los saqueos en la capital no había ninguna organización subversiva. Se burló entonces de las señoronas del Country Club, las mismas que tres semanas atrás se arrancaban entre sí los moños por estrechar en alguna recepción oficial la mano de Fidel Castro –estrella entre todos los jefes de Estado invitados a la coronación de NumberOne-; las mismas que se hacían lenguas de la estatura, maneras, galantería, magnetismo personal y de lo bien que le sentaban los trajes formales al Comandante, eran ahora quienes murmuraban que los saqueos no podían ser sino obra de agentes encubiertos del G2 cubano, colados en la nutrida comitiva de Castro y sembrados en Caracas; que había sido una imprudencia de NumberOne invitar a semejante tipo a su toma de posesión”.

Cualquier posible analogía con lo que ha acontecido en la hora actual es pura casualidad.

Ibsen Martínez (2013). Simpatía por King Kong. Caracas: Planeta, p.166.

(Nota: mi buena y desmemoriada tía (tiene 90 años) repite lo que  por ahí anda en boca de mucha gente: “éramos felices y no lo sabíamos”.  Después de leer esta novela me sigo preguntado ¿cuándo es que hemos sido felices, que no me acuerdo?)

(Kiko Mendive en algunas de sus facetas, siempre sonriente)

4 comentarios:

  1. Excelente reseña. Sobre todo porque permite conocer de primera mano (a través de la poderosa ficción) esa parte de la historia que hoy tiene tantas versión. Sobre Kiko Mendive, los recuerdos son de mi niñez, en el que la risa era estimulada más por la gesticulación que por el mensaje. Me agrada volver la vista atrás y poder confrontar mis memorias con la xenobia ridícula que ahora anda suelta por ahí, pisando los años en "los que éramos felices y no lo sabíamos". Yo tampoco lo recuerdo, pero sí sé qué clase de actitudes le exigíamos a nuestros "ídolos" para que lo fueran. Gracias, querida Bettina.

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    1. ¿Recuerdas a Kiko Mendive, Bernardo? Me sorprendes, hace tanto tiempo que no se sabía de él hasta que Ibsen Martínez lo rescató del olvido. La literatura sin duda nos rescata la historia y nos obliga a la reflexión. Saludos cariñosos

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    2. Sí, aunque soy prácticamente un escolar, lo recuerdo. Jaja. Sobre todo por el personaje de Casanova en Radio Rochela. Tenía un radio de casettes, grande, pero muy versátil, que se parecía, en dimensiones y arcaico semblante, a uno que tenía mi padre. ¿Cómo olvidarlo?

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  2. ¡Un saludo para ambos!
    Ha sido un gran placer leer la reseña y me sumo a los halagos por su escritura.
    También recuerdo al comediante, pero coincido con Bernardo. No se olvida tan fácilmente a alguien que gesticule como él lo hacía.
    Por esa razón, vi dos videos. Ambos pertenecen a diferentes èpocas de la vida del comediante.Aquì les dejo los enlaces:
    http://www.youtube.com/watch?v=Wo-AYYXCRV0
    http://www.youtube.com/watch?v=v5a6cMuBijU

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