domingo, 13 de abril de 2014

NAVEGACIÓN A LA VISTA, de Gore Vidal

Al final de unas de las entradas que publiqué hace cosa de unos meses, apuntaba que los buenos libros son aquellos que tienen grandes personajes. Ahora me gustaría agregar, quizás un poco en la onda de Italo Calvino cuando hablaba de los clásicos (de la literatura, se entiende), que los libros buenos son aquellos que te invitan a seguir leyendo. Calvino decía que un clásico es ese libro que puedes leer una y otra vez, encontrando siempre algo nuevo en él. La sorpresa en la lectura. La novedad. Un buen libro, por su parte, es el que invita a volverlo a leer, pero también el que promueve la lectura de otros libros, de más libros. No porque los recomiende o sugiera, porque le sirvan de referencia, sino porque su exquisitez ratifica y estimula el placer de la lectura. Yo siento que Navegación a la vista (2008), de Gore Vidal, es de este tipo de libros.

Gore Vidal publicó Una memoria, en 1995, que al parecer es una autobiografía. Y digo al parecer porque no la conozco de primera mano. Navegación a la vista apareció en 2006 y constituyó una segunda parte de ese libro, aunque más con el formato de memorias. La diferencia entre ambos conceptos, según lo veo yo, es que el primero (la autobiografía) relata la vida del autor, mientras que el segundo (las memorias) va dando cuenta de episodios, sensaciones, reflexiones, recuerdos sueltos. Esta caprichosa diferencia seguramente está equivocada (Bettina puede sacarnos de dudas), pero me sirve para informar sobre el valor narrativo de este libro.

Vidal no sólo fue un eximio escritor, además fue un hombre de la vida política estadounidense y descendía de políticos y familias del jet set de los siglos XIX y XX. Esto le permitió llevar una vida elegante, marcada por las más sofisticadas amistades y relaciones familiares, como los Roosevelt y los Kennedy. También tuvo amistad con personalidades como Tennessee William, Truman Capote, Greta Garbo, Francis Ford Coppola y Federico Fellini, entre muchos otros. Sabiendo esto, quizás sea fácil anticipar que muchas de las anécdotas contenidas en el libro sean curiosos episodios con estas personalidades, en las que Vidal no deja escapar la oportunidad de hacer algún chiste, alguna recriminación, alguna confesión o alguna concesión al tiempo y a las amistades, pasadas o presentes.

Lo divertido en la relación de estos episodios es que Vidal, ya sea que los cuente con humor, o con amargura, lo hace con mucha elegancia, cuidando siempre las formas de un buen novelista, pero también con soltura y familiaridad. De tal modo que, al final, se tiene la sensación de que Gore Vidal cuenta cada hecho, cada evento emotivo o entretenido, como si hablara con alguien conocido; como si entre tanta fama el lector fuera un amigo a quien se le hace una confidencia.

Lo que se ha señalado como una debilidad del libro, es decir, su azaroso orden, su tono caprichoso, sus confidencias irreverentes, antes que un vicio tiene todas las características de una virtud. Precisamente porque hace patente la naturaleza de la conversación: como las cosas le van llegando, así las cuenta; como su memoria las recuerda y como las evalúa al momento de escribirlas. De manera que no es raro encontrar en el capítulo 33 alusiones a la niñez, a esa época en que creció rodeado de compañías de aviación y viajes al Senado (p. 187), y en los primeros capítulos referencias a su tiempo presente. Podrían citarse cientos de pasajes del libro para ilustrar esto:
Hace poco, mientras leía una colección de cartas de Paul [Bowles], me encontré recordándolo más que nunca, puesto que en cada una mostraba una cara diferente; también le gustaban los detalles básicos que a menudo revelan más de lo que parece querer confesar (p.127).

Hace dos días la política asomó la cabeza como acostumbra hacer en los malos tiempos. Sí, todas las épocas son malas, pero unas son peores que otras. Esta lo es para nuestro país. Un congresista de la minoría (es decir, demócrata) por Michigan, John Conyers, presidente del Comité Judicial de la Cámara de Representantes, acudió a Ohio con otros congresistas y asesores para establecer si era verdad que el eufórico partido republicano local había robado las elecciones presidenciales de 2004 para George W. Bush. El resultado ha sido un informe realizado por Conyers que ha publicado una compañía de Chicago con un prefacio escrito por mí. Sí, Virginia, las elecciones fueron robadas y a base de bien, y el equipo de Conyers lo explica con bastante detalle (p. 178).

