jueves, 24 de abril de 2014

RÉQUIEM HETERODOXO POR EL GABO (IV)

IV. El amor en los tiempos del cólera. Arrebatos y paciencia.

Si usted nunca vio clases con JC, no sabe de qué se trata la “tergiversación deplorable de los argumentos”: “El amor en los tiempos del cólera habla de una pareja que se conoce en la juventud. Por alguna razón no pueden tener nada en ese entonces, pero se consiguen cuando viejos y resulta que él se confiesa:
            -¿Sabes, Fermina? Tú siempre me gustaste, desde que estábamos chamos.
            -Cónchale, Florentino, tú también me gustabas. ¿Por qué nunca me dijiste nada?

Y así se hacen novios ya de viejos”. Alguien se arriesga: “¿En serio, profesor? Me parece recordar que era diferente”. “No, no, es así como le digo. Por eso la película es bastante diferente de la novela”.

Pero, no: resulta que El amor en los tiempos del cólera no es esa pésima teleserie que planteaba el profesor JC con saña. Esta novela, muy al contrario, es un interesantísimo tratado sobre las relaciones amorosas, que soporta muchas lecturas y que uno ama o detesta según la marea de los afectos que esté pasando.

No recuerdo exactamente cuándo leí por primera vez El amor. Pero, estoy casi seguro de que fue al salir del liceo luego de un tormentoso amor no correspondido, porque —como todos los hombres, que nos enamoramos una vez y para siempre— recuerdo que me sentí Florentino Ariza. Hoy no le discuto esa propiedad de personaje a E, por muchas razones.

Es probable que haya pedido prestada la primera edición que leí de El amor en la biblioteca de Coloncito, un recinto espléndido en el que existen (o existían) maravillas insospechadas. Sí recuerdo claramente que era la edición Oveja Negra, de cubierta amarilla con el vapor de ruedas dibujado a un costado. Es una edición que he visto varias veces en algún puesto de libros usados, pero que nunca me decidí a comprar. En parte porque no tengo una relación afectiva tan profunda con esta novela como con las dos primeras; en parte porque tengo una bella edición que me regaló Ronald Castillo, entrañable amigo del pueblo, en 2005. Un detalle, sin duda alguna, muy estimable: la primera reimpresión de la primera edición Norma. Cubierta flexible, lila, con una caricatura de Botero en la cubierta, y una fotografía amable del Gabo en la contracubierta, acompañada por una inapropiada cita de la novela. Sensacionalismo editorial, sin duda.

Paradójicamente, aunque esta novela no ha sido de las más trascendentales en mi vida, en relación con la obra del Gabo, sí es la que más he leído. Quizás porque he tenido más despechos que epifanías literarias.

El amor es una novela sobre el amor escrita por un hombre que ha entendido que a las mujeres hay que tenerles paciencia. De allí que todas las mujeres sueñen con el doctor Juvenal Urbino y todos los hombres tengamos pesadillas con él. Ningún hombre en su sano juicio se imagina alcanzando esos estándares de belleza, corrección, éxito y amaneramiento sofisticado. El género masculino, en general,  es más de la cerveza, el mundanal fútbol, la película pasable. Otros, de la rumba, el lupanar, los gallos de pelea. Los hay también híbridos entre estos y, al margen, unos más que tienen manías excéntricas, pero esos no cuentan, porque seguramente no consiguen mujer.

Las mujeres, en cambio, las hay del tipo que se quieren casar con el hombre perfecto —hallado en forma natural o fabricado a fuerza de “sugerencias”—. También de las que se casan por inercia con un buen tipo o que parece bueno al principio. El otro gran grupo de mujeres es el que se quiere casar, pero no consiguen con quien o con el que quieren no se quiere casar con ellas.

Podría decirse, entonces, que en cuanto a relaciones amorosas los hombres se dividen en Florentino Ariza y el doctor Juvenal Urbino, mientras que las mujeres se dividen en Fermina Daza y las demás. (Esto siempre a partir de los personajes de la novela).

Pero, uno no llega a esa conclusión al leer por primera vez El amor. Recuerdo que lo fascinante de aquella primera lectura era —una vez más— compartir con los personajes situaciones iguales: que la novela contara parte de mi vida y poder decir, como con una canción, “Eso me pasa a mí”. Todos los hombres abandonados nos sentimos pobres, feos y miserables; pero, al mismo tiempo, todos tenemos la certeza de que ella va a volver, tarde o temprano, cuando descubra que podemos ser mejores. De tal modo que leer, por primera vez, El amor es un viaje al averno, en el que uno se consume con Florentino Ariza y luego asciende con la esperanza bajo el brazo de que siempre hay segundas oportunidades.

En este descenso, por supuesto, uno llega a odiar a Fermina Daza cuando, sin misericordia, le clava una estaca en el corazón al mísero Florentino Ariza. Y la odia el resto de la novela por esa felicidad cómoda y de escaparate que es su vida con el flemático doctor. Y se la odia porque no hay derecho de hacer eso. No se puede amar con tanta locura y luego hacer semejante desplante. No hay fealdad o pobreza que lo justifique. Al menos eso creo uno cuando lee El amor a los diecisiete años. (Que luego, a lo largo de su vida, Florentino Ariza se acueste hasta con la abuela de Cenicienta es una retaliación justa para semejante desprecio). Pero, en realidad Fermina Daza desama por las mismas razones que lo hace Marcela en el Quijote: nadie está obligado a amar de vuelta a alguien sólo porque este lo ama. Y nadie puede ser echado a la hoguera por eso.

Fermina Daza —me pareció en esa oportunidad— nunca llega a amar realmente a nadie. Es muy fría, desaprensiva, indiferente. Tuvo un arrebato de pasión rebelde por Florentino Ariza, pero todo fue una ilusión. Ella misma se lo escribe a Florentino Ariza. Se casa con el doctor Juvenal Urbino en otro arrebato: un arrebato de rabia por las chanzas de su prima. Lo del final tiene mucho de inercia. También de arrebato de vejez, si vamos un poco más lejos. Optamos por creer, sin embargo, hay amor en ese final, porque la alternativa (que ella no lo ame) sería muy insípida, poco romántica. A los diecisiete años, el amor tiene que prevalecer.

Por su parte, lo que conmueve del amor de Florentino Ariza por Fermina Daza es lo metódico, lo imperturbable, lo obstinado. Lo eternamente febril, también. Amar de esa manera requiere vocación y uno desearía tenerla, para que el desengaño sucesivo de la experiencia no nos convierta en unos cínicos descastados. Aunque también haya que reconocer que la ficción matiza esa devoción, convirtiendo en adorable un persistencia que en la realidad sería locura temible.

Lo cierto es que Florentino Ariza ama como lo hacemos la mayoría de los hombres corrientes: con mucho de idealización, con mucho de plan a futuro, con mucho de sueño hecho realidad. Lo bueno para él es que le funciona, y puede poner un broche de oro a su delirio de amor. La vida en realidad dura más que unas 300 páginas y el “desgaste de lo cotidiano” suele ser más implacable que en la prosa del Gabo.

Como fuere, Florentino Ariza en su segundo cortejo de Fermina Daza comprende que el amor de arrebatos es una cosa de la juventud y las idealizaciones, así que opta por la estrategia a mediano plazo, a la amistad primero y el amor después. No creo que me haya dado cuenta en aquella época de que la cercanía paciente es una de las formas del amor tranquilo, del largo amor. Seguramente lo que aprendí fue que esas escenas de café y charlas, de los paseos vespertinos, de la compañía mutua eran aspectos secundarios; como los sucedáneos de un amor que en la práctica solo se había interrumpido por ese absurdo matrimonio, que duró un poco más de lo esperado. Estoy convencido ahora de que Florentino Ariza sentía lo mismo en esos momentos de felicidad plena.

*******

He leído luego unas seis veces El amor en los tiempos del cólera. Aún no entiendo el amor. Lo sigo encontrando problemático y complicado. Pero, algo sí he sacado en limpio de estas lecturas: el amor es ridículo. No sólo en el sentido de cursi y melodramático. Ridículo en las formas que nos afecta, insospechadamente, en los momentos más inesperados. Ridículo en los momentos desastrosos. En que los planes siempre se vengan abajo; en que una frase de amor susurrada al oído sea respondida con desprecio; en que nos asalte un despecho tan terrible como el cólera; en que nos sorprenda un mal estomacal durante una visita crucial. Y uno tiene que estar preparado para hacer el ridículo cuando se enamora.

Pienso que la principal falla de la película de Mike Newell —además de estropear el tono caribeño del Gabo y desperdiciar a un magnífico Bardem— fue la incapacidad de proyectar esa ridiculez intrínseca del amor. No debió ser muy trascendental la puesta en escena del momento en que Florentino Ariza y el doctor Juvenal Urbino se encuentran en la oficina de correos, porque no la recuerdo. Tampoco debió serlo el momento terrible en que Florentino Ariza ve a Fermina Daza embarazada. Esos son momentos fundamentales para comprender lo ridículo que te hace sentir el amor. Porque no hay ridículo más grande que estar enamorado solo de una mujer que está casada con un hombre “perfecto”.