La pequeña fiesta salió bien. [Greta] Garbo llegó temprano y enseguida se puso el blazer de Howard. Le gustaba vestirse de hombre. También le gustaba referirse a sí misma en términos masculinos. «¿Dónde está el servicio de los chicos?», era una de sus frases favoritas. Fue Ina Claire, la refinada actriz cómica de Broadway, quien entró en el lavabo justo después de que Garbo hubiera salido, y sí, encontró la tapa del retrete levantada. (p.219).

Una vez más llevé a Howard en su silla de ruedas por unos pasillos que acabaría conociéndome de memoria. Estaba alegre, lo que hacía honor a la dulzura de su carácter, puesto que sabía que yo había enmudecido de pavor. Cuando la enfermera abrió la puerta de los quirófanos, de la que yo no podía pasar, Howard se volvió hacia mí en su silla de ruedas y dijo: «Bueno, ha sido estupendo». Y la puerta se cerró detrás de él (pp. 94-95).

Sobre este último episodio me gustaría decir algo. Gore Vidal era homosexual. Es un hecho conocido que en una de las campañas electorales a las que se presentó su consigna no oficial era el de ser el primer representante del Senado públicamente gay. Sin embargo, su relación con Howard Auster, la cual duró toda su vida prácticamente, fue muy reservada y comedida (como deberían ser todas las relaciones, valga decir). Por ello, quizás, conmueva tanto este capítulo (16), en el cual nos relata la calamitosa enfermedad de Howard, entrando y saliendo de hospitales; viajando de un lado a otro en busca de un lugar favorable para su salud, y finalmente, de su muerte:
Fijaron la operación para la semana siguiente. Cuando salí de la habitación, Howard me dijo: «Bésame». Así lo hice. En los labios, algo que llevábamos cincuenta años sin hacer (p. 96).

Reconforta leer la ternura del amor, sin necesidad de infidencias groseras.

Otro aspecto divertido de este tomo son las fotografías que contiene. Algunos documentos verdaderamente excepcionales acompañados, algunos de ellos, por hilarantes leyendas:


Aquí estoy junto a la estatua del Dolor de Saint-Gaudens que Henry Adams había encargado en honor a su mujer, Clover. A unos dos o tres metros de distancia está enterrado Howard, como lo estaré yo cuando saque tiempo de mi apretada agenda (p.86).


Un último verano en Klosters. Garbo tiene sesenta y cinco años. Nunca logré que volviera a Ravello, donde disfruto de una «luna de miel» con el director de orquesta Leopold Stokowski y de donde se vio obligada a marchar por culpa de un cámara de noticiarios escondido entre los arbustos que desde entonces siempre se jactó de su gran hazaña. No lloré cuando más tarde la Mafia lo mató de un tiro (p. 216).

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Al principio del libro en una “Nota del autor”, Gore Vidal nos explica que “navegación a la vista” es lo que hacen los marineros cuando deben habérselas con el mar sin radar o cartas, confiando tan sólo en referencias visuales del horizonte. Curiosa y a la vez acertada forma de ilustrar la tarea de contar la propia vida. Disfruté este libro, precisamente, por lo que tiene de tanteo, de reconstrucción aventurada de una vida que el autor cree recordar. Y también porque al final (creo que sin la amargura que han querido ver en ello algunos críticos), Gore Vidal se reencuentra con la misma persona que fue toda su vida, como Charles Kane, como todos algún día. Y esto, invita a leer, al menos la primera parte de las memorias de Gore Vidal.


[Vidal, Gore (2008). Navegación a la vista. Barcelona: Mondadori. Pp. 303] 

(Como dato curioso les dejo la portada del libro con la etiqueta del precio: ¡30 bolívares! Pude descargar la portada en Google Imágenes, pero quería presumir de mi fortuna con esta joya. Hacerles fieros, como decíamos en casa).

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