Releer El amor supone, también, enfrentarse al hecho de que el amor en la adolescencia es mucho más arrobador de lo que puede serlo más adelante. Las palabras de Tránsito Ariza “Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas, que estas cosas no duran toda la vida” anticipa que las ilusiones seguirán llegando, pero cada vez menos fulminantes. La credulidad es un requisito del amor. En los primeros amores, que ese sentimiento de plenitud y completa satisfacción es el estado permanente de la pasión, y después, la convicción de que éste amor será diferente al pasado y de que los errores se pueden prevenir hablando. Pero, con el tiempo esos éxtasis emocionales empiezan a espaciarse, y hay que ser Florentino Ariza, si se quiere tenerlos a los 80 años.

Creo que hay espacios y personajes de la novela que no se exploran bien en la primera lectura. Por ejemplo, el caso inicial, en el cual el doctor se revela como lo que es: un moralista, correcto hombre de sociedad. El suicidio de Jeremiah de Saint-Amour pasa desapercibido en las primeras lecturas de El amor porque los personajes principales terminando siendo Florentino Ariza, Fermina Daza y el propio amor. Pero, esta primera parte nos permite conocer al doctor Juvenil Urbino, que por despreciable no deja de ser crucial en la novela. Creo que esta descripción inicial de su muerte (bastante absurda) mitiga el desprecio que le profesamos quienes nos sentimos solidarios con Florentino Ariza a lo largo de su tortuoso amor no correspondido.

Un Florentino Ariza —es bueno apuntarlo— que también se torna patético y impostado más de una vez. Esos poemas lastimeros, sus teorías sobre el amor, la castidad nominal, la fidelidad del corazón que le guarda a Fermina Daza, los dibujitos de mal gusto en el cuerpo de Olimpia Zuleta por los que terminan matándola y los perversos juegos con América Vicuña son todos elementos edulcorados y ridículos de un viejo desubicado. Claro que le envidiamos a América Vicuña, en algún momento de nuestras vidas y le recriminamos con creces a Sara Noriega.

Descubrir estos pasajes, tener estas variaciones en la percepción, solo es posible con varias lecturas de la novela, en los que cierta distancia de la historia central deje espacio para consideraciones más del conjunto.

Por lo demás, es una novela maravillosa que revisito cada vez con una mirada diferente. Y me satisface encontrar algo nuevo ella a cada nueva lectura, reconciliándome con algunos de pasajes y despreciando otros. Eso significa que es una novela viva, pienso; una novela que evoluciona con uno y con la que vamos estando de acuerdo en pasajes diferentes a medida que los años nos van pasando. Por eso debe ser que es una de las pocas novelas de las que recuerdo su inicio de memoria: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas siempre le recordaba el destino de los amores contrarios”. Leí esas líneas una tarde, hace muchos años, bajo el árbol de un estacionamiento cerca de casa en Coloncito. El árbol ya no está y yo sigo sin saber cuál es el olor de las almendras amargas.

4 comentarios:

  1. Excelente reseña sobre el amor en los tiempos del colera. Ese gabo si me hizo una bien buena en la ultima etapa de mi adolescencia (como a los 20´s jejejej) me conto una historia que se encarnaria en mis años futuros. y hasta tuve el groso error de dejar que una Fermina desgastada por las post-modernidad me convirtiera en un Florentino Ariza! gracias bernardo buen post!

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    1. Jajaja. Las profecías literarias. Gracias a ti por la lectura, Prof. Jonathan.

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    2. Interesante reflexión, Bernardo, creo que tengo una deuda pendiente con nuestro querido Gabo, ya que él considera que El amor...es su mejor novela, y la verdad es que a mí no me gustó del todo. Florentino Ariza me pareció un hombre libidinoso, su increíble amor por Fermina no me lo rescató de la repugnancia que me produjo su pedofilia para con la chiquilla que le confiaron como tutor, America Vicuña, no? No recuerdo bien su nombre. De modo que tengo que releer esa novela para reconciliarme con ella. De pronto confirmo que así como existe una literatura femenina también hay una lectura femenina, y esa manera de amar del Florentino, tan promiscua y hasta pedófila, sólo puede ser entendida por los hombres. Por lo demás, en cuanto a la escritura no hay reproche posible, el Gabo es grande, toda su obra lo es

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    3. Claro, querida. De eso no tengas dudas: se lee con los cromosomas. Aunque en descargo de Floretino debo citar a Luis Mora, cuando dice: "Le fui infiel, pero le fui leal", signifique lo que signifique. Jaja Abrazos. Gracias por la lectura.

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